Los presidentes del Paraguay. José Higinio Uriarte del Barrio

A raíz del magnicidio del presidente Juan Bautista Gill, el 12 de abril de 1877, asumió la primera magistratura el vicepresidente José Higinio Uriarte del Barrio, quien completó lo que restaba del periodo, el 25 de noviembre de 1878.

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Su gabinete lo integraron Cándido Bareiro, en Hacienda; José Urdapilleta y Bernardino Caballero, en Interior; Bernardino Caballero y Adolfo Saguier en Justicia, Culto e Instrucción Pública; Patricio Escobar en Guerra y Marina; y Benjamín Aceval y Juan Antonio Jara en Relaciones Exteriores.

Durante el gobierno de Uriarte se registraron graves conflictos políticos como derivación del asesinato del presidente Gill su antecesor, entre ellos, el asesinato en la cárcel de políticos opositores presos y de su defensor el doctor Facundo Machaín, destacado hombre público de la época. Se autorizó la fundación de un Banco del Paraguay; el presidente Rutherford Hayes concedió al Paraguay el territorio del Chaco, disputado con la Argentina, entre otros sucesos.

Don Higinio nació en Asunción el 11 de enero de 1843. Fue hijo de don José Jordán Uriarte y doña Angela García del Barrio. Sus hermanos fueron María del Carmen, Faustino Casimiro y María Mercedes (casada con Juan Manuel Terrero).

Educado en la Argentina, volvió al Paraguay al finalizar la guerra de la Triple Alianza, y tuvo activa participación política, desempeñándose como diputado y luego como senador. Representó al Paraguay como diplomático en Río de Janeiro, de donde volvió para integrar junto a su primo Juan Bautista Gill la fórmula presidencial electa en 1874. Luego del magnicidio que costó la vida a Gill, asumió la presidencia de la República. Durante el gobierno del presidente Patricio Escobar, fue ministro de Hacienda.

Casado con Etelvina Trinidad Mercedes Velilla, fue padre de Carmen (casada con Venancio Víctor López, nieto de Carlos Antonio López) y Manuel (casado con Constancia Rivarola).

Falleció en Asunción, el 21 de abril de 1909.


La salud ante todo

Décadas atrás, una dolencia muy común en nuestro medio era la tuberculosis, o "mba'asy po'i", como le llamaban. Para evitar su contagio y tratar de erradicarla, las autoridades establecieron una serie de medidas, como la recomendación de poner saliveras con sustancias antisépticas en lugares públicos como templos, escuelas, centros educativos, reparticiones públicas, oficinas particulares, hospitales, cuarteles, talleres, fábricas, cárceles, teatros, bancos, hoteles, inquilinatos, prostíbulos, etc.

También establecieron la colocación en lugares visibles de carteles prohibiendo escupir en el suelo, y prohibieron la colocación de alfombras en salas de espectáculos o bailes, cuyos pisos debían ser lavados periódicamente, así como los pisos de medios de transportes como trenes y tranvías, que debían ser desinfectadas íntegramente una vez al mes.

De esa época data la prohibición, aún visible en los medios de transporte, de escupir en el piso. Además, hay que tener en cuenta la inveterada costumbre de la gente de mascar tabaco, lo que propiciaba los escupitajos callejeros, duramente reprimida por don Elías García, cuando era jefe de Policía, allá por principios del siglo XX.

Cuentan que duro trabajo tenían los mayorales para lidiar con la gente y hacer cumplir las disposiciones. A más de uno tuvieron que "invitar" a bajar de los tranvías, a veces con ayuda de la fuerza pública.

En aquella oportunidad, se tomaron además otras medidas tales como que, en talleres, fábricas, escuelas, etc., cada uno debía munirse de jarros propios para el consumo de agua; la utilización, en vez de escobas y plumeros, de lienzos húmedos para la limpieza. Así mismo, se prohibía el concurso de personas enfermas de tuberculosis en lugares de atención al público o donde se manipulaban productos alimenticios; ni siquiera en el servicio doméstico.

Numerosas otras medidas profilácticas fueron dispuestas, entre ellas la desinfección de monedas y billetes.


Para ver lejos

Uno de los artilugios muy usados durante la guerra de la Triple Alianza fue el mangrullo, una tosca estructura de madera, a manera de torre, de unos 12 ó 16 metros de altura, compuesta por cuatro o más troncos de árbol, plantados en forma perpendicular, y plataformas o andamios de palos cruzados, en general de palmera, todos atados con tientos de cuero mojado que una vez secos y encogidos, sujetan fuertemente las maderas. Para subir al puesto de vigía, en la cima de la estructura, se hacía a través de cortes en los troncos, o por medio de escaleras.

Antes de la guerra, estos oteros eran utilizados para controlar caminos y la costa de los ríos principales.


Capilla del ocio

Muchos memoriosos y añejas crónicas periodísticas mencionan al bar Vila como uno de los más célebres lugares de la bohemia asunceña, de la época en que se acostumbraba a poner las sillas y mesas en la acera y hasta en el pavimento. Claro que, entonces, la fauna motorizada era todavía escasa en la capital.

Eran los años de posguerra chaqueña y de esa época data la aparición de otros locales gastronómicos, más longevos que el que nos ocupa, como el Felsina, Ideal, Polo, etc.

El bar Vila era de propiedad del catalán Manuel Vila, y allí se reunían parroquianos de las más diversas actividades. Y allí también actuaba una célebre orquesta, la del maestro Bolia.

Cuando cerró, en la misma esquina se instaló otro bar, el Royal.
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