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Desde hace algunos años se instaló la moda de celebrar el último primer día de clases, el famoso UPD. Es una previa larga, en la que los adolescentes se juntan para festejar el fin de curso y llegan a clases sin dormir y, en muchos casos, alcoholizados. El nuevo estilo se puso de moda en los colegios capitalinos, luego emigró hacia otros puntos del país, con reuniones en casas particulares o alquiladas, con alcohol de por medio y pirotecnia.
“Es nuestro último día en la casa de estudios con todos los compañeros, por eso nos reunimos para celebrar. Nos quedamos toda la noche bailando y cantando. Después, llegamos al colegio todos juntos”, describe Sonia, alumna de un centro educativo privado de Asunción.
Mario, alumno de una institución educativa pública, señala que es una etapa de la vida culminada y muy importante para ellos. “Pasamos juntos muchos años y estamos a pasos de emprender caminos diferentes. Por eso nos concentramos en un lugar y celebramos el último primer día de clases”, afirma.
Fiorella cursa el último año en un colegio religioso y, también, celebra el último primer día de clases. “Nos pone triste separarnos; por eso queremos aprovechar al máximo nuestro último año juntos. Culminamos una etapa para comenzar otra, en la que cada uno tomará caminos distintos. Son muchos años los que pasamos y, aunque las reuniones de compañeros siempre van a realizarse, será muy difícil reunir a todos”.
La previa comienza el día anterior. Los jóvenes se reúnen en un lugar para celebrar con música y alcohol, y estiran la celebración hasta que el reloj marque la hora de entrar a clases.
¿Por qué se da esta conducta en los jóvenes?, ¿qué representa para ellos? Para la sicóloga Diana Lesme, las personas y los grupos sociales generan mecanismos para celebrar momentos o eventos especiales en la vida de alguien, y para los jóvenes es el momento de la culminación de sus estudios secundarios. “Una celebración representa un momento de intensa alegría, de satisfacción ilusoriamente completa y total, además de compartir con otros pares o allegados”, expresa Lesme.
Añade que los hechos, actividades y comportamientos asociadas al UPD tienen las características de una celebración ritualista, ya que son acciones con un alto valor simbólico. “Históricamente, en las sociedades siempre existieron rituales asociados al crecimiento y maduración del ser humano. El UPD pareciera ser uno de ellos, asociado a las características del mundo posmoderno y, también, pareciera haberse instalado en nuestra sociedad como un novedoso protocolo para plasmar en el escenario escolar, familiar y social el momento en que comienza el final. ¿El final de qué? Del curso escolar, las clases, la identidad del estudiante secundario, la interacción del día a día con los pares, la seguridad que brinda la interacción con sujetos iguales en un ambiente conocido, de protección, del contacto con maestros y personal del centro educativo (muchos de ellos modelos de identificación de algunos adolescentes), y de la comodidad que brindan las rutinas establecidas y monitoreadas en su cumplimiento por los adultos (padres y profesores). Todos estos aspectos son inscriptos como pérdidas en la subjetividad adolescente y, ciertamente, generan tensión”, detalla la profesional.
Añade que, por otro lado, ese final anunciado y anticipado predice el principio de otra situación en la vida del joven, o la continuidad de sus estudios a nivel terciario o su inserción al mercado laboral y la asunción de nuevas responsabilidades (familiares y sociales). “Por todo esto, sí es momento de celebración, pero también de liberación de tensiones, angustias, esperanzas respecto al término de una etapa y el comienzo de otra”, dice.
Los grupos crean mecanismos de contención social y de despliegue, de sentimientos, miedos, amenazas, esperanzas y sueños en actos que se van haciendo costumbre. Se instalan como creencias y, en la repetición, se colocan en el imaginario colectivo como rituales tradicionales, necesarios para transitar ciertos espacios de la vida comunitaria. Los rituales y las tradiciones tienen la función de colaborar en la elaboración de situaciones sentidas como dolorosas o amenazantes. En el caso de adolescentes que se encuentran terminando la secundaria, estos actos convertidos en una tradición ritualística tienen la función de comenzar a registrar lo que se está por acabar; es una celebración anticipada de la terminación de una etapa y una forma de elaborar las pérdidas asociadas a la culminación de la secundaria.
