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Y qué mejor compañía que las barullentas avecillas que, escondidas en las copas de los árboles, entonan su sinfonía mañanera alegrando las primeras horas del día.
Para muchos, el domingo es el día esperado para disfrutar de ese regalo auditivo. El tráfago de los otros días no permite prestar la suficiente atención que requiere la canora multitud alada.
Estamos a finales de octubre y, como dice el adagio, más vale tarde que nunca para recordar a los pájaros en su mes.
El nuestro -nuestro costal- trata de los pájaros, como veníamos diciendo y de su mes celebratorio.
Ahora, ¿qué pasa con los pájaros?
Como no somos ornitólogos, ni mucho menos, y como tampoco tenemos los conocimientos de los mismos para recordar a las aves en su mes, buscamos en la historia a personajes que les dedicaron a las aves parte de su tiempo, y les hicieron objetos de sus observaciones.
Dos son los nombres que resaltan por su dedicación al estudio de las aves en épocas lejanas: don Félix de Azara y el misionero jesuita José Sánchez Labrador. Este último hizo de estos seres alados, el tema de uno de sus célebres libros: Peces y aves del Paraguay natural.
"La teoría de los pájaros o de la república alada -escribió el jesuita-, es un prodigio de belleza que no podrá menos de reconocerlo aun el entendimiento más obstinado". Admirando ese "prodigio de belleza", el perspicaz jesuita expresó que "un pájaro es una maravilla que por sí sola manifiesta la causa omnipotente que la organizó con tanta delicadeza, y la vistió de galas, matizadas de hermosura, en la variedad de colores que ostentan sus plumas".
Mucho tiempo dedicó el jesuita a estudiar las aves. Es lo que se desprende de la lectura de su libro, en el que trata de una diversidad de aspectos relacionados con los plumíferos: las formas y estructuras de sus cuerpos, sus órganos internos, sus alas, sus plumas, su manera de volar, su caminar, su pico, sus ojos, sus lenguas. Tampoco deja de anotar sobre sus nidos, sus huevos y sus partes, su alimentación, sus costumbres, etc.
Por su parte, don Félix de Azara, aquel comisario de límites que, durante la larga espera a sus pares portugueses -que nunca aparecieron-, se dedicó a observar el país, su gente y sus condiciones naturales, llegó, según sus propias palabras, a describir 448 especies de aves, divididas en clases o familias "según caracteres que me han parecido deber diferenciarlos".
"Como las aves de paso no viajan más que para buscar alimentos, que dependen siempre de la influencia del sol, siguen constantemente a este astro, o sea, sobre el mismo meridiano, con corta diferencia. No deben encontrarse, pues, en América, que se extiende de polo a polo, las aves de paso del antiguo mundo y, recíprocamente, tampoco las del nuevo en el antiguo; esto es lo que he observado".
Sobre las aves autóctonas, el naturalista comentó que ha visto "un gran número de aves que no son de paso y que existen también en otras partes del mundo. Como sus proporciones, sus formas y sus colores son los mismos en todas partes, parece que puede concluirse que el clima no tiene influencia comprobada. Entre estas mismas aves, que habitan regiones muy diferentes, hay un gran número cuyo vuelo es débil y no parece poder extenderse a grandes distancias; que, por otra parte, no pueden soportar grandes fríos; parece, pues, imposible que hayan podido franquear distancias tan considerables".
Algunas curiosas observaciones de este sagaz naturalista dicen que "las especies que habitan los bosques más espesos no vuelan más que a una pequeña distancia, sus alas son cóncavas y débiles; las plumas del cuerpo, largas; las barbas, separadas y desordenadas; no pueden andar más que saltando. Al contrario, las aves que habitan los campos andan ligeramente; sus alas son rígidas y firmes, el resto del plumaje es más corto, las plumas son redondas, las barbas más unidas, y vuelan a mayores distancias. Las que se elevan hasta la cima de los árboles más altos, sin ocultarse entre las ramas bajas, participan de las unas y de las otras; éstas son las que tienen el vuelo más rápido y los colores más hermosos".
Tanto don José Sánchez Labrador como don Félix de Azara, con ojos de sabios se esforzaron, cada uno en su momento, en presentarnos un panorama detallado de nuestros paisajes y campos de plantas y animales -entre estos las avecillas- que conforman un cuadro vivaz y colorido de nuestra tierra.
Ambos, desde su óptica, dejaron testimonios que, con el transcurso del tiempo, nos ayudaron a conocer la exuberante fauna avícola de nuestro país, de la que disfrutamos de una manera más simple y sin mayores maquillajes, contentándonos con deleitarnos con sus colores y sus dulces cantos.
Por Luis Verón