In memoriam de un gran paraguayo

Para muchos paraguayos, el doctor Pedro P. Peña es conocido como uno de los presidentes de la República que pasaron efímeramente por ese alto cargo. Para otros, fue un eminente médico y catedrático. Para los más, un punto geográfico perdido en la inmensidad chaqueña. El sexagésimo aniversario de su muerte es buen motivo para recordar a un ilustre paraguayo, cuya vida transcurrió animada por el más acendrado patriotismo.

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Negros nubarrones se cernían sobre la República, cuando en una fresca jornada invernal de un ya lejano 1864, el hogar de una patricia familia paraguaya -integrada por Manuel Epifanio Peña y Francisca del Rosario Cañete García- fue alegrado con el nacimiento de un rubio niño, al que llamaron con el nombre de la advocación del día 29 de junio: santos Pedro y Pablo.
Poco después estalló la guerra contra la Tríplice que en su fragor consumió las energías y los hijos del país, entre ellos don Manuel Epifanio Peña, dejando viuda a su esposa Francisca Cañete, y huérfanos a sus hijos Jaime Antonio, Susana, Manuel,, Héctor y Pedro Pablo Peña (1864-1943).

Doña Francisca del Rosario Cañete García era hija del matrimonio de Juan de la Cruz Cañete y Ubalda García (1807-1890), esta última, hija del dictador José Rodríguez de Francia.
Al terminar la contienda, en 1870, entre los sobrevivientes que regresaron de la guerra estaba Agustín Cañete (1845-1902), también hijo de Ubalda García de Cañete, y se encargó del cuidado de su madre, de su hermana y de sus pequeños sobrinos.
Activo partidario del general Bernardino Caballero, don Agustín se sumó a la legión de jóvenes dispuestos a trabajar por la reconstrucción del país, ganando notoriedad y ocupando diversos cargos de relevancia, entre ellos, la titularidad del Ministerio de Hacienda en los gobiernos de los presidentes Bernardino Caballero, Patricio Escobar, Marcos Morínigo, Juan B. Egusquiza.

Formación y ejercicio
La actuación en la política de don Agustín Cañete, prohijó la de sus sobrinos, entre ellos el joven Pedro Pablo Peña Cañete, a quien apoyó a concretar su vocación por la medicina, enviándole a estudiar a la Universidad de Buenos Aires, de donde egresó doctor, en 1893; de regreso a su país, se dedicó a su profesión y a la cátedra universitaria, siendo nombrado, el 29 de noviembre de 1894, miembro del Consejo Secundario y Superior. El 15 de diciembre de 1894 fue designado decano de la Facultad de Medicina, cargo que ejerció hasta enero de 1898. Entre tanto, el gobierno del presidente Egusquiza le nombró rector de la Universidad Nacional de Asunción (9 de septiembre de 1895), en reemplazo del doctor Federico Jordán. Poco después, fue nombrado miembro de la Comisión de la Biblioteca y Museo Nacional, sin perjuicio de sus funciones. Ocupó el rectorado de la Universidad Nacional hasta el 12 de febrero de 1898, cuando fue reemplazado por don Benjamín Aceval.
Dos años después nuevamente ocupó el cargo, por renuncia del doctor Héctor Velázquez, ejerciéndolo hasta su renuncia, el 10 de julio de 1901, para aceptar un cargo diplomático.
Mientras se desempeñaba como decano y rector universitario, también ejercía de catedrático de Nociones Generales de Anatomía y Fisiología, Parto Normal y Ejercicios de Clínica Obstetricia. Posteriormente, pasó a ejercer la cátedra de Fisiología General y Humana, Patología Interna, y fue delegado paraguayo en el Congreso Médico Latinoamericano de Chile.

