Manuel Franco

Nacido en Concepción, el 9 de junio de 1871, el doctor Manuel Franco fue presidente de la República entre el 15 de agosto de 1916 y el 5 de junio de 1919, fecha en que falleció repentinamente y le sucedió su vicepresidente, el doctor José Pedro Montero.

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Su gabinete ministerial estuvo integrado por Ernesto Veláz- quez, Eligio Ayala y Francisco Sosa Gaona, en el Ministerio de Hacienda; Luis A. Riart, en Interior; Félix Paiva, en Justicia, Culto e Instrucción Pública; Emiliano González Navero, Ernesto Velázquez y Adolfo Chirife, en Guerra y Marina; y Manuel Gondra y Eusebio Ayala, en Relaciones Exteriores.

Su Gobierno transcurrió en una época de paz, lo que contribuyó a un saneamiento de las finanzas nacionales, la estabilización monetaria, el incremento de la producción, de la exportación, etc. Se establecieron escuelas de artes y oficios, industrias, entre otras. Se estableció el Registro Cívico Permanente, se reabrió la Facultad de Medicina, clausurada en 1912, y se reorganizaron los tribunales de Justicia. Pero también hubo noticias ingratas: la muerte del as de la aviación, Silvio Pettirossi, en la Argentina; la epidemia de influenza y una invasión de langostas, que afectó a la producción agrícola.

El doctor Manuel Franco fue hijo de Josefa Antonia Franco y hermano de Carlos (casado con Leopoldina Durán), Héctor (casado con Emilia Lezcano), Adela (casada con Justino Roig) y Rosa Franco (casada con Rufino Pampliega). Fueron sus hijos Evaristo, Fernando, María Ana y Manuel Franco.

Mesa cotidiana

Según antiguas crónicas de viajeros que estuvieron por el Paraguay a principios del siglo XIX, las mesas de los asunceños comúnmente estaban cubiertas con un mantel blanco con adornos de encaje de hilo de algodón. En ellas no eran raros los cubiertos de plata, aunque en las familias de menor recurso la comida se servía a la mesa en grandes fuentes de barro, a manera de sopera.

Los caldos se sazonaban con el cebo de la carne, lo que muchas veces hacía que fueran de olor y gusto desagradables, aunque la gente estaba acostumbrada a su sabor. No se acostumbraba el uso de condimentos o especias, así como tampoco beber vino con las comidas.

Un almuerzo cotidiano consistía en el mencionado caldo, además de otro con trozos de carne hervida y espigas de maíz cocido. Posteriormente, cuando era posible, un trozo de carne de ternera asada con cuero. Aves asadas o hervidas, picadillos y guisados también formaban parte de la dieta cotidiana. Los postres generalmente consistían en un plato de miel de caña y algunas rebanadas de queso fresco.

Una de las comidas muy gustadas en la época era la olla podrida, consistente en carne de vaca mezclada con carne de carnero, un buen pedazo de carne fresca de porcino, una morcilla, repollo, raíces de perejil, cabezas enteras de cebollas blancas, algunos dientes de ajo, menta, toronjil y garbanzos, además de pedazos de mandioca. Otras comidas muy gustadas eran el locro, la mazamorra -maíz cocido en lejía y sin sal-; las humitas -maíz machacado y revuelto con tocino, carne, cebolla, convirtiendo en una masa, la que es envuelta en chala y cocinada en la olla; muy apetecidos eran los choclos-mazorcas de maíz cocinadas en agua-, la carbonada-pedacitos de carne cocidos en agua y sal-, y las empanadas.

El consumo de carne fresca era raro, pues debido al clima muy caluroso, se desecaban para su conservación. Los sistemas de conservación de la carne consistían en el charque -carne cortada en tiras anchas, pero de poco espesor, colocadas unas sobre otras, echando entre medio polvos de sal y cubierto con cuero, se ponía sobre ellos un gran peso para que despidieran, luego de algunas horas, todo el líquido de la carne, para posteriormente ponerlos a secar al sol, repitiendo la operación varias veces-; la cecina se diferencia del charque en que consiste en tiras delgadas de carne salada puestas a secar al sol; por su parte el tasajo se reducía a echar unos pedazos grandes y gruesos de carne en salmuera, en que se dejaban durante un mes o más, se sacaban y, puestos a orear, se esperaba a que se secaran bastante por fuera. Posteriormente se ahumaban como jamones.

Después del almuerzo era "obligatoria" la siesta, la que se hacía en hamacas sujetas a las gruesas paredes a través de argollas de hierro.
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