Espíritu aventurero

Hace más de 100 años, los hermanos Mirko y Stevo Seljan encabezaron una expedición en busca de los saltos del Guairá. Fruto de esa inquietud científica, quedó un interesante legado etnográfico de su paso por estas tierras.

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Oriundos de Karlovac, histórica ciudad croata, fundada en la época de las luchas contra las invasiones otomanas, los hermanos Mirko y Stevo —avezados exploradores, intrépidos navegantes, aventureros, músicos y dibujantes, pero, sobre todo, grandes científicos— establecieron un legado etnográfico importante a raíz de sus expediciones por estas tierras, a principios del siglo pasado.

Mirko nació el 5 de abril de 1871 y desapareció en 1913, cuando encabezaba una expedición científica en las selvas peruanas. Esteban (quien firma Stevo, pero también Stjepan) nació el 19 de agosto de 1875 y falleció en Brasil, el 5 de junio de 1936.

Exploradores idealistas, los hermanos llegaron —de Corumbá, Brasil, navegando por el río Paraguay— hasta Asunción, desde donde partieron, primero en tren desde la Estación Central del Ferrocarril, pasando por los maravillosos paisajes de Trinidad, Luque, Areguá, Patiño Cué, hasta Villarrica. Una vez allí, montados a caballo, emprendieron el tramo más difícil de la exploración en su obstinada búsqueda de los saltos del Guairá o Sete Quedas, como eran denominados en el Brasil.

En su largo recorrido, pasaron por las picadas de las selvas de Caaguazú, llegaron al pueblo del mismo nombre, y de allí por la estación San Blas, Yhú con su vecino pueblo de San Joaquín, los yerbales de Vaca Retá, la estación Ysaú, la aldea Caobeti de los guaraníes, Laguna Cay, hasta el Mbaracayú, para, finalmente, por tortuosos caminos: los saltos del Guairá.

“Hay momentos en la vida del hombre que no pueden ser traducidos por medio de palabras, y nuestro espíritu apartado de la tierra profana, por extrañas influencias y transportados a esferas superiores...”, relatan en un libro acerca de aquel encuentro.

Camino a los saltos, los hermanos revelan datos, crónicas, comentarios y registros fotográficos, además de excelentes dibujos de localización o planos de relevamientos efectuados en aquella travesía hace más de un siglo. Desde su embarque en el puerto de Corumbá y su llegada a la Asunción de entonces, describen cómo era el ambiente, poco más de 30 años después de la devastadora Guerra de la Triple Alianza:

“El amplio y cómodo puerto de Asunción está abierto al comercio y tránsito universal. Esta ciudad empieza a transformarse, teniendo ya edificios modernos, calles empedradas por las que transitan vehículos de toda especie.

De sus construcciones antiguas quedan todavía algunas que conservan recuerdos históricos, entre ellas, varias iglesias y edificios públicos, donde se destaca imponente el Palacio de López. La población se compone de 80.000 habitantes. La vida de la ciudad a la par de otras importantes, tiene un aspecto esencialmente comercial; pero existe una nota característica que se percibe a simple vista.

Las casas de negocios abren sus puertas de mañana muy temprano y el mercado va adquiriendo su movimiento peculiar a medida que llegan los animales de carga, carros y mujeres con los canastos puestos sobre la cabeza, llevando los productos de las quintas.

Verduras, flores y frutas a montones se mezclan con el tabaco y otros productos; más allá, pilas de artículos de alfarería, como ser, vasos, vasijas, platos y al lado bombillas, indispensables para tomar la infusión de yerba.

Más allá, se ven dulcerías y cocinas improvisadas, donde se prepara el asado o bien el característico churrasco de carne trenzada, etc. En la parte inferior del mercado se exhiben a la vista preciosas manufacturas paraguayas, alhajas y objetos de oro y plata, hamacas y tejidos de ñandutí tan delicadamente confeccionados que pueden competir con los de Bruselas”.

La Asunción de 1904

“Los paisajes que se divisan desde el tren, los forman bosques y praderas donde habita el campesino y pacen los ganados. El viajero se deleita respirando el aire puro de la mañana impregnada de los deliciosos perfumes de los naranjales que ostentan sus árboles cargados de frutas y flores.

En pocos minutos se llega a Trinidad, donde, gustoso, el pasajero ha de tomar un vaso de leche fresca al pie de la vaca. Sucede la estación de Luque, lugar en que se fabrican y expenden los sombreros de paja que las mujeres ofrecen al llegar el tren, llevando en su cabeza una gran pila de esos quitasoles, producto del ingenio indígena.

De Luque se llega a Areguá y desde aquí a Patiño Cué. Para no perder ningún detalle de estos lugares pintorescos, conviene bajar en Patiño Cué y tomar un tramway de rara construcción que corre sobre rieles de madera hasta la costa del lago Ypacaraí, donde el vaporcito Flecha, arrojando largos penachos de humo de su chimenea, dirige la proa en la dirección noreste del lago y conduce hasta San Bernardino (la Niza paraguaya)”.

La “Niza paraguaya”

Los hermanos Seljan describen la ciudad de San Bernardino, de 1904, como la “Niza paraguaya”: “Los blancos chalets diseminados por las colinas alrededor del lago invitan al descanso, para lo cual se encuentran excelentes comodidades. Es muy agradable una excursión por Bismarksch lucht, especie de recreo situado en el interior entre montañas accidentadas, para aquel que no prefiera quedarse a pescar, cazar pequeños cocodrilos o tomar baños entre las refrescantes olas”.

Texto y fotos glalur@tigo.com.py

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