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Una de las ideas más curiosas fue la invención de un audífono camuflado como un florero. El florero estaba rodeado por trompetillas que dirigían los sonidos que emitían las personas sentadas alrededor de la mesa a un tubo que la persona con deficiencia de audición mantenía discretamente cerca de su oído. Este dispositivo nunca llegó a tener éxito, entre otras cosas, porque las flores del florero reducían significativamente la capacidad de la trompetilla de conducir el sonido.
Por otra parte, alguna importancia tendrá el florero para que en la ciudad de Bogotá exista, como monumento nacional, la Casa del Florero o Museo 20 del Julio, que marca el punto cero de donde parten los caminos de la libertad en Colombia, vinculada al nombre de Don José González Llorente.
Una tendencia generalizada supone que este noble objeto es, simplemente, de uso decorativo, y no falta algún atrevido que en sus petulantes discursos abunda en tonterías sobre su inutilidad. Sin embargo, la misma historia se encarga de refutar esta errada referencia, cuando señala que lo único respetable que tuvieron los caleluchos fue precisamente el florero. Aunque la tribu de los caleluchos sea todavía considerada, hasta hoy, una plaga insoportable, los cronistas cuentan que por error crearon la instauración del alto cargo del florero, que en otros sitios se dio en llamar vice presidencia de la nación.
El escaso sentido común de los caleluchos les indicó que el florero es de una gran necesidad en la casa de la dama y del caballero, en la oficina y en el cuartel, en la ciudad y en el campo, en el palacio y en la confitería, así en la tierra como en el cielo. Claro que antes de crear el florero decente, se dedicaron al arte de perfeccionar excrementos. Escatológicos como guarros y debido a la abundancia de su excreción, descubrieron las virtudes del bacín, al cual le adjudicaron el poder ejecutivo. La aparición del inodoro se volvió sinónimo del legislativo y así a su vez, el enema, se convirtió en símbolo del poder judicial.
Por simple deducción queda bien claro cuál era la actividad predilecta de aquella tribu taimada y a ella se dedicaban, día y noche, para desgracia de los sufridos habitantes de aquella infeliz comarca. Por eso, aquella indecente cúpula gobernante es recordada, no precisamente por el aroma de las flores que embellecen el ambiente en los floreros, sino por el desagradable olor característico de los baños públicos.
Por Carla Fabri
Por otra parte, alguna importancia tendrá el florero para que en la ciudad de Bogotá exista, como monumento nacional, la Casa del Florero o Museo 20 del Julio, que marca el punto cero de donde parten los caminos de la libertad en Colombia, vinculada al nombre de Don José González Llorente.
Una tendencia generalizada supone que este noble objeto es, simplemente, de uso decorativo, y no falta algún atrevido que en sus petulantes discursos abunda en tonterías sobre su inutilidad. Sin embargo, la misma historia se encarga de refutar esta errada referencia, cuando señala que lo único respetable que tuvieron los caleluchos fue precisamente el florero. Aunque la tribu de los caleluchos sea todavía considerada, hasta hoy, una plaga insoportable, los cronistas cuentan que por error crearon la instauración del alto cargo del florero, que en otros sitios se dio en llamar vice presidencia de la nación.
El escaso sentido común de los caleluchos les indicó que el florero es de una gran necesidad en la casa de la dama y del caballero, en la oficina y en el cuartel, en la ciudad y en el campo, en el palacio y en la confitería, así en la tierra como en el cielo. Claro que antes de crear el florero decente, se dedicaron al arte de perfeccionar excrementos. Escatológicos como guarros y debido a la abundancia de su excreción, descubrieron las virtudes del bacín, al cual le adjudicaron el poder ejecutivo. La aparición del inodoro se volvió sinónimo del legislativo y así a su vez, el enema, se convirtió en símbolo del poder judicial.
Por simple deducción queda bien claro cuál era la actividad predilecta de aquella tribu taimada y a ella se dedicaban, día y noche, para desgracia de los sufridos habitantes de aquella infeliz comarca. Por eso, aquella indecente cúpula gobernante es recordada, no precisamente por el aroma de las flores que embellecen el ambiente en los floreros, sino por el desagradable olor característico de los baños públicos.
Por Carla Fabri