La guerra del hielo

Se puede decir que el hielo llegó oficialmente al Paraguay de la mano con la cerveza en la primera Cervecería Nacional, en 1910. Con el crujiente sol de nuestros veranos no es difícil suponer que la demanda pronto superaría a la oferta. A fines de los 60 y a lo largo de los 70, conseguir una barra de hielo en Asunción desataba una verdadera guerra y un floreciente mercado negro. Pero como no hay mal que dure 100 años, tuvo su final.

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“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, así comienza el fascinante relato de Cien años de Soledad. En Macondo, las casas se contaban con los dedos y el hielo era “el gran invento” que llevaron los gitanos bajo aquella legendaria carpa.

En la Asunción de hace décadas, la realidad en torno a los sentimientos y el ajetreo que despertaba el hielo, tal vez no era muy diferente.

“El hielo se convierte en un elemento vital, urgente, para soportar los 38 °C bajo sombra. Las heladeras familiares no dan abasto y la producción de la cervecería se agota ante una demanda que crece en forma paralela con la temperatura”, así introduce un relato de ABC Color del 12 de diciembre de 1968, reflejando la realidad de la calurosa capital paraguaya en la única esquina de expendio de entonces –que estaba en Hernandarias y Oliva–.

La información no podía ser más ilustrativa y crítica: “En cuatro siglos de calor –de calor a veces africano– hasta el día de ayer solamente una fábrica de hielo atendería la angustiosa demanda de la población. Tal circunstancia originaba un verdadero drama. Con los rigores del sol, los apretujones, la casi desesperación, muchas veces hacían intervenir hasta al Ejército y la Policía para poner orden y evitar accidentes. La intervención de las fuerzas públicas no figura en el esquema de las empresas modernas para satisfacer la demanda de sus clientes. Sin duda, no es el ideal de las Relaciones Públicas, los soldados con fusiles, por la necesidad imperiosa de la ciudadanía, por el nerviosismo que reinaba, solamente con la señalada medida era posible un poco de orden”.

Afloraba la confusión y angustia ciudadana por la obtención de una barra de hielo. Petrona Cañete, una alojera proveniente del barrio Republicano, entonces contaba que llevaba cuatro horas peleando para conseguir el producto, con lo cual dejaba de trabajar toda la mañana. Otro niño de 12 años, que cumplía un mandado de su patrona, decía: “Si me voy sin hielo, la señora me pega. Dice que vengo a jugar toda la mañana. Creo que me va a pegar ya otra vez”.

“Me tiene reventado este asunto del hielo. No sé por qué Dios no puso al hombre una glándula de refrigeración en vez de saliva”, reflexionaba Luis Garcete, joven de 18 años de entonces.

En esa época se recibía con beneplácito la noticia de la instalación de una nueva fábrica de hielo que acabaría con el monopolio de la otrora Cervecería Nacional, que precisamente había nacido en 1910 con el hielo como principal rubro.

“La noticia era un alivio ponderable para la cantidad enorme de personas que todos los días, como una condenación, sufre la dificultad de conseguir siquiera media barra de hielo en el local de la Cervecería Paraguaya”, continúa la crónica.

La nueva fábrica estaba ubicada en Vice Presidente Sánchez casi Eusebio Ayala y pertenecía al señor Germán Rojas. Producía hielo en barra utilizando agua de Corposana y la capacidad de producción era solo de 350 barras cada 24 h. Sin embargo, tampoco pudo acabar con la agonía de la población en fechas topes.

La cuestión del hielo en esa época era tal que se había publicado un editorial bajo el título El problema del hielo unos días antes, el 3 de diciembre de 1968: “El expendio del hielo sigue siendo un problema que no ha hallado solución satisfactoria. En efecto, en diversos sitios de la ciudad, inclusive en los alrededores de la Cervecería Paraguaya, la barra de hielo se vende a precios que oscilan entre cinco y ocho veces de su precio normal”.

Para las fiestas de Navidad y Año Nuevo, la Cervecería Paraguaya anunciaba un promedio de entre 27.000 a 30.000 barras de hielo para satisfacer la demanda de la población capitalina. La producción diaria era de 4500 barras que se sumaban a la de la nueva empresa en el 68. Para mejorar la distribución, ya se habían dispuesto 25 camiones de reparto y otros depósitos de tal forma a evitar las aglomeraciones en la esquina tradicional de ventas.

En aquellos años del verano candente se estimaba que para satisfacer a la población, se necesitaban 6000 barras por día.

El rentable negoció llevó a la aparición de una incipiente competencia. Para abastecer al público, la tradicional Heladería Americana, de la avda. Eusebio Ayala esq. Vice Presidente Sánchez, anunciaba un servicio especial de venta de hielo al público, a través de su fábrica ubicada en el edificio contiguo, casi frente al Colegio Nacional de la Capital.

Pero no se daba abasto en esos días de intenso calor de enero, en los 70. “La única solución –según voceros de la cervecería– era que viniera un aire fresco y haya menos calor que permita hacer y renovar la reserva de hielo”. Todo el stock se había agotado a fin de año. Eran impresionantes las aglomeraciones diarias frente al depósito, pues la temperatura había llegado a 39,5 °C.

Además debía mantenerse una reserva para la celebración del carnaval, por tanto, había que racionar la venta del hielo, pues una mayor producción estaba supeditada a un día de lluvia o a que baje la temperatura. En el caso de las empresas privadas, tropezaban con la provisión de agua de Corposana que era insuficiente.

