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María Magdalena tenía unos cinco años cuando su madre le comentó en el pequeño oratorio familiar en Ñumí, Guairá: “Tu madrina se va al convento”. “¿Qué es eso?”, preguntó. “Para ser hermana y servir a Dios”, explicó la madre. Entonces, en su inocencia, la pequeña inquirió: “¿Para ser santa cuando muera?”. “Sí”, contestó la madre. “Entonces, ¿yo también puedo ser monja?”, insistió. “Y si Dios te llama, puedes”, volvió a contestarle su madre.
Desde entonces, en su pequeña cabecita quedó la idea de que tenía que ser hermana, aunque nunca había visto ninguna. Para los creyentes, los designios de Dios son inescrutables. Y las cadenas de señales del llamado no se hicieron esperar. A los 10 años, María Magdalena perdió a su madre. “Nos quedamos las tres hermanas con mi padre”, recuerda. Un día, también, se enteró de que una pariente se iba al convento de las monjas azules (L’Immaculée Conception), pero poco antes de tomar los hábitos falleció. “Yo iré a reemplazarla”, pensó.
Además, en la misma época, un sacerdote amigo de la familia consultó con su padre si alguna de las niñas querría ser monja en Asunción. María Magdalena aceptó. Tenía solo 14 años e ingresó en una congregación de religiosas españolas, con las que permaneció tres años. Pronto, se le unió su hermana mayor. “Pero yo siempre tuve en mi mente que quería ser hermana azul”, evoca. Entonces, fue a Caazapá, donde estaban ellas.
Como ya tenía 17 años, la enviaron para el noviciado en Lomas de Zamora, Argentina. “Allí estuve tres años: uno de postulantado y dos de noviciado”, cuenta. María se quedó dos años más para culminar sus estudios secundarios. Ni bien lo hizo, tuvo que regresar, porque el clima del país vecino no era bueno para su salud. Retornó a Caazapá, donde se recibió de docente y cumplió los años de juniora o joven profesa. Junto con el anillo del voto perpetuo, comenzó su largo camino de servicio en el ejercicio de la docencia en diferentes localidades.
Comenzó en Saladillo, cerca de Concepción, en una escuela rural por tres años. Luego, dos años en Córdoba. De allí vino al colegio de monjas de Encarnación. “Enseñé por 12 años”. En esa ciudad fue la maestra del expresidente Fernando Lugo, en el 2.° grado. Entretanto, siguió las carreras de Licenciatura en Filosofía y Pedagogía, “solo para acompañar y animar a las otras monjas, pero vine a terminar en Asunción porque me trasladaron”.
Volvió por un año a Concepción. Luego, fue directora del colegio Immaculée Conception por seis años. “Ya no ejercía la docencia, pues tenía muchas actividades, aunque a veces ayudaba en las clases de Matemáticas, porque me encantaba”. Después, le pidieron volver a Caazapá, donde ejerció la dirección y enseñaba francés. Sí, sor María Magdalena también hizo cursos de francés y viajó a Francia.
Retornó a Asunción, pero por solo un año. En el 79 la nombraron directora del noviciado, hasta que en 1987 vino de Roma el nombramiento del cargo de Provincial en el Paraguay. “Aunque sabía que no era una tarea fácil –en esa época teníamos 18 comunidades paraguayas–, acepté en nombre de Dios. Ocupé el cargo por seis años”.
En el periodo en el que estuvo en el Provincial se abrieron casas en Tte. 1.º Irala Fernández, en el Chaco. A ella le correspondió llevar a las hermanas y dejarlas instaladas. “Nos quedamos en la radio Pa’i Puku por un año”. En Pirizal, Boquerón, había una escuela e internado con 140 niños y adolescentes, hijo de peones, y los padres querían religiosas para su formación. “Hicimos el esfuerzo. Fueron tres religiosas a instalarse en el monte. Yo iba a pasar con ellas el tiempo que podía. Las hermanas están hasta hoy”.
Cuando culminó su misión de seis años, pidió ir al Chaco. Entregó la Provincia en diciembre y en enero ya estaba en el Chaco. Allá no solo se ocupaba de los niños, sino también del campo; criaba animales, cabras, ovejas, cerdos, porque dar de comer a casi un centenar de niños no era fácil. Estuvo hasta marzo de 2014. “Fueron 21 años muy felices, realmente, con los niños. Yo me adapto fácilmente. No teníamos energía eléctrica, agua, aunque sí un pequeño generador para las noches. Contábamos con una radio para comunicarnos una vez al día con las otras comunidades”.
A los 90 años, sor María Magdalena sigue trabajando en la librería del colegio, de 7:00 a 12:00 y de 14:00 a 17:00. “Y hago compras para la librería si se necesita. Ahora, a los 90 años –los cumplió el 25 de mayo– lo único que pido al Señor es que me siga dando esta lucidez. El año pasado, Dios me premió: pude ir a Roma para la canonización de nuestra fundadora”.
La veo muy serena y le pregunto cómo se logra esa paz. “Es la fe. Nunca dudé, ni aun con las peores pruebas, que nunca faltan. Ni luego de una operación de la columna que no resultó como debería y estuve en cama casi un año. El Señor está presente y si estoy con Dios, ¿qué me puede pasar? ¿Por qué he de dudar de la infinita bondad de Dios? En los momentos difíciles rezo”.
Me cuenta que le prepararon una gran fiesta para celebrar su cumpleaños en el colegio. Le consulto qué pidió de regalo. “No necesito nada. La gracia de Dios me acompaña. Una de mis hermanas me preguntó: ‘¿Qué espera de los 90 años?’. ¿Y qué puedo esperar más? ¡Seguir ayudando! En toda mi vida religiosa puedo decir que siempre he sido muy feliz. ¿Cuál es la fórmula? Ayudar. Por eso me ofrecí para ir al Chaco. Ayudar me hace feliz”.
Teresa de Calcuta dijo que la santidad es hacer siempre, con alegría, la voluntad de Dios. Sor Hilaria lo hizo toda su vida. Y ¿quién sabe? Tal vez su deseo de niña ya se ha cumplido.
Sor Hilaria
Cuando María Magdalena Rojas ingresó a la congregación, era obligatorio –al tomar el hábito– cambiar de nombre, y le pusieron sor Hilaria (en latín, “la que es alegre”). “Mi nombre verdadero es María Magdalena, que me dieron mis padres en el bautismo, pero mucho tiempo llevé el nombre de Hilaria, por eso mis familiares me conocen más así”.
Más adelante, la congregación dio permiso para que las que quisieran optar de nuevo por su nombre de pila así lo hicieran, entonces ella, por razones prácticas, optó por su nombre real. “Además, todos los documentos del colegio, como docente, sobre todo, y de más, tenía que firmar con mi nombre verdadero”. Todos sus parientes la conocieron ya siendo religiosa, por eso la llaman Sori.
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Fotos ABC Color/Gustavo Báez