Entre la casa de papá y la de mamá

Un tema recurrente en la consulta clínica de los sicólogos que trabajan con niños y adolescentes suele ser cómo organizar la convivencia con los hijos de padres que se separan. Al respecto, se explaya la sicóloga Diana Lesme Romero.

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“Pareciera que de alguna manera y por motivos no siempre conocidos por los miembros de la pareja parental, el techo común genera también una ilusión de consenso, unicidad, completitud, satisfacción, aunque eso no sea necesariamente así en lo cotidiano”, es lo primero que dice la sicóloga Diana Lesme Romero, al referirse a la convivencia “entre” la casa de mamá y la de papá.

Por tanto, a su criterio, perder el techo común enfrenta a cada uno a su propia soledad, cuestiona de manera seria sus apegos, su narcisismo y establece amenazas al yo, a su mismidad y a la identidad de las personas que conformaban esa familia. “Se generan malestares y confusiones respecto a quién uno es, quién es/fue su pareja”, explica la profesional.

Lesme Romero añade que por estos motivos los padres y también los niños de una familia en proceso de separación tienden a reorganizar una cierta “unicidad”, apegándose –inconscientemente– a un modelo de familia –unida– y de convivencia que con la separación deja de ser funcional y, por tanto, de tener sentido. “Encontrar una nueva configuración familiar, con sus características de funcionamiento, sus rutinas y sus códigos, suele ser un desafío para los protagonistas de la situación planteada. Las decisiones familiares antes consideradas simples, como comidas, entretenimientos, costumbres, se vuelven complejas, y se acentúan las diferencias entre la madre y el padre”, afirma.

Manifiesta, además, que el impacto inicial de una separación siempre será intenso y doloroso porque activa o re-activa las defensas de cada uno ante la angustia de pérdida, lo que se da tanto en los hijos como en la pareja parental. Sin embargo, eso no quiere decir que los niños cuyos padres se encuentran separados necesariamente tienen más problemas que aquellos cuyos padres viven juntos. “Es importante desmitificar que el ideal de convivencia y de armonía familiar se cumple como condición sine qua non en las familias cuyos padres están juntos. La convivencia conflictiva de los padres también puede llegar a ser un factor estresante no solo para la pareja, sino para los mismos niños. Esto nos permite pensar en modelos alternativos de crianza, como la compartida entre padre y madre, aun cuando el vínculo amoroso entre ambos haya terminado”.

A esto le agrega una sociedad marcada por prejuicios, en la que hay poco espacio para hacer, para vivir en una familia con características divergentes a la mayoría dominante. “Nuestra cultura valoriza mucho el matrimonio, la familia; cuando hay separaciones por algún motivo, esa sociedad tiende a estigmatizar (‘Juanita tiene problemas porque tiene sus padres separados…’) y a discriminar, no solo a los chicos, sino también a la madre o el padre divorciados o separados”, enfatiza.

La separación conyugal rompe el vínculo amoroso entre los padres; idealmente, no debería quebrar la relación de amor con los hijos. Entonces, la configuración familiar se vuelve distinta a partir de una separación, pero no deja de ser familia. "De no ser convenientemente procesada (la nueva configuración familiar) por cada uno de los miembros de la familia, pueden presentarse consecuencias traumáticas". anuncia.

La profesional sostiene que un niño necesita estabilidad para crecer, estabilidad sobre todo vincular y afectiva. “La separación física de los padres, y consecuentemente que el niño pase a vivir “entre” las dos casas, es un tema que necesita tiempo, contención y mucho acompañamiento de ambos padres para que sea procesado. El niño tendrá que cambiar sus rutinas, algunas costumbres, horarios, lo que no siempre es placentero, sobre todo porque implica movimiento, adaptación casi continua ante cuestiones que antes eran estables y conocidas. Implica también mucha flexibilidad para adaptarse a cada una de esas realidades, que generalmente son distintas en ambas casas. Una vez le pregunté a una pareja de padres divorciados que consultaban por su hija de 7 años, con quién vivía la nena, a lo que la madre respondió sin vacilaciones: “Con los dos, algunos días con él y otros conmigo”. Entendí que en esa pareja habían logrado consensuar un sistema de convivencia con la hija no de “entre” tu casa y la mía, lo que puede ser complejo para un chico porque el “entre” es un limbo, un vacío… Habían logrado que la niña viviera ciertos tiempos EN la casa de la madre y otros EN la casa de su padre, con lo cual la crianza era efectivamente compartida”, se explaya.

