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Leticia llegó a la entrevista con su uniforme camuflado y botas, por supuesto, aunque con el pelo suelto y leve maquillaje, dispuesta a contar su historia dentro de las filas de Acá Carayá. Lejos de presentar una imagen enérgica o tosca, se ve muy femenina y agradable.
De padre militar, coronel de Caballería, no es de extrañar que haya elegido este camino. “Siempre me sentí atraída hacia la carrera, pero no tenía edad, así que elegí Veterinaria, que es afín a lo que aspiraba. Por suerte, se dio todo bien y me estoy desarrollando en las dos facetas en las que me siento cómoda”, expresa.
Cursa el segundo año de la carrera de Veterinaria y hace tres meses está en la Escuela de Caballería. En estos primeros meses se siente muy contenida, “mimada” dentro de las filas masculinas. “No me siento discriminada para nada. Mi vida dentro del cuartel es muy tranquila: me levanto muy temprano, a las 5:00; limpio la cuadra, le doy de comer a los animales, y luego disfruto de un suculento desayuno que incluye soyo y cocido con galleta cuartel; al mediodía, los menús son tradicionales”, cuenta riendo.
Aun así tiene una figura que cuida a base de mucho ejercicio. “Realizamos actividades normales. Tenemos entrenamientos que nos obligan a estar siempre en alerta, ya que nuestra función es escoltar al presidente de la República; somos escolta presidencial y en este compromiso no podemos permitirnos ningún descuido”, comenta.
La mantiene ocupada también su labor como auxiliar de equinoterapia, durante la cual interactúa con chicos de capacidades diferentes, lo que también considera gratificante tanto para su desarrollo personal como profesional. “La experiencia es constructiva. La reacción de los niños con relación a los estímulos que les doy es muy linda. Ver y sentir cómo evolucionan o establecen contacto con una es gratificante y motivador”, afirma.
En su vida dentro del cuartel no tiene tiempo para el aburrimiento. “Me siento afortunada; elegí el camino correcto. Mis padres, Miguel Cardozo y Martha Cabañas, me apoyan totalmente. Mi papá es el primer director de equinoterapia y mi mamá es sicóloga. Tengo dos hermanos, Angélica y Sebastián, aunque no quieren saber nada de ingresar a la milicia”, revela.
Pero ella está feliz. “El reglamento, obviamente, es el mismo tanto para varones como para mujeres. Todos los militares estamos regidos por la misma ley de estatuto del personal militar (ley 1115/97). No hay privilegios para mí, aunque eso no quita el respeto y la camaradería que siento. Tampoco tengo ninguna prohibición en cuanto a mi desarrollo como mujer”, afirma.
Muy por el contrario, forja un carácter firme y decidido. “En las Fuerzas Armadas también recibimos instrucciones relacionadas a valores y principios. Se nos inculca honor porque es el derivado del respeto y estima por nuestra dignidad. Valor para emprender las más grandes hazañas sin temor a los obstáculos que se nos presentan. Lealtad, la fidelidad, la nobleza son virtudes que nos obligan a proceder con franqueza, honradez. La camaradería es el sentimiento que nos une por una misma causa para ayudar y servir desinteresadamente al compañero. La abnegación es otro valor que nos enseñan, porque el soldado abnegado es aquel que da más de sí, más de lo que se le exige sin pensar en el sacrificio que ello impone”, cuenta.
Leticia se refiere también a la fidelidad que es el amor inquebrantable que se siente por la patria, solemnizado por el juramento a la bandera y con obligación de defender la integridad de la patria. El patriotismo es el amor que se siente por la patria y el deseo de servirla a fin de engrandecerla a través del trabajo, y defenderla aun a costa de cualquier sacrificio. El espíritu de cuerpo es el amor que se debe sentir por la unidad a la que pertenecemos, tratando en todos los actos de servicio engrandecer el prestigio mediante el trabajo. Y el espíritu militar, por supuesto, que es el ánimo que demuestra el soldado para encarar los trabajos que se le encomiendan y, finalmente, el heroísmo, que es el esfuerzo que realiza un soldado y que lo lleva a protagonizar el hecho extraordinario. “El Paraguay es un país reconocido por la heroicidad de su pueblo demostrada en dos guerras internacionales”, reconoce la joven integrante del Regimiento Acá Carayá.
Reitera que, desde que se incorporó a la Fuerzas Armadas, jamás sintió una cultura machista. “Mis compañeros me dieron y me dan lugar como mujer y camarada al darme la oportunidad de pertenecer al pelotón a caballo Acá Carayá del RC4”.
Pero, ¿qué pasa cuando se saca el uniforme? Se transforma en una linda señorita que viste ropas casuales, cómodas, jeans, remeras, camisillas, shorts. “Que vista el uniforme militar no cambia mi esencia femenina o que elija las ropas juveniles acordes a mi edad. Me gustan también las alpargatas, los crocs”, dice riendo.
Fuera de la unidad, disfruta de su familia. “Comparto con mis amistades y retomo mi actividad normal de civil. Soy bastante femenina; como las demás, me encanta ir a la peluquería, uso tacos altos, me maquillo, salgo a bailar, voy al cine”.
“Me siento privilegiada y agradezco a Dios y a la Virgen María por todas las bendiciones, a mi familia, que me apoya en todo momento; mi abuelo, que hace poquito falleció, es mi angelito y sé que estaría muy orgulloso de mí; a mi abuela Ofelia, una mujer extraordinaria que siempre me apoya en mis decisiones, y me da aliento y fuerzas para seguir adelante; a mi mamá, que me aconseja siempre para que pueda ser mejor persona; a mi papá, por darme el apoyo y enseñarme los valores y el amor hacia mi patria; y a mis hermanos”.
En Acá Carayá, cada tanto (entre cuatro y cinco años) ascienden y a ella le gustaría llegar al grado máximo de suboficial principal de Caballería. De momento ya es la primera mujer entre 70 varones y la futura primera instructora de equitación de las Fuerzas Armadas. Comienza el curso en marzo y culmina en nueve meses. Con seguridad, llega lejos. Está demostrado que las mujeres también pueden ingresar al medio militar, conocer la forma de estudiar y trabajar, y surgir, claro.
Fina estampa
Leticia luce en su uniforme el morrión con la estrella de bonanza. “Tiene los colores rojo, blanco y azul. Es un uniforme que trajo Francisco Solano López en el año 1855 para escoltarle a su padre. Usamos también la lanza, el portalanza, cinturón y bandolera, más las botas y una cola de mono pegada al casquete. Es un uniforme cómodo que usamos en actos ceremoniales”.
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