Itacurubi de la Cordillera

Emplazada sobre ondulantes colinas, Itacurubí de la Cordillera es una ciudad con alma de pueblo. Pese al ruido vehicular sobre la ruta que parte por la mitad el área urbana, hay cosas que jamás cambian. Son pocas, pero cruciales: los bellos balnearios que se forman en las orillas del arroyo Yhaguy, la sencillez de la gente tradicionalista y la siesta, eterna sobreviviente.

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A 87 kilómetros de Asunción se encuentra la pintoresca localidad de Itacurubí de la Cordillera. Atraviesa el área urbana la ruta número 2 Mariscal José Félix Estigarribia, que llega a Ciudad del Este. A ambos costados del asfalto se ubican comercios, bares y edificios públicos: Municipalidad, Policía Nacional, Seccional Colorada y Copaco. Su aspecto arquitectónico resalta una mezcla de edificaciones de estilo colonial (paredes de piedra, corredores frontales y pilares de mampostería) de finales del siglo XIX, con casas de lineamientos art déco y residencias modernas. Y es notoria la existencia de dos núcleos céntricos: la Plaza de los Héroes y la iglesia parroquial.

Alrededor del espacio público, bien arborizado y dotado de juegos infantiles con hamacas, balancines y toboganes para la diversión de los niños, hay mayor movimiento de gente. Pasajeros que suben o bajan lo tienen como punto de referencia. En una de sus esquinas se ubica la parada de taxi número 1, la única, en realidad. Ahí, de 06 a 22 horas, seis vehículos aguardan a viajeros que llegan principalmente de la Argentina para acercarlos a las compañías o poblaciones vecinas como Mbocayaty del Yhaguy o Santa Elena.

Con su Ford Escort modelo 89 que funciona “a las mil maravillas”, Nivaldo Aguilera Vega está listo para una corrida. Lleva 12 años en la función de taxista y reconoce que por ahora “no es época de vacas gordas”. Por una ida a Santa Elena, distante 9 kilómetros, cobra entre 25.000 y 30.000 guaraníes. “Tenemos pasajeros, pero ya no tanto. Casi todos por aquí tienen moto y celular, entonces vienen a buscarles a sus parientes.

Solo si bajan parejas con hijos, requieren de nuestros servicios”, dice el hombre de 68 años, nacido y crecido en Itacurubí. Dentro de la plaza funciona una canchita de fútbol que reúne a los vecinos los martes, jueves y sábados, de seis a siete de la tarde, para recrearse con la pelota y compartir momentos de ocio. Se llama Amigos de la Plaza y registra fecha de fundación el 10 de abril de 1999.

A la izquierda de la ruta, el ambiente sereno condice con el espíritu de los lugareños. Y son adultos mayores, miembros de familias tradicionales, los que habitan las centenarias casonas dispuestas en torno a la iglesia. En el sector también se hallan algunas entidades de servicio: Banco Nacional de Fomento, el Club Cordillerano (fundado el 12 de diciembre de 1916) y el Hotel Aguilera, el más antiguo. El hospedaje de dos niveles, en la esquina de Capitán Aguilera y Julia Miranda Cueto de Estigarribia, contabiliza ocho habitaciones.

La doble, con baño privado, cuesta 70.000 guaraníes diarios. Vicente Morínigo (35), el administrador, revela que en enero se llena. “Más vienen brasileños, miembros de esas iglesias que recorren las compañías en busca de adeptos”.

Pegado al hotel, aguarda paciente el doctor Angel Aguilera Ríos (58). Abrió su clínica dental hace 30 años y atiende los jueves, viernes en dos turnos: de 7 a 11 y de 14 a 18 horas. Y los sábados, sólo por la mañana. A su consultorio acuden, además de sus compueblanos, gente de localidades vecinas como Santa Elena, Valenzuela y Mbocayaty del Yhaguy. Y desde que recibió su título en Curitiba, Brasil, en 1970, no hizo otra cosa que arreglar dientes. Gracias a su habilidad profesional, son miles los que han recuperado las ganas de reír de oreja a oreja, sin complejos.

La que le sonríe a la vida, porque a sus 90 años sigue contando amaneceres, es Matilde Zoraida Aguilera Almada. Sentada en el amplio corredor frontal de su añoso hogar paterno, al lado del consultorio odontológico, cuenta que Itacurubí de la Cordillera siempre fue un lugar tranquilo, con gente cordial. “Yo quiero mucho a mi pueblo, no cambiaría por nada”, alcanza a decir antes de que le forme un nudo en la garganta. Emotiva como es le cuesta hablar de sus afectos. Zoraida nunca salió de su casa. Cuidó de sus padres, José Mercedes y Juana Antonia, hasta morir. Postergó muchas cosas, entre ellas el amor. Pero, cuando tenía 67 años encontró un novio, el viudo Aniano Ocampos Jara. Se casaron y fueron felices durante seis años. Y Aniano se fue al cielo. Zoraida quedó sola con el estatus de viuda, pero sin penas ni olvidos.