La intensa búsqueda del hielo daba pie a todo tipo de abusos que se cometían en la venta y reventa de las barras en diversos sitios de la ciudad. En las inmediaciones de la principal boca de expendio de la cervecería se revendían hasta en G. 300 y en la zona del Mercado 4, a G. 350. El precio real era de solo G. 60 en el depósito de Hernandarias y Oliva.

Pero poco o nada se podía hacer contra la especulación, pues la Policía stronista se sentía “impotente” para reprimir a los especuladores. Aunque sí podía contra el resto de la población.

De todas maneras, las aglomeraciones y peleas se daban siempre hacia las fiestas de fin de año, carnaval, 8 de diciembre, y la gran reserva de 30.000 barras se consideraba suficiente: “Toda vez que no haya una canícula como la que hubo en el mes actual con temperaturas de más de 40 °C en la capital”.

Fábrica en casa y cubitos

A fines de 1969 apareció en gran lanzamiento la fabricadora casera de hielo, la “Gelomatic 290”. En tanto, la batalla seguía en las calles por la barra, pues no mucha gente podían pegarse el lujo de llevarse estos flamantes electrodomésticos. Las tarjetas de crédito y promociones no existían.

La pelea industrial, por tanto, se libraba en otro campo. En 1970 empezó a venderse en Asunción el "hielo seco" de Azucarera Paraguaya, otra gran novedad contra el calor estival.

Con el avance de la modernidad en la Capital de fines de 1973 se inauguró una novedosa fábrica de producción de hielos en trocitos. Aparecieron marcas como Amandau e Ysaca de Industrializadora Cristal, cuya planta estaba en Juan del Castillo casi Eusebio Ayala. Para el año siguiente, ya se ofrecían 20 toneladas de hielo en trocitos y bolsas por día, las que serían distribuidas en gasolineras. Las bolsitas de 3 kg costaban G. 30 en 1975. Pero estos precios sufrían un brusco salto cada fin de año. Poco después se sumaron Frescubo y Refinería Paraguaya (Refco), según el Archivo de ABC Color.

Pero esto no terminaba aún con la batalla campal por el hielo. Las crónicas de 1978 daban cuenta de que la barra se vendía en “bolsa negra” al exorbitante precio de G. 1000 y “según la cara del cliente”. El precio oficial y real era de G. 125 la barra en Casa Rodríguez, depósito n.° 1 de la cervecería, ubicado en Oliva y Hernandarias, el punto oficial de ventas.

El entorno seguía siendo foco de los empujones, y la lucha por conseguir una barra de hielo bajo vigilancia de la Policía, la Dirección General de Tránsito y la Marina, donde las esperas comenzaban al alba y se prolongaban durante horas.

Muchos camioneros se avivaban y compraban en cantidad para ofrecerlos en la misma cuadra a mayor precio. También una buena cantidad de carretilleros se sumaron al “gran negocio” colocando las barras en bolsas negras con aserrín y así ofrecerlas al precio que quisieran a los que no deseaban esperar o meterse en el lío.

Hacia 1980 aparecían Depósitos de Bebidas que ofrecían “barras de hielo tipo cervecería”. Así se fue descomprimiendo la pelea y aumentando las posibilidades de obtener el producto.

Con el correr de los años y la profusa competencia: “La venta de hielo ya no es negocio como antes”, decía un titular de ABC Color del 28 de diciembre de 1982.

El “Ya no faltará hielo”, información obligada para cada fiesta de fin de año, dejó de ser noticia debido a la cantidad de fábricas y la masificación de las heladeras y congeladores. La guerra duró décadas, pero no llegó a 100 años.

La aparición del hielo

Antes del hielo, los paraguayos enfriaban sus bebidas en las cristalinas aguas de los manantiales. También se usaban canastos para depositarlos en los fondos de los pozos. Se habla de que la misma Madame Lynch llevaba sus botellas de champaña y las enfriaba durante la guerra en los lugares más frescos de los arroyos.

El Arq. Jorge Rubiani en su libro, Postales de la Asunción de Antaño, refiere que el hielo irrumpió en la vida asuncena luego de la Guerra de la Triple Alianza, en la época de la reconstrucción nacional. En 1872 era inminente la apertura de la primera fábrica de hielo a cargo de un señor Junquer y, poco después, Federico Sieber debía establecer una fábrica de cerveza, según publicaciones del diario La Reforma.

Diez años después, en 1883, el gobierno del general Caballero autorizaba a José Carbonel y Leopoldo Wesner a establecer otras sendas fábricas de cerveza. Dos años más tarde, Pecci Hnos. inauguraba otra fábrica de hielo en Arsenal Cue (hoy Cervecería Paraguaya).

El hielo siempre llegó de la mano de la cerveza. Luis Verón, en su serie Entérese, menciona que en 1896 se instaló la primera cervecería en Asunción (la primera del país estuvo en San Bernardino desde 1881) fundada por los hermanos Creydt sobre General Santos, en Tuyucuá, donde hoy está el complejo Textilia.

En 1898, esta cervecería fue transferida a los uruguayos Juan y Pedro Bosio, quienes trasladaron la fábrica sobre Benjamín Constant y luego sobre Palma, donde está el edificio de la ex-APAL.

En 1910 se convirtió en la Cervecería Nacional y, en 1923, se fusionó con la Cervecería Americana, fundada en 1917. Otra cervecería que sumaba la firma era la fundada en 1907, en Sajonia, por Eduardo Schaerer, que había desaparecido con un incendio tres años después.

Por decreto del gobierno de Félix Paiva, en 1938, se prohibió que las empresas privadas lleven el nombre de “Nacional” y la Cervecería debió pasar a ser “Paraguaya”.

pgomez@abc.com.py

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