Gran caracol sagrado

En medio del Pantanal paraguayo, rodeados por el río Paraguay y el más frondoso bosque chaqueño, la nación ishir ybytoso sigue latiendo. Hace pocos días se convirtió en la primera comunidad nativa en implementar el Museo Verde, un proyecto que busca revalorar cada aspecto de la milenaria cultura indígena.

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Karcha Bahlut –el gran caracol– es una tierra sagrada. Allí están sepultados los anabsoros que trajeron el color a la comunidad ishir ybytoso hace miles de años y que luego tuvieron que ser eliminados por los mismos chamacocos. El lugar fue señalado por los dioses del agua, el aire y bosque, los tres poderes de la cultura ancestral. Hoy, en una pequeña fracción de esta tierra está ubicado un museo que guardará parte de esta historia, elementos que hacen a su vida cotidiana y sus tradiciones, buscando recuperar el flujo turístico en la zona.

“Antes de la colonia de los europeos, nuestros antepasados ya estaban aquí. Para los científicos hay pruebas, porque encontraron nuestras reliquias sagradas enterradas en esta tierra”, dice Bruno Quirique Barras, el cacique de una comunidad que sobrevive al extremo norte del país, en pleno Pantanal chaqueño, a unos 557 km de Asunción y 20 km de Bahía Negra. Parte de sus viviendas mira al río Paraguay, gran aliado de su supervivencia; otras están en medio del bosque que les provee la otra parte de su sustento.

Semanas atrás fue inaugurada la primera etapa del Museo Verde de Karcha Bahlut, que es parte de un proyecto a nivel nacional que busca preservar las culturas indígenas a través de acciones sustentables, desarrolladas por las propias poblaciones. La idea nació del diplomático Gherardo La Francesca, y contó con la ayuda de distintas organizaciones, como Centro Cultural de la República El Cabildo, WWF, Senatur y de la Municipalidad de Bahía Negra que se encargó de la construcción del edificio con materiales autóctonos, como el karanda’y.

Hasta hace un par de semanas, para llegar, había que hacerse hueco entre el bosque; sin embargo, para la habilitación parcial del Museo Verde, la comuna construyó un camino que une a la población con Bahía Negra. Aun así, la opción más valedera para llegar sigue siendo por vía fluvial, algo que también es más pintoresco y atractivo turísticamente hablando.

Para La Francesca, es el inicio de un largo camino que las organizaciones deben recorrer para resguardar las culturas indígenas de nuestro país, algo que considera un tesoro invaluable. En el Paraguay existen actualmente 20 etnias de cinco grupos lingüísticos que merecen ser valoradas y resguardadas, según manifestó.

El modelo de museo es amigable y debe ser replicable. Consiste en la construcción de un edificio con una sola habitación, preferentemente con karanda’y o maderas propias de cada región para evitar que sean de alto costo. Varias de estas etnias, al ser colectoras y cazadoras, no tienen un gran despliegue artesanal, sin embargo, el solo hecho de reunir allí sus elementos más ancestrales las hacen imperdibles.

El cacique Bruno Barras explicó que, actualmente, viven en la comunidad unas 25 familias y varias de ellas subsisten de changas en estancias. Explicó que antiguamente no era así. “La diosa del bosque nos señalaba cuando era tiempo de marchar a otros lugares para cazar y colectar. Hoy, nuestro bosque está invadido, ya no hay suficientes alimentos. No podemos ser nómadas y para los jóvenes no queda más que salir a buscar trabajo afuera”.

Barras explicó que, según la creencia ishir, nunca podían llegar a devastar el territorio en el cual se encontraban. La diosa les avisaba cuando era momento de partir para que ese lugar se regenere, así podían volver más adelante. Si desobedecían, corrían el riesgo de ser castigados con calor e insectos.

La vida nómada los obligaba a controlar la natalidad desde tiempos inmemoriales. Quirique cuenta que “la edad para casarse era de los 35 a 40 años, porque la expectativa de vida llegaba, incluso, a los 120. Entonces hasta esa edad, los chamanes se encargaban de cuidar a las mujeres para que no se embaracen. Era usual tener hasta dos hijos, porque teniendo más ya se hacía difícil desplazarse”. Hoy eso cambió, los matrimonios se celebran a más temprana edad, pero la tasa de natalidad sigue siendo baja, dependiendo mucho de las posibilidades laborales. La mayoría de los hombres salen a realizar changas en las estancias de la zona, en las que las pagas varían desde G. 50.000 a G. 100.000 por día. La supervivencia de la “nación ishir” reciente esto, pues, su población es cada vez menor. En Karcha Bahlut viven alrededor de 25 familias, el resto emigró.

La habilitación del museo constituye entonces un lugar mágico, como sus historias ancestrales, en el que no habrá límites para la lengua, la tradición y el amor a una cultura que, a pesar de todos los obstáculos, sigue resistiendo.

Texto y fotos mbareiro@abc.com.py

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