El político
Su actividad profesional y docente no le impidieron inmiscuirse en la política, apoyando los gobiernos republicanos de la primera época de su hegemonía. En efecto, no logró sustraerse de la actividad política, que consumía grandes energías de la juventud de la época, pero su educación, su señorío, el espíritu de comprensión que presidiera su formación universitaria (de la que nunca se olvidó, según don Raúl Amaral) impidieron que pudiera sentir los revolcones de la lucha, en la que muchos dejaron parte de sus vidas y hasta jirones de su alma. Aún así, en varias ocasiones llegó a presidir la nucleación partidaria de su afecto, e inclusive. Como resultado de nuestra agitada vida política en los primeros años del siglo XX, fue llevado en la cresta de la ola y depositado en el sillón presidencial. Pero, como el poder es un caballo que corcovea, no pudo sostenerse en el sillón no más de una veintena de días.

El presidente
En 1904, como resultado de la revuelta armada de ese año, y del pacto subsiguiente, el Partido Liberal había tomado las riendas del poder. Muy arisco éste, no permitía que los inquilinos de turno se sostuvieran sino meses o pocos años. Así fueron pasando numerosos miembros de una galería que iba haciéndose numerosa, hasta que, consecuencia de esos anárquicos días, luego del derrocamiento de Liberato Rojas, el Congreso, por decreto legislativo, designó presidente provisional de la República al doctor Pedro P. Peña, quien integró su gobierno con varias personalidades coloradas, como Eduardo López Moreira, en Interior; Fulgencio R. Moreno, en Relaciones Exteriores y Eugenio A. Garay, en Guerra y Marina. Las otras carteras estuvieron a cargo de liberales: Higinio Arbo, en Hacienda, y Rogelio Urízar, en Justicia, Culto e Instrucción Pública.

A poco de asumir ya tuvo que enfrentarse a nuevos intentos por derrocarlo, estallando focos insurreccionales en varios puntos del país, hasta que, finalmente, el 22 de marzo de 1912, es nuevamente descabalgado de la silla presidencial. Había estado en el cargo 22 días.

El diplomático
Lo efímero de su presencia en la presidencia de la República, en momentos en que el país se debatía en la más trágica anarquía, no le permitió realizar mayor obra de gobierno. En la que don Pedro P. Peña sí tuvo destacada actuación, fue en la diplomacia. Se inició como secretario de la Legación paraguaya en París, Londres y Madrid (aprovechando dichas ocasiones para ir ampliando el horizonte de sus conocimientos profesionales).
El gobierno del presidente Emilio Aceval le designó ministro plenipotenciario en el Brasil, cargo del que renunció para asumir la cancillería, en el flamante gobierno del coronel Juan Antonio Escurra.

La defensa del Chaco
Luego de ejercer la representación diplomática ante el gobierno brasileño, el doctor Peña fue destinado a hacerlo ante los gobiernos boliviano, chileno y peruano. Como diplomático en Bolivia, tuvo la ocasión de conocer la existencia de un mapa mandado realizar por el gobierno de ese país, al ingeniero cartógrafo francés, coronel Felipe Bertres, en 1843, durante la presidencia del presidente José Ballivián. Este documento reconocía la potestad paraguaya sobre el Chaco, lo que le convertía en un documento importantísimo para avalar la posición paraguaya sobre ese territorio, entonces disputado por Bolivia. Por orden del gobierno paraguayo, el doctor Peña se agenció y consiguió adquirir uno de los poquísimos ejemplares de este documento, el que fue remitido a la cancillería paraguaya.

