Hilo y aguja para cambiar vidas

Cuando se juntan el talento y la buena voluntad pueden pasar grandes cosas; es lo que se vio durante el desfile de la fundación Mano a Mano, en Ciudad del Este. Fue una muestra del resultado de cinco años en los que la cooperación japonesa logró cambiar la vida de más de 2600 familias del Alto Paraná.

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La pasarela estaba adornada con flores naturales, afuera caía una intensa lluvia, y en el rostro de quienes iban llegando se veía una mezcla de emoción, nervios y felicidad. Esa noche, reconocidas modelos fueron las encargadas de lucir las prendas de creadores que no crecieron en el mundo de la moda, sino habían asistido a un curso que les permitiría una salida laboral digna, financiado por la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA) a través de la fundación Mano a Mano, y allí, entre puntadas, descubrieron su talento.

El desfile fue organizado por la fundación porque los directivos, encabezados por la presidenta Michiko Yamamoto, vieron que era una necesidad mostrar todo ese talento, además de premiarlos con un evento tan distinguido. Los atuendos que se presentaron estaban llenos de frescura y versatilidad. Las finas terminaciones y los colores distinguieron a toda la colección presentada.

Durante el evento hubo varias pasadas: primero, de diseñadores locales que emplean desde hace varios años a los egresados del curso. Luego, se presentó la marca Oiko, desarrollada por exalumnos, que se trata de una colección fresca, colorida y juvenil. Como broche de oro, se realizó el concurso de diseño y creación entre los beneficiados con este proyecto, y los ganadores fueron Fany Fariña, de Hernandarias; Gregoria Sartorio, de Minga Guazú; María Agustina López, de Minga Guazú, y Carmen Sosa, de Hernandarias.

Durante cinco años, unas 2629 personas, de entre 16 y 45 años, pasaron por los talleres de costura industrial de la fundación Mano a Mano en los distritos cabeceras de Alto Paraná, que son Ciudad del Este, Hernandarias, Minga Guazú y Presidente Franco. En principio, los cursos duraban cuatro meses, pero la demanda era tal que, para dar oportunidad a todos, tuvo que reducirse a tres meses, en los que se aprendía la habilidad del corte, costura y bordado.

En su mayoría fueron mujeres jefas de hogar las que, con sacrificio y un loable esfuerzo, asistían a las clases y mediante la formación que obtuvieron, hoy, la realidad de sus familias es mucho más alentadora y, lentamente, van rumbo a sus sueños de una vida mejor.

Michiko Yamamoto explica que, en principio, la fundación trabajaba asistiendo a niños en situación de calle y adolescentes de escasos recursos, pero notaron que sus esfuerzos tendrían más impacto capacitando a mujeres jefas de hogar que no habían tenido oportunidad de formarse para oficios.

“Es una zona de alta demanda laboral para el oficio de costura industrial, por la instalación de maquilas que tropezaban con el inconveniente de no contar con mano de obra cualificada. Había gente que quería trabajar, pero no estaba preparada; fue un terrible choque que mediante la fundación se fue subsanando. Actualmente, en la mayoría de las industrias de la región, se encuentran trabajando exalumnos de la fundación”, señala Emelda Acosta, vocera de la organización.

Emelda comenta que Mano a Mano firmó convenios con grandes empresas de la zona para que la salida laboral de los egresados esté garantizada. Durante su formación ya se realizaban pasantías y, al recibirse, rápidamente pudieron recurrir a estas industrias, o bien emprender su propio negocio. Pero, sobre todo, indica que lo maravilloso fue que en estos cinco años de trabajo ininterrumpido se pudo ver el cambio en la vida no solo de los alumnos, sino en la de todas sus familias.

Del contrabando a la costura

Roberto Ruiz tiene 24 años, pero desde los 16 trabajó en una de las actividades más comunes de la zona esteña en la que vive: el contrabando. A su corta edad se encargaba de pasar mercaderías de manera ilegal por el río Paraná, desde Ciudad del Este hacia Brasil. “Era lo normal en el mundo en el que crecí. Todas las noches bajaba hasta el río; a veces había mucho movimiento y otras casi nada. La oscuridad era nuestra única arma de protección. Mis padres no dormían de la preocupación; mi mamá me llamaba cada hora a preguntarme si estaba bien y yo le respondía que sí, a pesar de que muchas veces sentía lo cerca que estaba de los policías. Sabía que era un camino incorrecto, pero no tenía forma de salir hasta que me enteré del curso de costura industrial. Durante mis clases aun no podía dejar mi trabajo, así que cada mañana al llegar de la faena nocturna, llegaba a mi casa, me tomaba un baño, un café e iba a aprender esto que siempre me gustó”, comenta.

Hoy, su realidad es totalmente distinta: luego de su egreso, y al ver la rápida salida laboral de Roberto, su esposa y sus padres también fueron a inscribirse. Toda la familia trabaja actualmente en el rubro textil, en el que las ganancias son incluso mayores. “Disfruto mucho de este oficio, especialmente haciendo prendas masculinas que yo mismo puedo usar después. La ganancia que nos deja es tan buena que por las noches, luego de una amena cena, ya no tengo que ir a remar en el río; me quedo a dormir en mi cama, junto con mi familia, y eso no tiene precio”, indica.

Por su parte, María Agustina López (20) nació en una familia humilde de Minga Guazú y cuando apenas tenía 16 años, ya tenía que dividir su tiempo entre el colegio, su trabajo como empleada doméstica y las clases de costura industrial. Al terminar su educación secundaria y cumplir la mayoría de edad, fue contratada en una de las maquiladoras de la zona, pero pronto —gracias a la confianza que ganó en su barrio y con sus clientes— obtuvo el apoyo de una emprendedora que le montó un taller de costura en su propia casa y, para satisfacer la demanda que tiene, hasta cuenta con una asistente. Se dedica a la confección de vestidos de fiesta para bebés y niñas, pero no teme experimentar con nuevas creaciones, materiales o tendencias.

“Ahora, gracias a mi trabajo puedo solventar mis estudios y estoy cursando la carrera de Administración de Empresas, porque necesito capacitarme para llevar adelante mi negocio en el rubro textil. Esto es lo que me gusta. Todo lo que aprendí en el curso de la JICA, especialmente en cuanto al orden y los tiempos que debo respetar para optimizar el rendimiento. Toda esta formación que recibí, y que me ayuda a solventar mis gastos propios y los de mi familia, la obtuve gratuitamente y considero que son las oportunidades que uno no debe dejar pasar”, señala.

“Cada uno de nuestros alumnos tiene una larga historia; son testimonios en los que, en la mayoría de los casos, el progreso no se da únicamente por falta de oportunidades para todos. Eso es lo que esta fundación pretende cambiar”, finaliza Emelda.

mbareiro@abc.com.py

Fotos ABC Color/Gustavo Báez.

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