Guarania con encanto misionero

En días más, se cumplirá el centenario de José Asunción Flores, el genial creador del género musical llamado Guarania. Cuando su creación todavía carecía de nombre, luego de mucho buscar, encontró en un poema del bardo sanmiguelino, el término exacto que encerraba todo el signo y el símbolo de los sonidos salidos de su estro.

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A Guillermo Molinas Rolón se debe el nombre de Guarania con que don José Asunción Flores bautizó el género musical que, luego de un intenso proceso creativo, aportó al horizonte musical paraguayo.

¿Por qué decimos que la Guarania nació en San Miguel, aquel pueblito misionero de simpática estampa? Porque fue un poeta nacido en esta localidad de la mesopotamia misionera, quien engendró ese término que encerraba en él todas las expresiones culturales del mundo guaranítico.

Pero... ¿Quién fue Guillermo Molinas Rolón? Fue uno de los representantes de la corriente modernista de la poesía paraguaya. Hijo de don Francisco Molinas y doña De la Paz Rolón, nació en San Miguel, Misiones, en 1892. Al culminar sus estudios primarios y, debido a su dedicación al estudio y su inocultado afán por las letras, fue beneficiado con una beca para seguir sus estudios en el Colegio Nacional de la Capital, donde se recibió de bachiller en 1912.

Sus primeras publicaciones datan de 1910, cuando editó en la Revista del Centro Estudiantil su poema El Canto de la Raza, entre otros.

Poeta y periodista, fue uno de los fundadores del modernismo poético paraguayo: En 1913 formó parte del grupo literario que fundó la revista Crónica, de la que fue uno de sus redactores, juntamente con Leopoldo Centurión, Pablo Max Insfrán, Roque Capece Faraone, Policarpo Artaza, Miguel Acevedo (también misionero, de Villa Florida, y dibujante) y Guillermo Campos (editor de la mencionada publicación).

El primer número de esta importante revista literaria salió el 12 de abril de 1913, en tanto que su último número salió en enero de 1915, completando 43 números.


Poeta, luchador social y bohemio
Preocupado por las cuestiones sociales, militó en movimientos obrero-anarquistas; llegó a ser miembro del Consejo de la Federación Obrera Regional del Paraguay, destacándose en la defensa de los trabajadores esclavizados en los yerbales del Alto Paraná.

Guillermo Molinas Rolón era un hombre de elevada estatura, con un rostro de rasgos primitivos; su sonrisa fácil mostraba una dentadura perfecta que contrastaba con su tez cobriza. De él escribió su compañero de rutas Leopoldo Centurión, diciendo que "era una fuerza que escapaba de toda disciplina. Discípulo de Herrera y Reissig, escribía versos enigmáticos, muchas veces incomprensibles, de una musicalidad sonora como de flauta. Vivía en un salvaje aislamiento, y más que la compañía de los literatos buscaba el contacto de los caídos, de los miserables, de los desechos sociales. De tarde en tarde aparecía en el grupo, con un puñado de versos, superando a todos en la violencia con que se entregaba a todas las locuras, para luego escurrirse a sus refugios misteriosos. Era un mulato misionero, de contextura de hierro. Era excesivo en todo. Bebía sin mesura, y sobre una inyección de morfina devoraba impunemente bocados de chorizos y salames. Desapareció un día de la capital, volvió a hundirse en el anonimato campesino, y nadie supo más de él... Le tragaron el silencio y el olvido".

De tanto en tanto llegaban noticias de él. Que había estado por tal lugar, que por tal otro... un día apareció en Arroyos y Esteros, "enseñando las primeras letras como maestro en una escuela lugareña".

Bohemio errante (la morfina y el alcohol hicieron estragos en su cuerpo) "no perdió jamás el gusto por los versos, como si conservara algo de la divina virtud de la poesía en medio del infortunio". Los vicios le arrastraron al infierno. Su vida fue un descender constante hacia los abismos... fue peón, boyero, conductor de alzaprimas en los obrajes y jangadero en los ríos.


Vida, pasión y muerte
Don Raúl Amaral, otro estudioso de la obra poética de Molinas Rolón, dice de él que "llegó a constituirse en la voz simbolista más alta y original que se haya dado en la poesía paraguaya". Según estudiosos de su obra, el poeta sanmiguelino "cultivó el género lírico con extraordinario vigor y profundo sentimiento".

Según Natalicio González, el misionero Molinas Rolón era "una figura de interés, salvaje, dionisíaca, mezcla de ternuras femeninas y de extrañas violencias (...) escribía versos enigmáticos, muchas veces incomprensibles, de una musicalidad sonora como la flauta. Sus estrofas, en que con frecuencia las palabras surgían deformadas con inclinaciones atrabiliarias, sonaban por momentos como un alegre motivo sinfónico".