Florencia comenta que las celebraciones continúan en la puerta o dentro de la institución. “Es una forma de comenzar a despedirnos de la secundaria. Usamos cotillón, remeras con alusiones, banderas, bombos, pirotecnia y hasta disfraces”.
Facundo, quien ya tuvo su festejo del UPD el año pasado, comenta que los directivos tomaron medidas porque varios llegaron a la institución alcoholizados. “Muchos son retirados del colegio por sus padres y algunos reciben sanciones”.
Efectivamente. Las autoridades de los colegios toman precauciones y siguen muy de cerca los festejos. No tienen idea de dónde salieron estos festejos, aunque sí tienen claro que las redes potenciaron y expandieron la moda.
Para la docente María Victoria Álvarez, emocionarse el último primer día de clases es normal si se tiene entre 16 y 18 años. Querer reunirse con los compañeros el día anterior para que esa espera sea en grupo también. “Lo que me parece totalmente desacertado es tener que infringir una ley para divertirse (consumo de alcohol). Los jóvenes quieren todo, prueban límites y los desafían. No serían jóvenes si no lo hicieran. Los adultos son los encargados de poner esos topes. Financian las fiestas y todo lo que conlleva. Entonces, me pregunto, ¿qué es lo que realmente se festeja o es solo una oportunidad para demostrar que, en estos tiempos, son los hijos quienes imponen las pautas de los adultos?”.
Ahora, ¿por qué transgreden los límites? La sicóloga entrevistada explica estas transgresiones o excesos y manifiesta que se deben a que están ensayando su autonomía personal, cómo funciona su censura, con la ilusión fallida de que en ausencia de mecanismos normativos el goce sería mayor y total. “La ilusión es fallida porque se basa en la creencia de que en ausencia de la ley –cimentada por la cultura y reflejada en los consensos sociales– se instalaría el goce absoluto, un fin al que si bien el ser humano nunca llegará, por ser incompleto desde su misma constitución subjetiva, el joven en su omnipotencia juvenil lo busca”, expresa.
–Dicen que todo lo que el adolescente no puede poner en palabras lo sitúa en actos.
-Sí, desde la perspectiva psicoanalítica, las palabras posibilitan elaborar las situaciones de angustia y las que se consideran amenazantes. No poder hablar de miedos, pérdidas y angustias para el joven es equivalente a decir que no las puede pensar ni procesar y, por tanto, tampoco las puede vivenciar afectivamente para su asimilación constructiva. Es allí cuando aparece como respuesta la actuación de impulsos y cuando la persona hace cosas aparentemente sin sentido, privilegiando el goce inmediatista que le produce quebrar los límites o la ley.
–¿Y cuáles podrían ser algunas de las cuestiones que le preocupan al joven bachiller que se inscribe con mayor fuerza en el ritual del UPD?
–¿Cómo serán las clases en la universidad?, ¿podré ingresar a la universidad que quiero?, ¿me irá bien o no?, ¿cómo serán los compañeros?, ¿encontraré amigos en la clase?, ¿estaré eligiendo bien la carrera o profesión?, ¿qué clase de profesores tendré?, ¿será que tendré que estabilizarme en una relación amorosa?, ¿con quién?, poseeré un buen empleo o actividad productiva?, ¿seré exitoso en lo que haga?
El UPD puede ser un mecanismo que ayude a enfrentar las amenazas que se sienten por lo desconocido, y las incertidumbres de estas y muchas otras preguntas, pero también puede ser un mecanismo de evasión de responsabilidades e, incluso, causar daño a sí mismos y los demás miembros de la comunidad educativa, incluyendo a las familias.
–El consumo de alcohol es una realidad en estas celebraciones, ¿cómo actuar?, ¿la responsabilidad está en la institución o el hogar?
