Esculturas del paraíso perdido

En coincidencia con el 227.o aniversario de la Revolución francesa, por única vez, se exhibe al público en el Paraguay las esculturas en bronce de la belle époque, un lapso considerado el “paraíso perdido”, y que se desarrolló entre 1870 y 1914. En el metal se fundieron la vida cotidiana, los gustos, el optimismo y la historia de la burguesía.

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Eran tiempos turbulentos y de efervescencia. Casi un siglo después de la Revolución francesa (14 de julio de 1789), París era el centro del mundo y la capital europea a la vanguardia de los avances científicos, tecnológicos y de la medicina. La época de Louis Pasteur y Marie Curie. Estaban en auge las grandes exposiciones universales con lo mejor del arte y la abundancia de los productos que llegaban de la colonia a la metrópoli, bajo la segunda oleada colonialista mundial.

A la cabeza del Segundo Imperio francés estaba el último emperador Napoleón III, admirado por el mariscal Francisco Solano López. Pero a la caída del imperio, en 1870, se instauró la Segunda República francesa. En esta parte del mundo, el Paraguay, en ruinas, se debía preparar para la reconstrucción nacional tras la hecatombe.

Bajo el reinado de Napoleón III (1852-1870), el barón de Haussmann emprendió la ambiciosa renovación de París; prácticamente, demolió toda la ciudad medieval y construyó la capital neoclásica de grandes bulevares, calles escenográficas, grandes monumentos, el Arco del Triunfo. Era una ciudad con un modelo de vida admirada y copiada por todos, la de los cabarés y cafés. En fin, una urbe destinada al disfrute de la población.

De esa época recalaron en Asunción figuras escultóricas de petit bronze, con la firma de autores franceses, que podrán ser visitadas hasta el domingo 17 de julio en la muestra La Era Dorada, organizada por el Museo de Arte Sacro y la Embajada de Francia en el Paraguay.

Entonces, en la Ciudad Luz se desarrolló un periodo de opulencia de la burguesía francesa llamado, tiempo después y con nostalgia, la belle époque, cuando la gente se dio cuenta de la vida que llevaba antes de la guerra. “Fue un estado de la economía, las artes y los sentimientos del que, tal vez, los habitantes no tenían noción en ese momento. Esa dolce vita quedó plasmada en el auge de las esculturas de bronce”, explica el museólogo Luis Lataza.

Pero todo se vino abajo cuando el 28 de junio de 1914 se produjo el atentado de Sarajevo, capital de la provincia imperial de Bosnia–Herzegovina, que derivó en la muerte del heredero de la Corona del Imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando de Austria, y su esposa, Sofía Chotek. Este incidente supuso el estallido de la Primera Guerra Mundial, un mes después. La belle époque pasó a generar nostalgia.

De los museos a las casas

Más que esculturas, estas figuras de bronce hablan por sí solas y cuentan un retazo de la historia del arte, que resultó de las grandes revoluciones y el ascenso burgués. La belle époque comenzó ya durante el reinado de Napoleón III y tendió más al estilo neorrococó. En Francia estaban en boga las grandes obras de encargos oficiales que se conservan en los principales centros culturales, como el Louvre; el Museo de Orsay, de Dijón, entre otras ciudades importantes.

Paralelamente al arte oficial, se desarrollaron estas obras de menor escala, que eran muy solicitadas por las familias que ascendieron económicamente y podían acceder al bronce.

El bronce siempre fue un material muy caro. Pero la Revolución industrial (primera etapa, de 1750 a 1840, y la segunda, de 1880 a 1914) hizo que la técnica de la fundición se abaratara, y posibilitó a la burguesía adquirir las esculturas para fines decorativos en las casas, jardines y galerías.

“Por ese alto costo, el bronce estuvo reservado para el ornato de ciudades, palacios, o para grandes ocasiones, cuando el Estado o la monarquía lo encargaban. París era y sigue siendo la ciudad más bella del mundo, copiada y admirada por todos, y tal como la conocemos hoy, es precisamente legado de la belle époque”, dice Lataza.

Los burgueses no se conformaban con el arte oficial en sitios públicos; querían llevarse a sus casas –según sus propios intereses y aficiones– una versión reducida de lo que podían ver en el Louvre. “Por eso, los bronces reflejan el gusto personal, privado, doméstico y cotidiano. No hay nada sacro, porque las revoluciones siempre tenían un matiz laico y, además, la tendencia era rechazar todo lo que esté relacionado con la aristocracia y la Iglesia”.

