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Desde el principio de los tiempos, y con diferentes fines y formas, los seres humanos hacemos rituales para transitar por las etapas de la vida. El poder simbólico que estos actos traen a nuestra existencia permite enfocar propósitos, concentrar energía y canalizar intenciones.
Los humanos estamos dotados de una capacidad simbólica especial, y ligada a esa capacidad hay una parte de nuestro cerebro consagrada a la elaboración y práctica de rituales. Capacidad simbólica, emocionalidad, lenguaje, fantasía y rito son habilidades que aparecen en nuestra especie como parte de una caja de herramientas que nos posibilitó dar el salto de la manada a la tribu, de la evolución genética a la evolución cultural.
Con esas habilidades evaluamos un entorno social por el espacio que ofrece a todas ellas y solo un ultrarracionalismo pretendió que olvidemos de nuestra ritualidad, sin acabar con ella, pero relegándola a un rol vergonzante, similar al reservado a la sexualidad y a las emociones.
“Los ritos son necesarios”, le dice el zorro al Principito en un capítulo del libro de Saint- Exupéry. “¿Qué es un rito?”, pregunta el Principito y el zorro le responde: “Es lo que hace que un día sea distinto de los otros días; una hora, de las otras horas. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en un día fijo, todos los días se parecerían, y yo no tendría vacaciones”.
Al frivolizar lo ritual se desprecia lo sagrado y se atrofian facultades espirituales en la conciencia. Cuando se vacía el contenido sacro del rito se pierde gran parte de la experiencia transformadora que se vive al acceder a la escuela, a la universidad, al trabajo. Se deja de lado la importancia del compromiso matrimonial cuando se desconoce la conmoción que el casamiento produce en la vida de los contrayentes y en la vida social de su entorno, en el momento en que se enamoran, se constituyen como pareja y se reproducen.
Al desconocer la riqueza espiritual que hay detrás de cada experiencia, los objetivos se centran en tópicos sobre poder, estatus social, dinero, belleza física, felicidad de fotografías… y se olvida la parte sagrada de las celebraciones, a la cual solo se puede acceder trascendiendo las propias limitaciones.
Las celebraciones rituales invitan a aprovechar la gran realidad de estar juntos, viviendo las mismas experiencias desde distintas individualidades. Feliz 2013.
carlafabri@abc.com.py