Resulta llamativa la repetición del apellido Aguilera en las familias itacurubienses. Y tiene su explicación. Un joven de Villeta, que a los 18 años integró el grupo de obreros contratado por el gobierno de Don Carlos Antonio López para trabajar en la apertura del camino entre Barrero Grande (hoy Eusebio Ayala) e Itacurubí, se convirtió en pionero. Era Manuel Antonio Aguilera el que de regreso a su pueblo natal describió a sus parientes las bondades del lugar que conoció y entusiasmó a muchos de ellos para afincarse en el rocoso sitio. Así logró que 60 familias de apellido Aguilera se trasladaran a Itacurubí, lo que dio origen al poblado en la segunda mitad del siglo XIX. Habían traído con ellos una imagen de la Virgen del Rosario (patrona de Villeta) y levantado un pequeño oratorio. Hallándose ruinoso este, decidieron el 9 de enero de 1862 colocar la piedra fundamental para construir un templo de regular tamaño, en donde un sacerdote pudiera celebrar misa, especialmente en los días festivos.

Reedificado en los años 50, el templo actual rinde homenaje a la Virgen del Rosario, santa patrona que es venerada cada 7 de octubre. Oriundo de Mbocayaty del Yhaguy, el padre Natividad Olmedo (43) es desde hace 3 años el encargado espiritual de los itacurubienses. Celebra misa y confiesa a los pecadores, que no son muchos. “Este es un pueblo moderno, hay tolerancia y varias iglesias no católicas ejercen sus cultos sin problemas”, observa el padre. Significa que hoy por hoy escasean fieles. “No es un pueblo fervoroso, tanto que las celebraciones de Semana Santa hacemos acá dentro de la iglesia nomás, porque hay poca gente”. En estos días, el interior del templo se encuentra en obras. En construcción está una plataforma que será revestida en piedra para ubicar el altar. No hay retablos ni muchos santos. Un gran Cristo Crucificado es el centro del altar mayor. A un lado, sobre un armado de piedras, está colocada la vieja imagen de vestir de la Virgen del Rosario.

Electo el pasado 19 de noviembre, el actual intendente municipal es un liberal de 31 años. Carmelo Manuel González Almada tiene ahora la responsabilidad de guiar los destinos de Itacurubí de la Cordillera hacia días mejores. Su accionar recién empieza y, con 1.304 millones de guaraníes de presupuesto para el año 2007, piensa encarar obras viales, reactivar el mercado que dejó de funcionar dos décadas atrás y hacer un nuevo catastro urbano. “Queremos organizar mejor el sistema de recaudación fiscal para poder ofrecer mayores beneficios a la ciudadanía”, dice el jefe comunal.

Figura en los planes fomentar el desarrollo cultural y turístico. Trabaja en el tema la licenciada Mirta Yberbuden (28), asesora económica de la Intendencia. Como primera medida concretó con la Embajada de Taiwán un curso de floricultura para marzo. “Consideramos importante capacitar a nuestros jóvenes en oficios alternativos para que puedan generar sus propias fuentes de trabajo”, aclara Mirta.

Otra de las metas de la novel administración es recuperar el apelativo de “Jardín de la República”, que en otros tiempos identificaba a Itacurubí de la Cordillera. Para alcanzar el objetivo se proponen embellecer y ordenar la limpieza de espacios públicos y lugares de veraneo. El arroyo Yhaguy corre entre piedras y deja a su paso por la zona hermosos balnearios naturales. El más concurrido, el Ita Koty es un sitio de notable belleza: aguas cristalinas y arenas blancas. Se accede por un terraplén de 250 metros desde la ruta asfaltada. El complejo reúne comodidades para los veraneantes: quinchos individuales, cantinas y baños con duchas que se usan previo pago de 1.000 guaraníes. Uno de los atractivos es el Puente Kacha (movedizo) que cruza el arroyo Yhaguy y permite visitar el Ita Koty (pieza de piedra) una formación rocosa que sería producto de una arcaica erosión o de algún cataclismo ancestral. Mide 16 metros de largo por ocho y medio de ancho, con altura de dos metros y medio. El parque bien cuidado privilegia los árboles autóctonos del Paraguay. En sus ramas anidan incontables pájaros que con sus trinares matizan el relajante ambiente.