–Siendo que el UPD y el UUD (último último día) son mecanismos bastante utilizados en nuestra sociedad, se nos impone pensar y delinearlos de la mejor manera posible para que cumplan con el objetivo de generar contención y como un ritual que ayude a elaborar la situación angustiante no solo para los bachilleres, sino para toda la comunidad educativa y sus familias. Por ello se recomienda que el UPD sea pensado y definido como un proyecto colectivo de la comunidad educativa, en el cual todos participen en la medida de sus posibilidades; ya sea orientando, reflexionando, buscando formas de celebrar sana y responsablemente. De no hacerlo, no solamente no cumple su objetivo de apoyo y contención, sino que puede generar malestar en algunos individuos y estamentos, cuyos límites son difíciles de precisar y cuyas consecuencias pueden ser riesgosas. Eso se ve, por ejemplo, cuando se permite y promueve el consumo irrestricto de bebidas alcohólicas entre los futuros graduados como un sello o una marca: “Tomar hasta morir”, en la jerga adolescente.
–Pasamos de largo la ley que prohíbe el consumo en menores.
–Permitir esto, también, nos enfrenta a un conflicto con el orden social: las leyes nacionales y recomendaciones sanitarias que postulan que los menores de 20 años no pueden consumir bebidas alcohólicas. La Ley 1642/00 prohíbe la venta de bebidas alcohólicas a menores de edad y el consumo de bebidas alcohólicas en la vía pública. En su artículo 1 expresamente dice: “Prohíbese la comercialización, venta o suministro gratuito de bebidas alcohólicas en locales públicos a menores de 20 años de edad, sea o no para su propio consumo…”.
Al permitir el consumo de bebidas alcohólicas, los padres deben ser conscientes de que están facilitando el incumplimiento de la ley y pasan el mensaje –con el ejemplo a sus hijos– de que se puede transgredir la ley.
–Resumiendo, la responsabilidad involucra a toda la comunidad educativa.
–A todos los miembros de la comunidad escolar. Debería plantearse y organizarse como un espacio de contención, análisis y celebración, pero bajo condiciones favorables y seguras para todos, y en concordancia con el respeto a los derechos ciudadanos de todos los involucrados.
–Con el apoyo de los padres, claro.
–Es muy importante el apoyo de los padres en la definición de las características del evento: dónde, cómo, quiénes harán, qué actividades realizarán los adolescentes en la noche previa, qué quieren transmitir a los demás miembros de la escuela y cómo se ajustarán al reglamento escolar vigente.
–La responsabilidad de los educadores es intransferible.
–Asimismo. La responsabilidad de los educadores es intransferible en la participación en este evento, que ojalá marque el inicio de un programa de apoyo anual por parte del equipo técnico de los colegios. Los reglamentos escolares hoy en día suelen ofrecer algunas pautas claras sobre las condiciones básicas de celebración del UPD. Recordemos la importancia de la función de la ley, contenida en el reglamento escolar, en su función de corte, de límite de lo que es posible y de lo que no lo es. La escuela tiene una función muy específica en este sentido, un rol que no debe ni puede evadirse. No porque el UPD se haga fuera del horario y el predio escolar, la escuela no tiene injerencia ni palabra que decir. Es un rito social ligado al escenario escolar, por tanto, debería ser inscripto y tramitado como una responsabilidad escolar intransferible al programarlo y gestionarlo. En la medida que avancemos en esta tradición es de esperar que se vaya mejorando en las formas de protagonizarlo, para que efectivamente tenga una función de contención, ayuda, inscripción en el colectivo social y la subjetividad de cada uno.
Agradecimientos: Nueva Americana, Casa Paraná, Unicentro, Lupe, Lee Cooper, Puma, Shoes 4 Less, Sport House, Indio, Caterpillar, Calvin Klein, Totto. Locación: Centro Cultural de España Juan de Salazar. Modelos: María José Oviedo, Cecilia Miltos y Micaela González, para E&E y Joaquín Pandé. Maquillaje: Mathías Callegaris. Peinados: Pink by Vicky. Asistente de producción y fotografía: María José Lacarruba. Producción General: Carlos Cañete Villamayor.
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Fotos ABC Color/Arcenio Acuña/Archivo.