Los perezosos dan que hablar

Siempre dan que hablar. Ya porque fastidian, ya porque no producen nada. En las últimas semanas y meses, por los hallazgos, desapariciones, reencuentros. Siempre dan que hablar, especialmente cuando son simples huesos.

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En estos días, realmente, el perezoso anda muy ajetreado. Perezoso aquí, perezoso allá, perezoso acullá. Que fue descubierto, que fue robado, que está, que no está. Informes, conferencias de prensa, comunicados… Mucho movimiento para un perezoso. ¿No le parece?

Perezosos de siempre

Desde hace siglos, los hallazgos paleontológicos son cosa común en el continente americano y en el subcontinente suramericano también. "Hacia el año 1740, tuve en mis manos una muela grande como el puño, semipetrificada; parte era durísima piedra, tersa y resplandeciente como bruñido mármol, con algunas vetas que la agraciaban; parte era materia de hueso, interpuesta algunas partículas de piedra, que empezaban a extenderse por las cavidades, que antes ocupó la materia de hueso", escribía en Córdoba el misionero jesuita José Guevara, en su obra “Historia de la conquista del Paraguay”.

Los conocimientos científicos, especialmente lo referente a la paleontología, entonces, estaban en pañales y muchos de los hallazgos eran considerados como huesos que pertenecieron a gigantes desaparecidos en tiempos pasados. En muchos textos antiguos se dan cuenta de estas gigantescas osamentas y constituyen buena fuente documental los numerosos hallazgos hechos en la región. En 1760, el misionero inglés Thomas Falkner se convirtió en el descubridor del primer gliptodonte que conoce la ciencia en esta parte del mundo. Lo hizo a orillas del Carcaraña, hoy Argentina. En esa misma época, un militar español, el capitán Esteban Álvarez del Fierro, realizaba importantes descubrimientos en la zona, restos fósiles que habrían sido llevados a España.

El perezoso hace su entrada en la historia

En el Museo de Historia Natural de Madrid, España, se conserva el esqueleto casi completo de un megaterio descubierto en Sudamérica por el dominico fray Manuel de Torres. Cuenta el padre Furlong que Manuel de Torres "frisaba en los cuarenta y siete años de edad" cuando supo que en unos terrenos cerca de Luján "existían unos huesos descomunales de animal desconocido", descubiertos por una persona llamada Francisco Aparicio, quien se lo comunicó y solicitó su ayuda para la extracción y estudio de tan curiosa osamenta.

Las amenazas siempre presentes

Al igual que los restos descubiertos hace pocos años en la caverna norteña de Puerto Risso, que manos inescrupulosas rapiñaron y privaron su preservación y estudio, dando lugar a un sainete mediático en el que resalta la inexperiencia e irresponsabilidad en la manipulación de tan valioso vestigio de la prehistoria americana, así también ya en la época del fray Manuel de Torre, personas interesadas intentaban adueñarse de aquellos huesos, según denunciaba el propio fraile en cartas dirigidas al virrey de Buenos Aires.

En otras cartas, fray De Torre informaba el cuidadoso proceso de extracción de aquellos huesos: "Excmo. Señor: Con bastante felicidad he descarnado de toda tierra de encima y lado de los huesos, y tengo en esqueleto todo el animal. No me he atrevido a moverlo, ni lo moveré, ínterin V.E. no se digne ordenar venga un dibujante, para que lo extraiga en papel, porque, de otro modo pienso se malogrará todo el trabajo y V.E. se privará del gusto de ver una cosa muy particular; respecto a estar sumamente tiernos los huesos, y el sol no calentar nada para que se sequen, porque están en un lugar que vierte agua. Haciendo un mapa o estado de ellos, no dudaré que por él se podrán acomodar después, aunque se quiebren, o cuando menos, saber su figura y magnitud. Pienso llevarlos arrastrando en cueros llenos de paja, ya que porque no pueden entrar en carreta por su magnitud, y ya porque me parece más sereno el movimiento del cuero.

"Todo esto he juzgado yo por conveniente, a fin de que se dé al público esta maravilla y providencia del Señor. La savia de V.E. reformará o dará las que mejor convengan para dicho fin.

"Nuestro Señor guarde felicísimos años la vida de V.E. Villa de Luján, 29 de abril de 1787".
El virrey respondió positivamente a lo solicitado por De Torre. Lastimosamente, el enviado del virrey, Francisco Javier Pizarro, un joven petulante, no tomó muy en serio su misión y tuvo varios entredichos con fray De Torre.

El destino final de los huesos

Luego de mucho trabajo, a fines de 1787, los restos óseos estuvieron acondicionados en siete cajones, cada uno de los cuales pesaban unas siete u ocho arrobas –entre 80 y 90 kg–.

A mediados de 1788, fueron remitidos a España. Hacia agosto de ese mismo año, el cargamento llegó a la metrópoli. Varios científicos se hicieron eco del hallazgo y publicaron sus respectivos libros, como “Recherches sus les ossements fosiles”, de George Cuvier; "Descripción del esqueleto de un cuadrúpedo muy corpulento y raro que se conserva en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid", de José Garriga; e, inclusive, un poema humorístico escrito por el bardo alemán, José Víctor Schaffell, o el escrito del gran naturalista inglés Richard Owen.

El megaterio

Este animal de grandes proporciones –alcanzaba unos 6 m de altura, parado sobre sus patas traseras–, era un mamífero placentario del orden Pilosa, pariente de los actuales perezosos, que habitaba el continente americano desde comienzos del Pleistoceno hasta hace unos 8000 años. Sus restos fueron encontrados en el Perú, Venezuela, Argentina, Chile, y recientemente en Paraguay y El Salvador.

Su nombre deriva del griego mega, grande, y therium, bestia. Tenían la cabeza relativamente pequeña, las patas delanteras algo más largas y robustas que las traseras, y estaban dotadas de fuertes y enormes garras.

Eran de hábito alimenticio vegetariano, aunque recientes estudios no descartan que hayan sido omnívoros.

Según los estudios científicos, existieron nueve especies del género Megatherium.
El primero, hallado por Manuel de Torre en 1787, fue descrito por George Cuvier como Megatherium americanum, en 1796. El último descrito fue el Megatherium atiplanicum, en 2001.

Ojalá que futuros hallazgos paleontológicos sean tratados de manera más rigurosa, más responsables y sin aspavientos absurdos. La ciencia estará más que agradecida.

surucua@abc.com.py

Fotos ABC Color/Guido Carvallo/Gustavo Machado.

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