Finalmente, así como los padres tienen que hacer el proceso de reeditar sus “sentidos” personales y familiares, y crear formas distintas a las habituales de vivir con su nueva realidad, dice que los niños también deben hacerlo. Y no solo desde lo formal operativo (dónde duerme, con quién va al cine, etc.); sino también en el nivel de representaciones inconscientes respecto a las implicancias, los roles, la dinámica de las relaciones con cada uno de sus padres, a lo que luego se suelen agregar las nuevas parejas de sus padres y los hijos de estos (si los hubiere). "El esfuerzo que debe hacerse para configurar una familia ensamblada y sobre todo para encontrar y acomodarse a un nuevo sentido familiar, para manejar lo que podríamos denominar en el lenguaje analógico dos “chips” familiares distintos, es de consideración", concluye.

Recomendaciones

Algunas recomendaciones para tramitar que el/la niño/a viva con ambos padres, aun en situación de separación y no ENTRE ambos, serían:

- Los “cambios” de una casa a la otra serían cíclicos, apuntando a estabilizar; es conveniente pactar cuáles serían esos ciclos y cómo se los manejaría. Muchas familias encontraron cierta comodidad con el ciclo de fines de semana en una casa y en la semana en la otra, otras optaron por hacerlo por meses, un mes viviendo en una casa y al siguiente mes en la otra. Otras eligieron el esquema de semana a semana. De acuerdo a las características, posibilidades y recursos de cada familia, esto puede ser establecido, pero lo importante es hacerlo claramente con el padre par y comunicárselo al hijo cuando ya ambos adultos llegaron a un acuerdo. No es conveniente usar al hijo de “mensajero”, por ejemplo: “Decile a tu mamá/papá que este fin de semana te vas con él/ella”.

- Para niños preescolares, cambio de hogar cada tres días y contacto en lo posible diario (teléfono, video), pues la concepción de tiempo que tienen es distinta a la de los niños más grandes. Un mes, dos semanas pueden ser mucho tiempo para la interacción exclusiva con uno de sus padres.

- El niño debe sentir que tiene un lugar en ambas casas, por lo que un espacio propio, asignado a él o ella, es importante, como también las mínimas comodidades, sobre todo en lo que respecta a las rutinas básicas: dormir, comer, bañarse, jugar, estudiar. Esto le ayudará a procesar, que ahora tendrá dos almohadas para dormir y no una, una en cada casa, por ejemplo.

- Los padres transportan lo imprescindible de una casa a otra (medicamentos, uniformes, algún objeto o prenda especialmente querida).

- Es recomendable que los padres se tomen el tiempo y la paciencia de consensuar ciertos parámetros de disciplina, de manera que lo que no está permitido en una casa tampoco se le permita en la otra. No siempre es posible generar acuerdos, pero cuanto más los niños sientan que el criterio de límites y disciplina es al menos similar, mejor asumen las reglas y menos compleja es también la tarea de los padres al limitar.

- Generar acuerdos, mecanismos de crianza compartida, más o menos consensuados respecto a rutinas, horarios (convivencia en ciclos), códigos de relacionamiento y comunicación interparental (influencia de terceros: familiares, nuevas parejas, hijos de estos, nuevos hijos), valores principales.

- Participación activa de cada uno de los padres en la vida cotidiana del niño (criterios de participación responsable, de DD. HH, y de practicidad de acuerdo al manejo cotidiano de los padres y de los niños).

Importante

Es fundamental que las decisiones sobre las rutinas del niño, las visitas, las costumbres y reglas en cada casa sean hechas por los adultos, padres del niño, con un cierto nivel de consenso. No se le puede pedir al niño que “elija” si quiere estar con su madre o su padre, porque es como pedirle que demuestre su amor o lealtad hacia uno de ellos con exclusividad; especialmente si la separación ha sido conflictiva y su decisión, consciente o inconscientemente, lo situará como “aliado” de uno de sus padres y, por tanto, enemistado con el otro par. Responsabilizar al niño en este tipo de decisiones genera mucha angustia, sentimientos ambivalentes, lealtades encontradas, entre otras.

ndure@abc.com.py

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