Cargando...
De profesión bombero industrial, Víctor Daniel Rolón Franco (32) vive en Ciudad del Este. Aficionado a los deportes de aventuras desde niño, a los siete años ya formaba parte de un grupo scout. “Pasé toda mi infancia y adolescencia en el movimiento scout, pero después quise algo más y a los 18 años me hice bombero voluntario; sigo siéndolo hasta hoy. Siempre fui amante de la naturaleza, salir de camping y todo eso”, comenta Rolón.
Ya como bombero, empezó con un entrenamiento más extremo: rápel, paracaidismo y, cuando comenzó a trabajar como bombero industrial en Itaipú, siguió con buceo y otros entrenamientos más radicales. En cuanto a la escalada, cuenta que siempre formó parte de los cursos de entrenamiento; incluso, hace unos años, vino un grupo de bomberos italianos a dictar unos cursos de rescate en altura a los voluntarios locales. “Los compañeros que viajaron a Italia, al regresar, contaron que escalaron bastante en Italia, y me quedó eso. Pensé: ‘Yo también lo voy a hacer algún día’”, refiere.
Lo más cercano era los Andes. Programó el viaje a Mendoza con un grupo de compañeros bomberos voluntarios, pero poco a poco fueron desistiendo. Lejos de desanimarse, decidió ir solo. “Me inscribí en una empresa de expediciones, que conformó un grupo de extranjeros. Un italiano, un irlandés, un chino, un danés y yo, el único sudamericano”, recuerda. Partió el 30 de enero de este año.
La aventura empezó el jueves 1 de febrero, fecha en la que salieron de Mendoza con todos los equipamientos. La travesía –llegar hasta arriba y bajar– tomó 15 días de campamento. “De acuerdo a la altitud, iba variando el terreno. Empezamos con un calor normal de enero en la Argentina y fuimos subiendo”, recuerda. El primer campamento fue a 3000 m y ya se sentía bastante la altura. Tuvieron su proceso de aclimatación, caminatas, entre otras actividades.
El pico de una de las más imponentes elevaciones de la Cordillera de los Andes, el Aconcagua, se encuentra a 6962 m y su base, entre Chile y Argentina, se extiende a suelo argentino y gran parte de su terreno que culmina con el pico en pleno territorio de la provincia de Mendoza. Al norte y al sur se encuentra una zona conocida como el Valle de las Vacas, y en las zonas oeste y sur se aprecia el Valle de Horcones Inferior. Es el más alto de toda América, por delante del monte Denali.
“Al ser el más alto, es relativamente ‘fácil’ de subir, pero duro. Requiere de bastante esfuerzo por la altitud”, explica.
Fueron día a día y al llegar al campamento base, a los 4200 m, tuvieron otro proceso de aclimatación. “Poco a poco, la altura se hacía sentir. Hicimos caminatas de nuevo”, recuerda. Le siguieron los campamentos: el 1.°, a 5000 m; el 2.°, a 5500 m, y el 3.°, a 6000 m. “El último día, el de cumbre, fuimos hasta los 6962 m de altura”, resalta.
Rolón asegura que no es fácil explicar lo que sintió cuando llegó a la cima del Aconcagua. Estaban tan cansados que fue como que no les cayó la ficha. Se sentó y, entonces, el guía le preguntó: “Víctor, ¿es tu primera montaña? ¡Llegaste a los 7000 m!”. Rolón le contestó que sí, el guía le felicitó y lo abrazó. “Entonces, tomé conciencia y volvió la emoción, porque realmente fue bastante duro y muchos días. Subir la montaña es 40 % físico, 50 % sicológico y 10 % suerte, según muchos”, confiesa.
Destaca que el aspecto sicológico es muy importante, dado que el frío y la altura no son fáciles de sobrellevar. De hecho, de los seis que fueron, solo tres lograron llegar a la cima y se trataba de gente con experiencia. “Eran montañistas de años. Pensaba que si otros podían, yo también. Ese fue mi aliciente para seguir. Realmente, era bastante duro el trayecto”, explica. Afortunadamente, se comunicaba con su familia casi todos los días. “En el campamento base había internet”. El apoyo de toda su familia –especialmente de Rocío, su esposa– fue crucial para este logro.
Para volver, fue casi el mismo proceso. Les tomó dos días bajar la montaña. Luego de llegar al campamento base, regresaron a Mendoza; allí ya comenzaron a respirar normalmente. “Me quedé feliz, sobre todo porque me di cuenta de que, como paraguayo, somos una raza dura. Instintivamente seguía. El guía me alentaba en todo momento”, evoca.
Para Rolón, la experiencia fue muy buena, no solamente por haber conseguido llegar a la meta, sino porque, principalmente, le sirvió más como lección de vida que de aventura. “Aprendí que si uno se propone algo, se mentaliza, se mantiene firme y no decae, logra lo que quiere. Si tiene un límite, llega”, asegura.
Este logro le encendió las ganas de seguir escalando. Ya de niño había subido a los cerros Tres Kandu (842 m), Capi’i (816 m) y la Cordillera del Ybytyruzú. Ahora, su próxima meta es el Mundial del Himalaya, pero primero quiere “tantear” en las montañas bolivianas. “Quiero capacitarme más en lo que es hielo, altura, técnicas, y después lanzarme al Himalaya, en el que hay muchísimas montañas de todos los tamaños”. Luego de esta experiencia, Rolón insta a perseguir los sueños. “Este fue un sueño que quise cumplir desde pequeño y lo estoy logrando poco a poco. Anímense, realicen deportes de contacto con la naturaleza y se sentirán revitalizados”, exhorta.
¿Qué sería del ser humano sin sueños? Y los sueños están para ser cumplidos. Víctor Rolón tenía uno, se lo propuso y lo logró.
Fotos: Gentileza.