Los esclavos “invisibles”

Al momento de la independencia en 1811, la mitad de la población asuncena era afrodescendiente y, en su gran mayoría, seguían siendo esclavos. Tener uno en el servicio doméstico era símbolo de estatus social para las familias. La exposición Los invisibles rescata gran parte de esta historia un tanto escondida, que duró 300 años.

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En la casa de los Martínez Sáenz –hoy Casa de la Independencia– vivían nada menos que 12 esclavos al llegar la emancipación patria. Este dato surge del testamento de Antonio Martínez Sáenz y su esposa, Petrona Caballero Bazán. La familia estaba constituida además por dos hijos: Pedro Pablo, casado con Carmencita Speratti, y Sebastián Martínez Sáenz.

“Esta familia tenía 12 paraguayos esclavizados como personal doméstico, que era la finalidad de los esclavos que, en su mayoría, estaban en Asunción. También se los tenían en algunos pueblos en los que vivía gente pudiente, porque era la manera de tener estatus social”, explica la historiadora Ana Barreto, directora del Museo Casa de la Independencia y curadora de la exposición Los invisibles, que estará habilitada hasta fines de julio.

Según el último censo colonial realizado por el gobernador Lázaro de Rivera, en 1799, la Provincia del Paraguay tenía unos 100.000 habitantes, de los cuales entre 10.000 y 15.000 vivían en Asunción. Si el 50 % era afrodescendiente, nos da la pauta de la cantidad de pardos, negros y mulatas que poblaban la capital. De esa mitad de población asuncena, un 35 % estaba esclavizada.

No se descarta la posibilidad de que algunas familias hayan tenido sirvientes indígenas, aunque no en condición de esclavitud, porque a los efectos del estatus de élite, la gente quería tener sus negros y negras en la casa. Los indígenas, desde la primera época, estaban sometidos al régimen de las encomiendas, para las labores de labranza y obrajes.

La exposición se distribuye por las distintas dependencias del museo y se compone de fotografías, valiosos documentos seleccionados por Vicente Arrúa –director del Archivo Nacional de Asunción–, utensilios y libros de la época, entre otros.

Abre la muestra el grabado Joven esclava de Itapúa, en Paraguay, de Sauvageot; publicado por Demersay hacia 1860, en París, y perteneciente a la colección de Milda Rivarola. “No sabemos quién fue ella en realidad; sencillamente, el grabado aparece con ese nombre”, replica Ana Barreto, quien nos hace de guía y transmite su fascinación por la historia.

En el salón-comedor se exhiben objetos relacionados con la labor que desempeñaban los esclavos: servir la comida, calentar el agua en la pava, arreglar la cama todas las mañanas, traer agua caliente para que sus amos se bañen e higienicen, y mantener limpios los bacines que se ubicaban en las sillas sanitarias.

“Si sus amos eran generosos, los esclavos varones podían tener un oficio, como el de zapatero, sastre, barbero, lo que le permitían continuar con una profesión cuando obtuvieran su libertad. Una ocupación muy común de los libertos, también, era la de pulpero, que atendía las despensas. Por otro lado, ese esclavo que compraba su libertad seguía trabajando para comprar, luego, la de sus hijos y esposa”.

En el caso de las mujeres libertas, normalmente, vendían cigarros u otros productos en el Mercado Guasu o bien, lavaban ropas.

En medio del mobiliario de la casa además aparecen como mimetizados maniquíes ataviados con lienzo: “La diferencia entre la ropa de un hombre y una mujer no distaba mucho. Los hombres usaban pantalones, y las mujeres, pollera, que complementaban con una camisola larga con fruncido en el hombro y cinto de cuero. Era obligatorio el uso de ropa de lienzo, no podían utilizar otra, mientras fueran esclavos. Esta era producida por las tejedoras de la provincia”.

Los libertos empezaban a vestirse como los demás habitantes. Pero esto no les fue muy fácil, por la sociedad en la que vivían. “Existía un petitorio que se realizó ante El Cabildo, antes de la independencia, en el que las señoras y los señores de Asunción pidieron al gobernador que regule la manera de vestirse de los exesclavos, porque estos se ponían espuelas, objetos de oro, chaquetas, y los miembros de la élite no querían ver a sus antiguos negros y negras vestidos como ellos. Finalmente, la autoridad sacó una regulación que prohibía que los esclavos y esclavas usen oro; no podían tener anillos, aros, collares y obligatoriamente usaban esa ropa de lienzo”, sigue la historiadora.

