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A los 30 años de edad, Jesús Pérez (75) tenía “una vida hecha”. Con un matrimonio de años y una hija –Susana–, ya era actor y enseñaba inglés en el Centro Cultural Paraguayo Americano (CCPA). Fue en una de esas clases en que tenía una alumna que sobresalía entre todas: María Inés Riveros (60), de 15 años.
Jesús la recuerda como una vistosa morochita que llevaba siempre una flor blanca en el cabello, “que contrastaba con su tez morena y su cabello negro”, dice. Era educada y muy inteligente. Según cuenta, en broma –con mucho respeto– siempre le decía en inglés: “Un día, tú serás mi esposa”, pero todos reían porque lo veían imposible.
Al terminar el curso, sus caminos se separaron. Jesús siguió enseñando y María Inés empezó a vivir su vida, se casó, tuvo tres hijos y también se hizo profesora de inglés. Años más tarde, Jesús se fue becado a Gran Bretaña y, cuando volvió, se enteró de que ella se había casado. Luego, él fue a trabajar unos años en la Entidad Binacional Yacyreta (EBY) y, cuando volvió al CCPA, la encontró trabajando en el mismo lugar.
Más que colegas, se hicieron amigos. En ese entonces, tras un triste episodio, María Inés ya se había separado y vivía sola con sus tres hijos, luchando día a día para sacarlos adelante. La conexión se fue dando espontáneamente. Susana ya se había casado y Jesús atravesaba una tormentosa etapa de la que se liberó –dice– la noche del 19 de marzo de 1989. “Fue justo el año del golpe. El 3 de febrero cayó Alfredo Stroessner y, el 19 de marzo, llegué yo a la casa de María Inés como un asilado político. Después de una obra de teatro en Fernando de la Mora, vestido con una remera roja, un pantalón azul y un par de mocasines sin media, llegué a su casa, me recibió con los brazos abiertos y nunca más me fui”, comenta Jesús.
Los más contentos con la llegada de Jesús, que entonces tenía ya 51 años, fueron Monserrat, Verónica y Sergio, los hijos de María Inés, quienes vieron en él la imagen paterna que tanta falta les había hecho. Tiempo después vinieron sus dos hijas: Dulce María y María del Mar.
Como ninguno de los dos se había divorciado, a pesar de los años de convivencia, no se habían podido casar. Pero por cosas “del destino”, ambos enviudaron de sus anteriores parejas hace unos años y, poco después, una serie de hechos se fueron dando hasta llevarlos al altar.
Fueron las propias Dulce y Mar quienes, emocionadas con la noticia de la boda, se encargaron de organizar la ceremonia y la fiesta. “Dulce alquiló un auto antiguo con el que hicimos todo un recorrido desde la iglesia María Auxiliadora (centro de Asunción), pasando por el centro hasta el Club Deportivo Sajonia. Toda la gente nos miraba porque era una pareja mayor la que se casaba”, dice María Inés entre risas.
“Para mí fue cumplir con mi deber por el respeto que le tengo a esta mujer tan pura e inteligente, y a mis hijas. Estábamos muy nerviosos el día del casamiento, como si nos fuéramos a casar por primera vez y, después de esto, nos sentimos más unidos que nunca. Dormimos agarrados de las manos, aprovechando juntos cada minuto que nos regala Dios”, expresa Jesús.
Propuesta en Memphis
El extenista Ramón Delgado y su esposa, Alejandra Corvalán, se pusieron de novios dos meses después de conocerse, en marzo de 1998. Los presentó un amigo que tenían en común, salieron a cenar y a bailar. Días después, Ramón tuvo que viajar a una competencia y, cuando volvió, empezaron su relación. A partir de allí “todo fluyó naturalmente y nos casamos en diciembre de 2005”, dice Alejandra.
Durante los siete años de novios, demostraron siempre una gran tolerancia, sobre todo porque Ramón, por su carrera deportiva, pasaba varios meses fuera del país. A ella le tocaba esperarlo con gran ilusión y lo acompañaba, siempre que podía, a sus torneos internacionales.
Ambos lucharon en todo momento por su relación, pero sin descuidar sus intereses como el deporte para él y su formación académica ella. A Alejandra también le tocó salir del país. Después de terminar su carrera fue a España a hacer una maestría en Comercio Internacional, en Madrid.
La propuesta de matrimonio llegó recién en abril de 2005. Ramón estaba participando de un torneo en Memphis –Estados Unidos– y la invitó a pasar unos días con él. Ella en ese momento vivía en Madrid, pero aprovechó unos días libres en la universidad para viajar a verlo. “Le pedí que venga y cuando llegó le entregué el anillo de compromiso”, comenta Ramón.
“La verdad es que no me estiraba mucho conocer Memphis, pero como era para estar con él, acepté la invitación y valió la pena porque al llegar me propuso matrimonio. Era algo que no esperaba, pero me llenó de emoción”, comenta.
A partir de allí empezaron a organizar la boda; ella terminó su maestría y vino a encargarse de todos los detalles. Unieron sus vidas en una ceremonia bendecida por el monseñor Pastor Cuquejo en la Catedral Metropolitana, luego fueron de luna de miel a Australia. Poco tiempo después, llegaron primero Mafe y muy pronto Pauli, que ahora tienen 4 y 3 años.
Desde que se hicieron padres, en 2013 viajaron por primera vez solos por unos días. Fue una experiencia muy buena para la relación, comentan, ya que una de las claves para que un matrimonio pueda ser estable y que el amor siga siempre vivo es tener siempre un espacio para compartir solos, como si fueran novios, afirman. Según Ramón, tratan de hacerlo por lo menos una vez por semana y ahora, con 16 años de relación en total, sienten la misma pasión que el primer día.
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