El mencionado mapa, reconocía como paraguaya toda la ribera occidental del río Paraguay, desde el Río Negro u Otuquis. Como este documento ratificaba la posición paraguaya de la que la problemática chaqueña era una cuestión de definición de límites y no una cuestión territorial, como pretendía Bolivia. Al conocer el gobierno boliviano la tenencia del Paraguay del mapa Bertres, adujo que el mismo era nulo y exigió la devolución del documento, lo que fue realizado por el gobierno nacional, en un gesto que poco ayudó, en su momento, para la defensa del territorio chaqueño.
El reclamo y la recuperación de tan valioso documento por parte de Bolivia, convenció al doctor Peña de que ese país se empeñaría por todos los medios a su alcance a acceder al Chaco y una salida al mar por el río Paraguay. Más todavía al enterarse de la fundación de dos fortines, como parte de esa campaña de penetración, hecho que comunicó al gobierno paraguayo, advirtiendo de la gravedad del hecho y recomendando el estudio y la preparación bélica con miras a la defensa del Chaco.
El 20 de febrero de 1906, protestó enérgicamente ante el gobierno de La Paz, el establecimiento de estos fortines: Guachalla y Ballivián. Esta protesta fue la primera denuncia que hizo el Paraguay sobre la invasión militar del territorio chaqueño.
Esta advertencia llevó al gobierno paraguayo a considerar seriamente la cuestión, tanto en el aspecto diplomático -la firma que establecía la línea del Statu Quo- como militar, en este último caso, enviando una misión a Europa, para la adquisición de material bélico y avituallamiento.

Aun así, la penetración boliviana seguía lenta, pero paulatinamente, con la fundación de otros fortines a lo largo del río Pilcomayo, y de la concesión de prospecciones petrolíferas, acercándose peligrosamente al río Paraguay. En tanto, la anarquía política estallada en nuestro país, no permitió una atención efectiva al problema, lo que fue aprovechado por Bolivia para su avance hacia la costa del río epónimo.
Lo que pasó después, incluyendo la chispa de Pitiantuta, los tres años sangrientos de guerra hasta el angustioso desenlace del Tratado de 1938, es cosa conocida. Muchas angustias, mucha sangre y muchas lágrimas derramadas innecesariamente, se hubieran evitado de haberse escuchado y tomado responsablemente -y obrado en consecuencia en aras de la convivencia internacional-, las advertencias que en 1906, hizo el doctor Peña. Pero no fue así. Para desgracia de dos pueblos sudamericanos.
La recuperación del territorio disputado y el reconocimiento de sus compatriotas de los desvelos del doctor Peña, llevaron a denominar con su nombre, a uno de aquellos primeros fortines enclavados en la inmensidad chaqueña. Así, el fortín Presidente Guachalla, pasó a llamarse Presidente Pedro P. Peña.
Además de este punto en la geografía chaqueña, entre algunos de los homenajes hechos a este prohombre y héroe civil paraguayo, están las denominaciones de colegios, instituciones sanitarias y una seccional del partido de sus amores, la Asociación Nacional Republicana, donde se colocó un busto suyo, de la autoría del escultor Francisco Javier Báez Rolón.

Muy personal

El doctor Pedro P. Peña nació en Asunción el 29 de junio de 1864 y murió el 29 de julio de 1943, a los 79 años y un mes. Fue hijo de don Manuel Epifanio Peña y doña Francisca del Rosario Cañete, hija de Ubalda García y nieta del dictador Francia.
Fueron sus hermanos: Jaime Peña, Susana Peña, Manuel y Héctor Peña Cañete.
Contrajo matrimonio con Carmen del Molino Torres Jovellanos, nieta por línea materna, del presidente Salvador Silvestre Jovellanos (Carmen fue hija de Paulina Jovellanos Centurión), casada con el argentino Julián del Molino Torres. Este, que se desempeñaba como cónsul argentino en Asunción, era nieto de don Julián del Molino Torres, procurador del Cabildo de Buenos Aires, en 1795.
El doctor Peña y doña Carmen, fueron padres de Raúl Peña, casado con Haydée Soler Sosa (fue ministro de Educación y Culto), Jorge Peña, casado con María Sitcher (fue cónsul en el Brasil); Pedro Hugo Peña, casado con Emiliana Riera (fue diputado, senador y ministro de Salud Pública y Bienestar Social), Julio Lionel Peña, casado con Magdalena Gill Ayala (fue director de Protocolo de la Cancillería nacional y embajador en el Perú). También tuvieron una hija: Natividad Peña.
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