Por tanto, hay temas decorativos basados en la historia, la mitología (neoclasicista e historicista) y otras que, simplemente, están vacías de contenido, pero anticipan la escultura moderna que sucedió al art déco y art nouveau, corrientes de la época. Una de las piezas mayores de la exposición es Fauvette (1870), de Mathurin Moreau, que no precisamente representa un episodio mitológico, pero es una ninfa; quizás, una excusa para la representación femenina inserta en la naturaleza.

Academicismo e historicismo

Toda la estatuaria de la belle époque es academicista. Esto es así porque seguían la línea de la Academia de Bellas Artes, que organizaba los famosos Salones de París para las exposiciones de arte anuales más famosas del mundo, en las que se podían apreciar temas historicistas, que eran las prioridades y de mayor jerarquía. El jurado era muy conservador y académico, y los incipientes impresionistas o transgresores eran, más bien, relegados a un rincón menor.

Napoleón III, como para demostrar mayor apertura y sentido democrático, organizó un Salón de los Rechazados, en el que los impresionistas expusieron por primera vez y, luego, se estableció un salón paralelo al Gran Salón, que se denominó Salón de Otoño, en el que tuvo lugar por primera vez la escultura moderna.

Todos los Salones de París organizados desde el 1800, en el siglo XIX, premiaban obras historicistas. Un ejemplo en exposición es David apaciguando con el arpa a Saúl, ganadora del premio que correspondió a 1894.

Aparte de temas historicistas, también se encontraban temas alegóricos, como La Juventud (Jeunesse), pues la belle époque era una etapa absolutamente optimista que recogía los frutos de las libertades, el igualitarismo y triunfalismo.

En otras figuras ya se notaban los rasgos del arte moderno iniciado por Auguste Rodin, el non finito, quien se reveló contra el acabado perfecto que exigía la Academia, y enalteció los rasgos, texturas, formas imperfectas y sombras.

El bronce y la burguesía

Desde la prehistoria, especialmente la era del bronce, la estatuaria era siempre en este material. No solamente se hacían armas y objetos sacros o decorativos antiguos, sino todo lo utilitario. La gran estatuaria griega y romana de la Antigüedad clásica era en bronce. Cuando llegó la Edad Media y había una carencia absoluta del metal, se refundieron todas las obras artísticas para otros menesteres. Eso hizo que cambiara el concepto, y en el Neoclasicismo y Renacimiento se desarrolló el mármol; cuanto más blanco, mejor.

Es la burguesía francesa la que volvió a revalorizar; la que, al ver estas grandes obras, quería llevarse a su casa una réplica de menor porte, pero en bronce. Así surgieron las estatuas a partir de 1700, copiadas a las del Louvre. Entonces, se popularizaron las obras neoclásicas de inspiración mitológica, como Venus o Baco –dios del vino–, siempre asociadas a las grandes bacanales, fiestas y momentos de disfrute, que aparecieron decorando las casas.

Pero ¿quién es el burgués? Es el enriquecido del campo, el terrateniente agroganadero que, tras acumular riqueza, va a vivir a la ciudad. Se hace rico con la Revolución industrial. No es que heredó fortuna, como los aristócratas. Por eso, se idealizó su pasado a través de la estatuaria.

De ahí se explica la aparición de esculturas que enaltecen el trabajo, como Le Travail, y se endiosa la figura del obrero, el trabajador. “También, se dulcifican los aspectos negativos de la ciudad y hasta los mendigos son hermosos (Bonne Recette). Se dulcifica todo lo que sea el campo y la naturaleza, los animales y la figura del campesino, en el sentido del burgués que fue alguna vez labriego. De alguna manera, se remite a sus recuerdos con sentimiento de nostalgia hacia ese pasado jerarquizado y un poco mítico”.

Este arte, contrariamente al oficial, no se guía por la rigidez del academicismo y es menos retrógrado que los encargos gubernamentales. Por eso, la vida cotidiana de la belle époque pasaba por estas obras.

En agenda

La era dorada: bronces franceses de la belle époque puede ser visitada en el Museo de Arte Sacro (Manuel Domínguez y Paraguarí) todos los días, de 9:00 a 18:00, hasta el domingo 17 de julio.

La colección reúne valiosas esculturas en bronce nunca vistas en el Paraguay, datadas entre 1870 y 1914; es decir, al final del llamado Segundo Imperio francés hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Todas pertenecen a la colección privada de Nicolás Latourrette Bo y están expuestas por única vez bajo la curaduría del museólogo Luis Lataza, con el apoyo de la Embajada de Francia en Asunción. El ingreso incluye la visita a la Colección Permanente del Museo.

pgomez@abc.com.py

Fotos ABC Color/Arcenio Acuña.

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