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Cualquier estancia en el este uruguayo puede ser aprovechada para llegar a la Fortaleza Santa Teresa y sumar al viaje una página de historia, de buena historia, que espera entre los muros de dicho lugar. Desde Punta del Este son aproximadamente 185 km. Hay que ir hasta la ciudad de San Carlos y desde allí por la ruta 9, pasando por ciudades como Rocha y Castillos hasta llegar a la zona de la Reserva Santa Teresa, que abarca el área correspondiente a la fortaleza misma, que se ubica a apenas 800 m del asfalto y 1500 m del mar.
Incluso, siguiendo por el mismo camino que lleva a la fortaleza se llega a un área de camping, servicios de restaurantes y varias playas: La Moza y de las Achiras, las más cercanas, y del Cerro Verde y del Barco, un poco más allá, pero seguidas unas de otras. Con vehículo, se puede recorrer los caminos internos de la reserva, unos 5 km, y observar variedades de animales y árboles.
Santa Teresa muestra un excelente trabajo de restauración, todo se encuentra en su sitio, pese a que está compuesta de grandes piedras. Los pesados cañones de la época siguen ahí junto a los muros; otras armas de fuego antiguas, como pistolas y arcabuces, están expuestas en grandes salones, junto con espadas, sables, lanzas y proyectiles de cañones.
Tampoco faltan “soldados” con uniformes del siglo XVIII, una muestra de lo que eran los dormitorios con pequeñas camas y las cocinas con las “recetas” de comidas para la tropa en las paredes, por un lado, y viejas ollas y fogones, por otro. En el predio hay restos de corrales para caballos y hasta un templo-oratorio de mediano porte, dedicado justamente a Santa Teresa.
El recorrido es libre, uno puede subir hasta donde están los cañones y experimentar el trabajo de vigía o guardia, disfrutando del paisaje interminable que se puede ver desde los muros. Aunque el tiempo de las batallas ha finalizado hace más de un siglo, los militares que custodian el lugar, vestidos con antiguos uniformes, acostumbran hoy cerrar la jornada, hacia las 18:00, con un disparo de cañón.
Historia comprimida
Según el departamento de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército Uruguayo, en “1762, los portugueses, previendo una nueva guerra con España, deciden fortificar el punto llamado Castillos Chicos, acceso al paso de La Angostura. El coronel Tomás Luis Osorio comienza las obras que son interrumpidas en 1763 por el avance del gobernador de Buenos Aires, don Pedro de Cevallos, que ocupa San Miguel y Santa Teresa. En 1763, las obras son continuadas por los españoles. El trazado es el de un pentágono irregular, con cinco baluartes, con un perímetro de 642 m. En 1797, el Cuerpo Veterano de Blandengues de la Frontera de Montevideo, creado en diciembre de 1796, la utiliza como base de operaciones (...) y en 1811, durante la Revolución Oriental, es conquistada por los Patriotas, cae luego en manos portuguesas cuando estos invaden la Banda Oriental en auxilio del sitiado Montevideo. En 1812, los Patriotas vuelven a recuperar la fortaleza que es utilizada para controlar la frontera con Portugal. De 1816 a 1825, al invadir los portugueses, la Provincia Oriental queda bajo su dominio. De 1825 a 1828, recupera parte de su valor estratégico al iniciarse la Cruzada Libertadora. Las tropas Patriotas, al mando del coronel Leonardo Olivera, toman esta fortificación en la madrugada del 31 de diciembre de 1825”.
En 1928, la Comisión Honoraria de Restauración y Conservación de la Fortaleza Santa Teresa inicia la tarea de restauración y, desde 1982, es un museo de sitio histórico.
Cómo se comía
En tiempos de mando español, en la fortaleza se reservaban los miércoles y viernes como “días de pescado”, según se puede leer en una de las paredes, en la que se describen también los ingredientes para el menú: “Cinco onzas de bacalao. Una onza de aceite. El biscocho, vino, menestra, sal, leña y agua, lo mismo que en los demás días, y a más un sesto de cuartilla de vinagre”. Menestra es, según el Diccionario de la Lengua Española, una ración de legumbres secos, guisados o cocidos, que se suministraba a la tropa.
En otros días, como el sábado, se agregaban “seis onzas de queso”, y cuando faltaban algunos de los productos, podía ser sustituido por algunas onzas de tocino y carne, aunque se aclara que “este arreglo podrá tener variación según lo disponga el gobernador”. Diariamente, también debían servirse “diez y ocho onzas de biscocho o galleta o veinte y cuatro de pan fresco”, sin olvidar “un cuartillo de vino”.
Todo indica que, para ser protagonistas de la historia, era entonces menester comer según los reglamentos. Gracias a eso, quizá, las huellas de portugueses y españoles del siglo XVII siguen hoy bien marcadas en la Fortaleza Santa Teresa.
Texto y fotos Jorge Benítez Cabral jobenitez@abc.com.py