La balada de Yoko y John

Fueron una de las parejas más disparejas que podemos encontrar si miramos por fuera. Pero basta con observar atentamente para saber que eran el uno para el otro. Yoko Ono y John Lennon eran la melodía perfecta; solo necesitaban paz.

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Y no, no fue nada fácil... Ni al principio ni al final. Se conocieron un 9 de noviembre de 1966. Él visitó la galería de arte donde ella estaba exponiendo en Londres. Los presentó el dueño del lugar. Él tenía 26 años; ella 33. No era dueña de una belleza que llamara la atención, pero tenía –como dicen los franceses– un “no sé qué” que lo atrajo. Tal vez fue porque no lo reconoció. O porque no era como las otras; al verlo, no gritaba, ni lloraba ni se desmayaba. Cuando lo miraba, lo veía a él: al niño abandonado por su padre y su madre, criado por una tía. No veía a un Beatle, a una leyenda conocida mundialmente. No la conmovía su fama; estaba distante de la música popular. Al ego de John le picó un poco al principio. ¿Cómo ella osaba decir que no lo conocía? Pero igual ¡le encantó!

Eran dos seres que se buscaban y se encontraron. Más que amantes, tal vez fueron compañeros, compinches. Con ella, él se sentía seguro, tranquilo, lejos de las tentaciones. Ella calmaba la sed de su alma. Y fue verse, y entrar en sintonía y comenzar a componer su balada de amor. Formaron una alianza para dedicarse al activismo social y político. Abogaron por la paz, la liberación de la mujer, el medioambiente y el amor entre los seres humanos. Juntos eran imbatibles. Se olvidaron del mundo, de todo… hasta de que ambos estaban casados… Él con Cynthia Powel y ella con Anthony Cox. Bueno, esa es otra historia…

El 20 de marzo de 1969, tras ir y venir de aquí para allá intentando contraer matrimonio y tras intentarlo en París, y en otras ciudades europeas, obtuvieron el permiso para casarse en Gibraltar. En esta pareja atípica, obviamente, la relación no iba a ser nada convencional. Pasaron su luna de miel en Amsterdam; siete días sin levantarse de la cama; una semana de acción... pero de protesta no violenta por la paz, que llamaron Bed-in for peace (En la cama por la paz). No olvidemos que eran los 60 y el movimiento pacifista estaba en su apogeo. El 14 de abril de 1969, poco antes de la producción del álbum Abbey Road, los Beatles estrenaron uno de los temas más famosos del grupo: The Ballad of John and Yoko (La balada de John y Yoko), una inspiración de Lennon, pero siempre en colaboración con Paul McCartney. Se trataba de una balada tradicional que narraba las peripecias que tuvieron que pasar para poder casarse; nada que ver con el estilo pop del grupo. En esa época también lanzaron la canción Give Peace a Chance (Dale una oportunidad a la paz) (1969), que se convirtió en un himno pacifista.

A muchos les agradó esta unión; a otros, no. La mayoría pensaba que ella ejercía una fuerte influencia que terminaría alejando a John del grupo. Sea o no ella la culpable –¡vaya uno a saber!–, en 1970, los Beatles se separaron definitivamente.

Tras la disolución del grupo, John y Yoko pasaron los momentos más difíciles de su relación: él se enfrentó a una posible deportación a Gran Bretaña por acusaciones relacionadas con el consumo de drogas y ella buscaba desesperadamente a su hija, Kyoko, quien fuera secuestrada por su padre. No soportaron la presión y se separaron en 1973. Yoko se quedó en Nueva York y Lennon... ¡ajajá!, con su “presión” May Pang en Los Ángeles. Pero lejos de Yoko, John volvió a los excesos.

Ella, consciente de que si amas a alguien debes dejarlo ir, le dio su libertad. Sabía que volvería, sin “presión”, que no soportaría la vida sin ella. Luego de mucho rogar, él regresó en 1975. Y ella accedió, comprensiva, como siempre. A fin de cuentas, lo amaba. El 9 octubre de ese año, la misma fecha del cumpleaños de John, nació Sean, el hijo de la pareja.

Alegando que debía criar personalmente a su hijo, John se retiró de la música y se recluyó en su apartamento de Nueva York. La llegada de Sean significó un aire fresco para el matrimonio: una segunda oportunidad de ser felices.

Pero no era fácil, solo querían paz. Sabía que lo crucificarían y así fue. La fatídica noche (nunca falta una que empañe la felicidad) del 8 de diciembre de 1980, la muerte lo estaba esperando en la entrada de su edificio. John y Yoko regresaron casi de casualidad al apartamento al salir de un estudio de grabación, ya que tenían pensado ir a otro sitio. Pero John extrañaba al pequeño. Insistió en pasar a verlo antes de que se durmiera.

Cuatro tiros rompieron el silencio de la noche. Era Mark David Chapman, quien, de esa manera, puso fin a la vida del ex-Beatle. John tenía solo 40 años. Yoko fue testigo del ataque.

Treinta y tres años han pasado. Ella aún vive en el departamento, que, desde entonces, es su refugio, su santuario para rendir culto a su amor. “Es el único lugar que me quedó, el lugar que compartíamos John y yo”, afirmó alguna vez.

“¡Cristo! no es nada fácil./Ya ves lo difícil que puede ser./Tal y como van las cosas./

Acabarán crucificándome”. Así culmina, casi profética, La balada de John y Yoko. Solo querían paz. No la consiguieron.

Fuente: Internet

mpalacios@abc.com.py 


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