La japonesa de las palmeras

Irma Terumi Watanabe es coleccionista de palmeras. Su afición comenzó quince años atrás cuando debió enfrentar un desafío comercial. Más allá del trabajo, empezó a intercambiar semillas con amigos de otras partes del mundo. Su hobby tiene un secreto: mucho cariño y luz de luna.

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"Empecé a plantar las palmeras por pura curiosidad", comienza relatando Terumi, una paraguaya de origen japonés, mientras se interna entre las matas que pueblan su invernadero del barrio San Pablo, de Asunción. Atraída desde muy joven por las plantas, hace unos quince años se le presentó una gran oportunidad, enfrentó el desafío y lo aprovechó muy bien.

"Nos visitó un chileno, de origen japonés, que sabía que me gustaban las palmeras y que yo tenía un terreno en Piribebuy. Me propuso cultivar dos especies de palmeras de interior (Chamaedorea elegans y Chamaedorea seitfrizy) para enviarlas a Chile. Así comencé plantando a gran escala para exportarlas; ahora mismo tengo 85.000 plantas en una parcela de cuatro hectáreas y estoy formando otro vivero en Villeta", explica.

La mujer no se conformó con cultivar las dos especies como parte de un contrato comercial. Se encariñó tanto con estas plantas que decidió armar una colección con todas las variedades que llegaran a sus manos. Así, el trabajo se hizo hobby y ha completado una treintena de especies, con una buena cantidad de palmeras nativas del Paraguay.

Internarse en su jardín y en el resto del patio es una verdadera visita guiada a la botánica. "Me gusta descubrir qué tipo de temperatura y de sol requieren, qué suelo les gusta, cómo pasan el invierno y cómo les beneficia el verano. Investigo sobre cada una hasta saber qué características tienen", continúa.

De Brasil

Varias de las especies de la colección provienen de Belém de Pará (Brasil), donde Terumi se ha hecho de buenos amigos con quienes intercambia semillas de karanda’y con las palmeras más raras de esa región. "Asistí a un seminario para aprender más acerca de las palmeras y así pude hacer contactos.

Incluso, el instructor -que es de Costa Rica- me sigue enviando semillas desde Centroamérica", señala. Durante uno de sus viajes al Brasil, recuerda que debió comprar una valija enorme para traer las semillas. "Llené la maleta, pero solo me sobrevivieron 12 plantitas. Depende mucho de la especie".

Entre las rarezas de la colección hasta se encuentra una variedad de palmito (cuyo nombre científico está investigando). Tiene una fruta que, al ser licuada, produce un refrescante jugo.

Quienes la conocen saben que el mejor regalo para esta mujer es una semilla de palmera. "Todos mis amigos saben de mi afición y me las regalan siempre. Es el mejor obsequio. Así también me han regalado plantas raras o de difícil cuidado que yo voy plantando". Entre sus múltiples palmeras no es difícil encontrar desde un arbolito de Ginko, originario del Japón, hasta una planta de alcanfor, insulina y variedades de otras latitudes.

Su esposo y sus hijos comparten con ella su hobby y le ayudan a conseguir especies y, a veces, hasta le dan una mano en el jardín.

A la hora de brindar cuidados a sus palmeras, Terumi Watanabe no escatima tiempo ni esfuerzo. "Yo misma quiero estar con mis plantas, aunque ellas no necesitan tanta atención.

Solamente las debo regar una vez por semana con abundante agua y se las arreglan solas. Pero hay otras a las que voy mimando más y trato de descubrir qué les falta, les daña o les hace bien. Creo que por eso crecen". Convivir con las palmeras, para esta mujer es un verdadero placer y las técnicas no se aprenden de los libros, sino de la experiencia vivida cada día.

Además tiene un gran secreto: la luna. "Aunque no me crean, yo siempre tengo en cuenta las fases de la luna y lo tengo comprobado con varias especies. La gente de antes no cortaba la tacuara en menguante y, así también, todas las palmeras son influenciadas enormemente por la luna. Y aunque suene un poco romántico, es la realidad".
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