Guillermo Molinas Rolón falleció solo y olvidado, consumido por el alcohol, en el obraje San Vicente, de Yhú, a principios de marzo de 1945. Allí, según una publicación de la época que se hizo eco de su muerte, "bajo los cielos de seda y los horizontes azules del Alto Monday, cerró los ojos al cabo este predestinado para la ascensión que equivocó el sentido tomando el de la caída... De todos modos, desde mucho antes de su tránsito tenía sitio asegurado en la antología paraguaya, donde pervive el nombre del poeta, maldito, bello, musical y duradero como si fuera uno de sus propios versos".

Entre sus obras publicadas, destacan -entre otros-Paraguaya, ¡Quiero!, Primavera, En la fiesta de las almas, Románticas, Del jardín de las leyendas, Mi nocturno imposible, Surge et ambula y En la fiesta de la raza, de cuyos versos, José Asunción Flores extrajo la palabra con que Molinas Rolón involucró al mundo guaranítico y que denominaría su genial creación musical: Guarania.

En la fiesta de la raza

En marzo de 1913, Guillermo Molinas Rolón publicó en la revista Crónica su poema "En la fiesta de la raza", de cuya quinta estrofa -primer verso o línea- José Asunción Flores extrajo la palabra Guarania.


A vosotros, poetas, los de augustas cimeras,
Hortelanos eximios de encantadas quimeras,
Hijos de las Españas, hijos de las Américas,
Que vivís las hidalgas zonaciones ibéricas,
Que por sobre los pueblos la visión no os extraña
Porque palpáis, profundo, lo que América entraña:
Las mil idealidades de promesas románticas
Que sentimos en besos de las olas atlánticas.

Y auscultasteis la muda pasión de sus latidos
En todos los instantes de la historia, dormidos,
Y auguráis con la fiebre que la frente os abrasa
La sublime y profética comunión de la raza...


¡A vosotros confío mi mensaje: es el alma
De mi estirpe hecha encaje, el rumor de su palma,
Ñandutí de sus sedas temblorosas y esquivas,
Todo el magno perfume de sus selvas nativas!


¿Sabéis? Cuando el prolífico Tupâ-Sol en sus tábulas
ordenó con sus leyes que fecundan las fábulas,
las fraternizaciones de ancestrales talantes
de viejas sociedades los números errantes
cuya urdimbre nublosa de remotos estigmas
apenumbra el pasado de tenaces enigmas.

Las fecundas cohesiones ejercieron su imperio
que unifica a las almas bajo un mismo misterio...


Allá fueron los mayas que labraban granitos
Para poblar sus templos de sabios monolitos;
Los fastuosos aztecas en las amplias mesetas;
Los chibchas en las entrañas de sus frondas secretas
Soñaban los emblemas de deidades informes
En las blancas aristas y piedras enormes;
Acullá de los incas, musculosas montañas,
Sostienen las ciclópeas fortalezas extrañas;
Así como los valles y las hirsutas sierras-
La invencible Araucaria meditaba en sus guerras.

-Y fue también Guarania, la región prometida
Como tierra de ensueño, de ilusión y de vida,
Tierra donde crecieron las flores suntuarias
De robustas pasiones y gestas fabularias...

Aún hoy mismo se escuchan de su raza indomable
En cálidos relatos de una conseja afable
Ondular las hazañas de un pasado disperso,
Y aún hoy mismo conservan los encantos de un verso...

Sobre el lago mugiente de naufragio y leyenda
Aún hoy mismo se siente la palabra estupenda
Del gran Tamandaré trágico y sibilino,
Viejo y torvo vidente que auguró su destino...


En las noches hurañas, por sus bosques antiguos,
Llenos de ondas hostiles y fantasmas ambiguos,
Veréis al muâ que traza su espiral luminosa,
-Cocuyo romanesco, linterna misteriosa-,
que se escapa en las sombras de la selva sagrada
como algún pensamiento que se pierde en la nada.

Si en sus tortuosas vías, -en las largas picadas
oís a alguien que os llama, si sentís sus pisadas,
No volváis la cabeza porque es mago Pombero,
Alma errante del indio fraternal y chistero;
Pasadle la colilla, que su pipa de barro
Solo pide la humilde caridad de un cigarro.


Si en la muerta fogata, tras de los matorrales,
Que quedó abandonada en espesos yerbales,
Halláis huella inocente de los pies de algún niño
Que en el polvo conserva la ceniza de armiño,
Es del niño magnífico, genio de los idilios,
Del grato Kurupi, genio de los auxilios,
Aquella alma galante y ardorosa e inextinta
Que protege a las novias y a las damas encinta,
El Eros legendario, veloz, ágil y alado,
El que abulta los gérmenes en las mieses del prado
Y los senos turgentes de las tigres en celos,
Y cuanto Jasy crea bajo el tul de los cielos.

A vosotros, poetas, los de augustas cimeras,
Hortelanos insignes de aureoladas quimeras,
Que augurasteis, en fiebre que la frente os abrasa,
La sagrada y profética comunión de la raza,
Lleva el verso un mensaje encajes, el rumor de su alma
De mi estirpe hecha encajes, el rumor de su palma,
Ñandutí de sus sedas temblorosas y esquivas,
¡Todo el ático aroma de sus selvas nativas!
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