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En realidad, no recuerda específicamente qué llevaba puesto. Está segura de que era un traje blanco; es el único color que usa desde hace 15 años. Tal vez era un traje con gasa, algo bastante etéreo, como su personalidad.
Lo cierto es que durante aquella boda, una amiga se acercó con un hombre hasta ella. “Gabo, te presento a mi amiga Nati, que es mi ángel de la guarda”, dijo la mujer. Enfrente estaba el escritor, periodista y nobel colombiano Gabriel García Márquez.
Galante como él solo, García Márquez se quedó mirando y, luego de unos segundos, soltó: “Pues de la guarda no sé, pero a la vista está que es un ángel”.
Conversaron durante varios minutos, y resultó que Gabo conocía el trabajo de la dama y decidió pedirle que lo retratara. Con ese fin, volvieron a encontrarse, pero en la casa del escritor en México.
En plena sesión, García Márquez recibió una llamada. Eran agentes de la Policía de algún punto que ahora ya no recuerda. Habían robado la casa de verano del nobel.
“¿Qué se han llevado?”, le preguntó. “Pues se han llevado tres o cuatro libros míos, han robado con mucho respeto. Entonces he llamado a la policía y les he dicho que busquen a los ladrones y les regalen el resto de obras que no han robado”, contestó él.
Entre risas, ella le contó que un par de años atrás algunos malvivientes habían irrumpido en su casa de Madrid. “Se llevaron de todo, menos cuadros míos”, dijo.
Una vez que el trabajo estuvo finalizado y tras una larga conversación, decidió pedirle al escritor que le escribiera una dedicatoria en su libro de firmas.
“¿Y yo qué te pongo?”, cuestionó. “Pero ¿cómo un premio Nobel no sabe lo que decir?”, le recriminó ella.
Entonces, García Márquez tomó su ejemplar de Cien años de soledad y escribió: “Para Nati Cañada, con una flor, de un amigo que no sabe lo que decir”. Gabo.
Esa es apenas una de las tantas anécdotas que tiene para contar la retratista española Nati Cañada. Y vaya que son muchas las que quedaron tras los cientos de viaje que ha realizado y el sinfín de retratos que sus manos han creado.
Y pensar que estuvo a punto de seguir otra carrera, recuerda Cañada durante una entrevista con ABC Revista mientras visitó Paraguay días atrás. Nos atendió en el cuarto de su hotel, en medio de una ajetreada jornada en la que tenía previstos varios cuadros por realizar.
Para Nati, el amor por el arte es una cuestión innata. No era para menos; era hija de un pintor, por lo que las conversaciones en su casa rondaban alrededor de cuestiones como la gente que había ido a la casa para posar o el mural que había hecho para una iglesia.
“Desde pequeños vivíamos en ese ambiente, no fue generación espontánea”, asegura Cañada.
Sin embargo, su padre tenía otros planes para ella.
Eran los años en los que los jóvenes hacían lo que sus padres ordenaban y en los que estos últimos decidían qué carrera universitaria seguirían sus vástagos. Pese a su pasión por la pintura, la decisión paternal estaba tomada: Nati debía estudiar medicina.
Fue así que la niña hizo el bachillerato en ciencias con la mente puesta ya en ser una médica. Pero en el último año del colegio, las cosas tuvieron un giro inesperado.
Nati iba todos los días después de clase a la Academia de Arte de su padre y allí fue aprendiendo varias técnicas, como el bodegón, la estatua, el retrato, entre otras. En ese tiempo, algo en ella debió dejar en claro que tenía talento para el arte.
“No, tú serás pintora”, le dijo su padre un día. “Pues sí papá, yo seré pintora”, aceptó ella.
Entonces, Cañada se matriculó en la escuela de Bellas Artes y siguió la carrera, primero en Valencia y luego en Madrid. Pero el arte corría por las venas de la familia, no solo de Nati, y fue así que su hermana y dos sobrinas también decidieron seguir con la carrera artística.
“¿Por qué el retrato?”, le pregunto.
