Félix Paiva

El doctor Félix Paiva, como vicepresidente de la República, a raíz de la renuncia de don Manuel Gondra tuvo que asumir el mando del Gobierno el 29 de octubre de 1921, pero luego de varios días de incertidumbre tuvo que renunciar el 7 de noviembre de 1921, al no poder formar un gabinete que lo acompañara en la administración del país.

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Cuando oficiales del Ejército derrocaron el régimen revolucionario del coronel Rafael Franco, estos recurrieron al doctor Paiva, un profesor universitario de mucho prestigio de entonces, para sustituirlo en la Primera Magistratura.

El doctor Paiva puso algunas condiciones, las que fueron aceptadas por los golpistas. De esa manera, el 13 de agosto de 1937, don Félix asumió la Presidencia provisional de la República -que algún tiempo después fue legitimada por el Congreso nacional- ejerciéndola hasta el 15 de agosto de 1939. Su gabinete lo integró con Luis P. Frescura, Enrique Bordenave y Justo Pastor Benítez, en el Ministerio de Hacienda; Ramón L. Paredes, Arturo Bray y Higinio Morínigo, en Interior; Luis A. Argaña, Justo P. Prieto y Juan Francisco Recalde, en Justicia, Culto e Instrucción Pública; Juan Bautista Ayala, Nicolás Delgado y José Bozzano, en Guerra y Marina; Cecilio Báez, Luis A. Argaña y Elías Ayala, en Relaciones Exteriores; Gerardo Buongermini, en Salud Pública; Luis P. Frescura y Francisco Rolón, en Agricultura; y José Bozzano y Andrés Barbero, en Economía.

Durante su Gobierno se firmó en Buenos Aires el tratado definitivo de paz con Bolivia; se crearon algunas facultades de la Universidad Nacional y se firmó un acuerdo limítrofe con la Argentina, estableciéndose los límites en el Pilcomayo, etc. El doctor Félix Paiva nació en Caazapá el 21 de diciembre de 1877, hijo de doña Martina Paiva. Fueron sus hermanos Emilio y Vicente Paiva (casado con Adela Palacios y, luego, con Luisa Chilavert).

Casado con Silvia Ester Heisecke, con quien fue padre de Armando (casado con María Isabel Alcorta), Aníbal (casado con Elvira Correa Bas), Augusto (casado con Rosa Brítez), Danilo (casado con Amanda Valdovinos) y Milciades (casado con Teresa Bernardes). Fue concuñado de otro presidente de la República, don Eduardo Schaerer.

Don Félix Paiva falleció en Asunción, el 2 de febrero de 1965, a los 87 años de edad.

La viga en el ojo propio

Semanas atrás, habíamos consignado que el doctor José Patricio Guggiari había fallecido en Asunción. La verdad es que su deceso ocurrió en Buenos Aires y sus restos se trajeron a la capital paraguaya, sin mayor ruido, por orden del presidente Stroessner.

Un día para los niños

Antiguamente, el Día del Niño, que actualmente se celebra el 16 de agosto, se recordaba el 13 de mayo de cada año, coincidiendo con el Día de la Patria y de la Madre. Cuenta don Numa Alcides Mallorquín en sus memorias, que la celebración se hacía tradicionalmente a los pies del monumento de la escalinata de la calle Antequera. Ya en la época de su lejana niñez se acostumbraba –según cuenta- publicitar el Día del Niño en las páginas de los diarios, con fines comerciales como se hace hasta hoy y por cualquier motivo.

Plaga bíblica y voraz

Así como en nuestros días, el picudo y otras plagas son las preocupaciones de los agricultores, antaño lo eran las mangas de langostas que cada tanto asolaban los sembradíos. Las mangas de langostas eran enormes y cubrían el cielo. Durante horas y doras y horas, una espesa cortina opaca se movía lentamente en el espacio ocultando el sol y cerrando todos los horizontes. No sólo se la veía volar; se la oía. Eran millones y millones de élitros en movimiento que producían un rumor sordo y metálico. Cuando estas mangas se posaban en los campos sembrados, se oía otro rumor característico: el de millones y millones de mandíbulas que trituraban minuciosamente todo lo que se encontraba en su camino y de paso desovaban. Cuando la manga volvía a levantar vuelo, nada verde quedaba a leguas a la redonda. Sólo la desolación.

No quedaba nada, ni las hojas de paraíso - que parecen bastante amargas y tienen fama de insecticidas-, ni sábanas ni ropas tendidas a secar se salvaban de ellas. Pero allí no acababa la cosa. Algún tiempo después nacían las crías, la saltona, que era como un gran ejército de infantes dispuestos a terminar con lo que habían dejado sus padres, de la aviación langostina.

Para intentar evitar sus estragos, los campesinos formaban grupos que, munidos de garrotes y objetos sonoros, hacían ruido para tratar de espantarlas. Cuando venían las saltonas, se hacían canales donde las arrojaban y las enterraban. Cuentan que mucha gente, maravilladas de los vivos colores y combinación de colores de algunas de ellas, se apiadaban y les perdonaba la vida, hasta que algún "desalmado" realista tomaba la posta y las enviaban al canal. A las saltonas, no a las piadosas.
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