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La crisis de la edad madura sucede al igual que otras crisis personales que afectan emocionalmente cuando se pasa por momentos de transición en la vida. Como los 15 años en una adolescente, irse de la casa de los padres, casarse o cumplir años entrando a una nueva década. Por eso se cree que los 40 años son la edad definitiva para la crisis de la edad madura, ya que marcan el inicio a una nueva década de vida adulta que se asocia con el abandono de la “juventud” o la entrada a un proceso de alteraciones biológicas, sicológicas y sociales.
La sicóloga y sicoanalista Aurora Bachem de Casco expresa que con la “entrada” de los años todo se va estrechando. “Lo que ayer era posible, hoy ya no lo es”, afirma. Es decir, lo que queda de la imagen ideal de la juventud del propio cuerpo, todo ello, con el tiempo, crea problemas, tanto para la imagen de uno mismo como para la que se transmite a los demás. “Quizás sea importante tener en cuenta que ha llegado una transformación de la vida sexual, independientemente de que las fantasías eróticas perduren o, incluso, vayan en aumento. Conforme vaya pasando el tiempo, el hombre se va sintiendo como un extraño dentro de su propia piel. No ha perdido el deseo únicamente, sino ya no es tan deseable como en otras épocas”, añade la profesional.
Hay estudios de salud mental que aseguran que a la edad madura los hombres se encuentran confundidos, que esta crisis está marcada por una sensación de que se les está acabando el tiempo para hacer todo lo que soñaron alguna vez. A criterio de la sicóloga, esto podría ser cierto, ya que un hombre que se ha sentido orgulloso de su memoria puede que ahora le falle como “un gran queso lleno de agujeros”. “La palabra esta ahí, pero es difícil ‘atraparla’. Además, las miserias físicas, las piernas ya no responden como ayer, la dificultad auditiva, la pérdida de visión y el agotamiento debido al esfuerzo. Desde luego que al principio es difícil asimilar esto de mayor a menor grado, acerca de uno mismo. Entonces, se impone fingir, ocultar, intentar mantenerse en la brecha. Hacer compras, cambiar de aspecto, intentar conquistas. Sobre todo si la posición social que ocupa tiene cierta relevancia. Mientras que en lo interno se va degradando y como efecto, en muchos casos, produce angustia y depresión”, detalla la profesional.
Claro que esta “fase” no es exclusiva de los hombres. Las mujeres también experimentan crisis, aunque en ellos se ve más acentuada. A diferencia de aquellas, los hombres no tienen signos claros, como el cese de las menstruaciones, para marcar dicha transición. Ambos, sin embargo, están caracterizados por una caída en los niveles hormonales. Los cambios en el cuerpo ocurren muy gradualmente en el hombre, y es cuando se acompañan de variaciones de actitud y estado de ánimo, fatiga, pérdida de energía, impulso sexual y agilidad física.
La crisis de la edad madura es una etapa de transición en la vida a la que no es necesario tenerle miedo, aunque tampoco hay que descuidarla, ya que los resultados, negativos o positivos, dependen de cómo se maneja. “La vejez forma parte de la vida humana en general, sin condición de género. También se dan estos síntomas mencionados en los hombres, solamente que en la mujer hay un límite: el final de la maternidad. En condiciones favorables, el climaterio y la menopausia, tanto propia como la del grupo de la misma generación, dispara entre preocupación y chanzas. La transitoriedad, la impermanencia, el límite”.
Factores determinantes
Ahora bien, ¿qué factores disparan las crisis? La pérdida de algún ser querido, los cambios de trabajo, el derrumbe de un matrimonio o las enfermedades. La sicóloga dice que, al llegar a la madurez, cualquiera de estas circunstancias agrava sus efectos. “Todos estamos expuestos a estos infortunios, claro que a la edad madura todo se hace más difícil. Lo que en épocas pasadas podría ser resuelto con mayor facilidad, hoy ya no lo es tanto. La tarea general será la adaptación a un cuerpo que se deteriora, y las pérdidas –por ejemplo, de la pareja– deben compensarse con mejores contactos sociales con los propios hijos y otros familiares o amigos. Otra adaptación esencial se refiere a la jubilación y su consecuente descenso de recursos económicos”.
El no cumplimiento de metas es otro factor provocador de crisis en la transición del ciclo vital, sostiene Bachem de Casco. Los sucesos vitales son factores predisponentes o precipitantes. No es tanto el cambio por sí mismo, sino la cualidad del cambio, lo que es potencialmente dañino (cambios indeseables, rápidos, inesperados, no normativos e incontrolados). La edad aparece modelada por una estructura social, al tiempo que las vidas humanas se ajustan al modo en que se concibe el “adecuado vivir” según la edad. En este proceso pueden iniciarse metas más amplias y flexibles de las actividades del ocio y el ajuste de pertenencia al grupo de personas mayores. Potenciar los roles familiares, por ejemplo, el de abuelo.
Oportunidad para crecer
No todo tiene que ser negativo al llegar a la edad madura. Este tiempo también puede ser una oportunidad para crecer. “La madurez y una pequeña dosis de sabiduría son dos adquisiciones síquicas positivas que forman parte de la buena calidad de vida en la adultez y en la edad mayor. El deterioro funcional que acompaña al envejecimiento puede posponerse manteniendo una vida física, mental y social activa. No consiste en que las personas de edad avanzada prolonguen su vida indefinidamente, sino, ante todo, obtengan la mejor vida posible a los años que le quedan a cada persona”, reflexiona la sicóloga.
Comúnmente, este periodo se asocia a la vejez y enfermedad. “Generalmente, pensamos que el sujeto debería dedicarse a cuidar su salud. Pero esto resulta ser muy empobrecedor a nivel individual, ya que el proyecto vital se reduce a una práctica de cuidados físicos”.
Aurora Bachem parafrasea a Alejandro Jodorowsky, quien dice: Para lograr gozar de la vida, el individuo tiene que enseñar a su mente a cesar de dialogar consigo mismo, sumergiéndose en un silencio receptivo. Entonces, liberado de tratar de pensar lo impensable, se entrega a sentir la vida, primero que nada en su cuerpo, aceptando su simple animalidad y su misteriosa sabiduría orgánica conectada con la energía universal. Aprende a respirar con libertad, gozar del movimiento, desarrollar sus sentidos, agradecer cada segundo de vida, comprendiendo que, para que el todo sea eterno, la parte debe ser efímera.
Finalmente, dice que el sentido de la vida, desde el punto de vista corporal, es gozar la encarnación, viviendo la niñez, juventud, madurez y vejez como una eufórica experiencia. El sentido de la vida en el centro sexual es el placer en compañía y el éxtasis de crear. La meta vital del centro emocional es la unión con todo lo existente. Le preguntaron a Lao-Tse: “¿Qué necesita usted para ser feliz?”. Él respondió: “No necesito nada: mi mayor felicidad es estar vivo”. Dijo también que en el vivir se halla el placer de la vida... Todo depende de la actitud con que se afronte. La madurez exige una extraordinaria capacidad de mantener continua y flexiblemente un delicado equilibrio entre necesidades, finalidades, deberes y responsabilidades.
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