“No sé si te voy a saber contestar. Las cosas te gustan o no te gustan. Desde muy joven sentía una atracción y una facilidad grande para el retrato. Creo que cuando tienes facilidad para algo, eso quiere decir algo también. No se te dan los dones por casualidad”, afirma.
Pero ese don particular para el retrato se le “reveló” cuando tenía 17 o 18 años. Entre las varias técnicas que se estudiaban en la academia de su padre, el retrato era tal vez una de las más complicadas.
Todas las semanas se hacía uno nuevo. Para ello, un modelo iba a sentarse sobre una tarima para que la clase pudiera dibujar la pose. Un retrato llevaba por lo menos una semana, dos horas diarias de lunes a sábado.
En una de aquellas semanas, Nati recuerda que comenzó a pintar con una furia tal que todo su entorno desapareció de su vista. Eran solamente ella, su caballete y la modelo.
La cuestión es que el trabajo que le tenía que tomar al menos 12 horas estaba terminado en una. Tal era la inspiración de Nati que tomó su caballete, lo llevó a otro lugar y dibujó la pose de la misma modelo desde otro punto de vista. Y volvió a terminar antes de tiempo. Así que decidió hacer un retrato más.
Lo cierto es que en dos horas había terminado el trabajo que debía llevarle en teoría tres semanas.
Su padre, siempre exigente con ella, la miró complacido y le dijo: “Tú harás algo en retrato”.
Palabras proféticas. Nati Cañada lleva hoy más de cinco décadas de carrera y realiza trabajos en diez países sin parar. Pese a lo complicado que podría sonar, ella afirma con una sonrisa dibujada en el rostro que “me gusta muchísimo, trabajo mucho”.
“Lo más fácil es pintar el cuadro, lo más difícil es cómo quieres tú el cuadro”, manifiesta mientras nos muestra un retrato familiar en el que posaron nueve personas. Un trabajo complicado, pero simplemente por la composición.
“Una vez que sabes cómo quieres el cuadro ya es fácil. Faltaría más después de tantos años”, agrega.
El proceso no es muy complicado. La persona que desea ser retratada debe agendar cita con Nati y luego ir a posar. La artista le toma unas notas y algunas fotos. Con todo eso, ella realiza el cuadro en su estudio situado en Madrid.
“Cuando ya tengo todos los cuadros, los meto en una caja, los traigo, la gente viene y les doy los últimos toques de parecido con la persona adelante”, puntualiza.
Algunos trabajos pueden tomar más o menos tiempo. “Es absolutamente aleatorio”, aclara.
“Hay retratos que salen a la primera y otros que se tuercen –pocos, eh–. Yo normalmente no suelo corregir; cuando hay que corregir, prefiero abandonarlo y empezar otro. La cosa tiene que ser a la primera”, acota.
Nati Cañada visita el Paraguay desde 1997. El de esta oportunidad es su viaje número 121 a América. Como estas travesías casi siempre incluyen tres o cuatro destinos, en algunas ocasiones llega a tomar hasta 18 aviones.
Pero siempre trata de regalarse un día sin trabajar en los países que visita. Sin embargo, el día libre no lo dedica ni a ir de compras ni a conocer catedrales o museos. “Los dedico a la naturaleza”, señala.
En una de las ocasiones que visitó nuestro país, le llevaron a realizar un recorrido por el río Piribebuy en kayak. “Yo pensaba que iría como una princesa y, una vez que estuve en el kayak, me dijeron ‘toma el remo’”, rememora entre sonrisas.
Fue un paseo que duró cuatro horas. “Una delicia. Solamente se oía el canto de los pájaros, los árboles caídos sobre el agua”, agrega.
Tuvo la oportunidad de conocer la reserva Mbaracayú, en San Bernardino. “Me parece maravillosa la naturaleza que tenéis aquí”, sentencia.
En esta ocasión visitó las cataratas del Iguazú del lado argentino. El viaje era un regalo sorpresa por el cumpleaños de su hermano, Alejandro, quien también se encontraba por el país.
juan.lezcano@abc.com.py