En el kilómetro 84 y medio, al costado del puente sobre el arroyo Yhaguy se halla instalado el Parador Yhaguy. Con un gran banco de arena blanca y aguas poco profundas se convierte en un atractivo sitio de veraneo. Esta temporada opera casi en exclusividad como hotel. Cuenta con 10 habitaciones en dos categorías: cama matrimonial con baño privado vale 50.000 guaraníes por día, y doble cama, 70.000 la diaria. Hay servicio de restaurante con desayuno, almuerzo, merienda y cena. Además, helados y bebidas refrescantes. Los huéspedes tienen acceso irrestricto al balneario, que los fines de semana se musicaliza con onda tropical. Estela viuda de Ruiz, dueña de la propiedad de una hectárea y media, dice que se reserva el derecho de aceptar bañistas. “Esto no es un lugar público, no obstante yo les suelo dejar pasar a los que vienen con ganas de bañarse”.

La empresaria indica que hay planes de reformar el parador. Sus hijos, que son cinco y viven en los Estados Unidos, están decididos a invertir en la ampliación del local. “Pensamos construir diez habitaciones más, con baños y aire acondicionado, así como el arreglo total del restaurante para la próxima temporada”, avisa Estela.

Con mucho por hacer para ordenar la casa, las autoridades municipales y los particulares planifican la proyección turística de Itacurubí de la Cordillera. Favorecida por los recursos naturales, la localidad se vuelve un potencial atractivo para los que disfrutan de los paseos cortos. Porque basta un día para descubrirla y vivir una aventura inolvidable.

Club de Lazo

A pocas cuadras de la ruta asfaltada, al final del casco urbano, se ubica el Club de Lazo Gral. Raimundo Rolón. Es un complejo ecológico que fomenta el turismo y los deportes. Cuenta con buena infraestructura para albergar al público. Uuna pista para las destrezas ecuestres con graderías de hormigón armado, baños separados por sexo y cantinas. La iluminación artificial facilita la realización de eventos nocturnos. El gran predio verde dispone de quinchos y parrillas para hacer asados bajo los árboles y disfrutar de la naturaleza que ofrece un panorama agreste, con fresca brisa. Cigarras y pájaros otorgan la nota musical al apacible espacio que es muy frecuentado los fines de semana de verano.

Casa de­l pintor­ Holde­n Jar­a

En la década de los 40, el pintor Roberto Holden Jara vivió en Itacurubí de la Cordillera con su esposa Lucila Cardús y su única hija, Beatriz. Mandó construir una casa de piedras con habitaciones confortables, a una cuadra de la iglesia. En ese ambiente de tranquilidad, se inspiró en el paisaje verde para pintar sus cuadros al óleo. En 1949 vendió la propiedad y se trasladó a Asunción.

La vivienda pasó por varios dueños, hasta que fue adquirida por el IPS (Instituto de Previsión Social) y donada el 26 de setiembre de 1972 a los veteranos de la Guerra del Chaco. Uun pintoresco busto del Mariscal José Félix Estigarribia fue colocado el 12 de junio de 1993, en frente del fornido edificio que ahora es sede de la Junta Municipal y se halla en proceso de reforma para albergar las oficinas del Codeni y la Secretaría de la Mujer.

Casa de­ la bailar­ina Er­ika Milee

La bailarina alemana Erika Milee llegó al país en los años 40 y fue otra de las personalidades del mundo artístico que pasó por Itacurubí de la Cordillera. Compró un amplio terreno con arroyo en el fondo y levantó una casa de piedra que ocupaba durante el verano. En sus cuartos y corredores daba clases de danzas plásticas a las niñas del vecindario. La vivienda se conserva casi igual y ahora pertenece a la familia Villasanti. Está habitada por Elva Apuril viuda de Villasanti (79), quien conoció y mantuvo amistad con la extranjera. “Eramos vecinas y amigas. Yo todos los días le hacía huevo duro, porque le gustaba comer eso. Ella solía salir a bailar con llamativos trajes en estos corredores y me pedía que la mire”.

Erika Milee fue alumna y asistente de Rudolph von Lavan, precursor de la danza moderna. Integró el ballet de Kurt Joos, uno de los más importantes referentes del modernismo a nivel mundial. Durante más de 10 años de estancia en Paraguay se dedicó a la danza, como maestra, coreógrafa e intérprete. Organizaba festivales en el Parque Caballero, Teatro Municipal, Club Centenario y Ateneo Paraguayo. En Itacurubí tenía una vitrola que hacía sonar para enseñar a bailar a las niñas del pueblo. Hilaria Elva Villasanti era una de sus alumnitas; hoy tiene 57 años. “Yo vivía prácticamente con ella, no le dejaba dormir la siesta. Venía a hincharle cada momento. Me quería mucho, me regalaba cortes de tela para mi vestidito. Y ella también acá era muy querida por la gente”, asegura Hilaria, más conocida por el apodo de Reina. Elva, su madre, recuerda que Erika Milee decoraba la casa con flores del campo cuando iba a mostrar al público algunas de sus raras coreografías. Erika Milee regresó a Hamburgo hacía fines de los 50. Visitó por última vez el Paraguay en 1981. Falleció en Alemania en 1996.
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