Los castigos

El castigo estaba siempre presente durante toda la vigencia de la esclavitud y, en general, se aplicaba lo que decían las leyes de las Siete Partidas, que venían de los tiempos de Alfonso X el Sabio.

Aparte de la cantidad de latigazos estipulada para tal o cual falla, se los podía matar en el caso de que el amo descubriera que su esclavo estuvo con la hija o esposa. “Pero ese límite de cuánto era el castigo generaba siempre una confusión. Por ejemplo, tenemos la historia de un niño de 12 años que fue entregado como regalo de bodas a una pareja de recién casados. Una mañana, luego de hacer otras tareas en el establo, entró a arreglar el dormitorio de su ama y, como tenía la mano sucia, con grasa y hollín, decidió limpiarse con el brocado de seda para evitar ensuciar las sábanas. Cuando la dueña vio eso, dispuso que lo castigaran bastante”.

Pero los excesos –por así decirlo– tampoco quedaban impunes en casos de denuncias. En este caso, el niño –ante la cantidad de latigazos que recibió– recurrió a un juez. Los esclavos tenían una instancia a la cual acudir si se confirmaba que fueron injustamente maltratados o sus amos se hayan extralimitado con el castigo. La disposición podía ser vender al esclavo a otra familia que lo trate mejor.

Al igual que el caso de este niño, existe una profusa documentación en el Archivo Nacional de Asunción de los tiempos de la esclavitud. Por ejemplo, el caso de un jovencito que escapó varias veces de su amo y, como fue en reiteradas ocasiones, le enceparon los pies. Incluso, aparecían avisos en los diarios de la época sobre esclavos fugados, en los cuales daban sus características (boca grande, bajo, con una marca, un corte en la oreja, se ofrece recompensa) como si fueran un objeto. Las páginas de El Semanario y Eco del Paraguay daban cuenta de estos avisos.

Músicos y soldados

Muchos esclavos eran donados a las comunidades religiosas, porque las familias eran muy devotas. Sobran ejemplos de mujeres que no tenían hijos y se sentían morir sin tener a nadie que rezara por sus almas. Entonces, decidían donar a sus esclavos a las Iglesias, para que los curas se comprometan a rezar por su ánima durante tantos años, 50, 20 o 500 misas.

“Un mulatillo, mi esclavo, llamado Ignacio, de edad de siete años, que sirva de sacristán a la iglesia de dicho convento, con cargo que no se lo enajene ni venda a otro poder, porque dese su niñez lo he criado y lo tengo dedicado para limosna que hago a ese convento”, dice un extracto de Josefina Pla en el libro Hermano negro, sobre el testamento de Bonifacia Cabrera (1719).

Es así que muchos esclavos se iban sumando a las comunidades religiosas y se convertían en mano de obra para el clero. Los dominicos, mercedarios y franciscanos tenían una gran cantidad de esclavos en Asunción. Cuando la cantidad que requerían era muy excesiva, normalmente, podían aprender oficios como el de la música y pasar a ser parte del coro.

Otro ejemplo que cita Josefina Pla es un inventario de bienes de la Iglesia de Villeta (1841) cuando el Estado había absorbido gran parte de los esclavos; cinco músicos varones aún componían esa lista. Y en el coro de la Catedral, casi todos siempre eran negros. En toda la América española era normal que los integrantes del coro o los músicos fueran negros.

La compraventa era toda una institución: “Certificamos que hemos vendido a don Juan de la Palma, dos negros y dos negras bozales (recién llegados de África), casta de Angola. Uno de los varones, con la marca en el hombro derecho, de los que trajo a este puerto el barco nombrado Princesa Emilia. Y las dos hembras con la misma marca en el hombro izquierdo”. El mercado de negros para Asunción era Buenos Aires y venían directamente en los barcos hasta la capital.

La venta en otros casos se hacía en forma particular de una familia a otra: “A mi esclavo Marzelino y su mujer, Petrona, doy este papel de venta para que busquen amo a quien servir. El sujeto que se obligue a comprarlos me dará de pronto 50 pesos en algodón y otros 50 en esta cosecha venidera. Para que conste, firmé de mi nombre. Ignacio Arce”. 

El primer esclavo

La presencia de esclavos se dio desde los primeros años de la fundación de Asunción. El primero llegó con Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, en 1542: “Ese es el primer esclavo documentado, porque cuando a Álvar Nuñez se lo expulsó, se tuvo que hacer un inventario de sus bienes y allí decía: un esclavo llamado Juan Blanco”.

El Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, cuando fue a estudiar a Córdoba, entre las pertenencias que su padre le envió estaban las camisas, el mate, los libros y un esclavito de 10 años llamado Mateo. “Mateo va como una parte de los muebles, del equipaje. Entonces, nos da la pauta de la duración de la esclavitud hasta la abolición y la documentación de cada época”, comenta Ana Barreto.

Hay que aclarar que los criados conformaban otro segmento de la población, independiente a los esclavos. Las familias, aparte de sus negros, tenían sus criados en la misma acepción actual. “Pero solo los esclavos estaban en régimen de compra, venta, donación, entrega testamentaria. Hay toda una institución económica y social que sostiene la esclavitud; un capítulo poco tratado de nuestra historia”.

La precursora en abordar el tema fue, sin lugar a dudas, Josefina Pla con su libro Hermano negro, publicado en 1976, pero que no trascendió hasta después de la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner. También, Ignacio Telesca (Tras los expulsos), Ana María Argüello (El rol de los esclavos negros en Paraguay) y Aldo Torres, ganador del premio Branislava Susnik con su obra Lucha individual de una esclava en tiempos de la Independencia. Además, Alfredo Boccia se ocupó del tema con La Esclavitud en el Paraguay. 

Aunque se está trabajando en el tema de la esclavitud –reconoce la historiadora–, todavía no permea en la sociedad, quizás por desconocimiento. “Es lo que buscamos con esta exposición en la Casa de la Independencia, que tiene 240 años y en la que vivieron 12 esclavos, cuyos nombres –en su mayoría– no sabemos, salvo algunos. La idea es transversalizar y contar la historia de ellos. No solamente conocer sobre la esclavitud en el Paraguay, sino entender el mecanismo de invisibilización al que fueron sometidos. Esto tiene un condimento de discriminación muy fuerte, porque entre ser negro y ser indio se manejan los dos tipos de insultos más usuales del Paraguay, y ambos son discriminativos”, expone Ana Barreto.

Abolición que no fue tal

Si bien los primeros esclavos fueron traídos de África, vía Buenos Aires, la esclavitud se trasmitía por el vientre de la madre y la gran mayoría había nacido en la provincia del Paraguay.

Esto era así porque si una mujer esclava tenía relaciones sexuales con un hombre libre (blanco, mestizo, indio, pobre, rico), el hijo o la hija era esclavo.

Muchas veces, para simplificar, se dice que Carlos Antonio López abolió la esclavitud, pero no fue así. Don Carlos dispuso el decreto sobre la Libertad de Vientre de las Esclavas, que no fue una abolición. El artículo 1 del documento que también está expuesto dice: “Desde el 1 de enero del año entrante de 1843 serán libres los vientres de las esclavas y sus hijos que nacieren en adelante serán llamados libertos de la República del Paraguay”. Hasta allí todo parece bien...

Pero el artículo 2 añade: “Quedan en la obligación, los libertos de servir a sus señores como patronos de los libertos hasta la edad de veinticinco años los varones y las mujeres hasta los veinticuatro”. Se publicó en el Repertorio Nacional 1842-1845.

Pero ¿qué pasó? Ese tiempo se cumplía entre 1867 y 1868, cuando sobrevino la Guerra contra la Triple Alianza, con lo cual quedó sin efecto la ley de la Libertad de Vientre. La guerra se hizo total y el Estado les pidió a los dueños de esclavos que los vendan al fisco para ser enrolados en el Ejército, pero la mayoría decidía la entrega voluntaria y gratuitamente. “O sea, el esclavo, el ser humano se dona, como se donan dulces, vestimentas, joyas para la guerra”.

Finalmente, la abolición como tal se cumplió con el Gobierno Provisorio de posguerra, en octubre de 1869, y se consolidó con la Convención Nacional Constituyente de 1870, que les devolvió la dignidad como paraguayos. Pero esa extensa historia, a lo largo de tres siglos, ha quedado como invisibilizada por la sociedad paraguaya. 

Esa es precisamente la filosofía de la exposición Los invisibles Pardos/Negros/Mulatos (La Esclavitud en el Paraguay), bajo la curaduría de Ana Barreto y Vicente Arrúa, con asesoría de Osvaldo Salerno, en uno de los sitios más emblemáticos de la República: la Casa de la Independencia.

pgomez@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Celso Ríos/Javier Cristaldo.

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