Entre el cielo y la tierra

La religiosidad popular le atribuye milagros divinos. Y mucha gente peregrina con emoción hasta el sencillo oratorio ubicado en Villa Guaraní. Unos, para pedir sanación o un respiro a las aflicciones económicas. Otros, para meditar, en busca de paz espiritual. Todos, para reencontrarse con la esperanza de vivir mejor. Hoy se cumplen 41 años del trágico fin terrenal del cadete Alberto Anastacio Benítez, el protector de los humildes.

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Gracias por los milagros que me has concedido.
Ilefonso Hermosilla 1966 Bs. As.

Gracias Cadete, desde España Hugo & Myrian.

Dios te llevó a su lado para que brilles en el firmamento como una estrella.
Formosa 30-12-68
Rufina Riveros


Las paredes hablan. Miles de placas moldean en bronce palabras de agradecimientos por plegarias atendidas.
Aquí en el oratorio del Cadete Benítez, cada 22 de noviembre, hay personas que llegan para venerarlo en el día de su cumpleaños. Vienen a repartir caramelos, galletitas, jugos, chocolate y gaseosas a los niños y adultos que se unen al festejo.
Este año -un sábado de sol espléndido-, el infortunado estudiante militar hubiera cumplido 59 años.
"Por qué se le mató. No se sabe bien. Hay muchas versiones", se desentiende Adela, hermana del cadete que murió asesinado el 7 de diciembre de 1962 y se convirtió en abogado espiritual de los humildes.
De sonrisa ingenua y ojos verdosos, la mujer de 50 años aún teme hablar de las circunstancias en que mataron a su hermano, en tiempos de la dictadura de Alfredo Stroessner. Pero enseguida toma confianza y se suelta al diálogo.
"Yo tenía 8 años, pero me acuerdo cuando vinieron a avisarle a papá del caso. El se fue a ver lo que pasaba y mamá se quedó muy asustada. Muy bueno era mi hermano. Le pelaron la cabeza, le golpearon bastante. Fue enterrado en la Recoleta, donde era antes Limonty", recuerda Adela.
Alberto Anastacio Benítez Agusti nació en el barrio de Trinidad, en 1944. Era el tercer hijo de una familia de 14 hermanos (4 mujeres y 10 hombres). Sus padres, Anastacio Jesús Benítez, era Mayor del Ejército, y Dora Juliana Agusti de Benítez, ama de casa.
A los 17 años, el muchacho ingresó al Liceo Militar Acosta Ñu. En 1962, al final del segundo curso, su sueño de convertirse en oficial del Ejército Paraguayo terminó de forma violenta.
Cuenta Adela que el 6 de diciembre Alberto Anastacio salió de vacaciones. Al día siguiente, el 7, la Policía fue a buscarlo a su casa, en momentos en que él no se encontraba.
"Le dijeron a papá que su jefe lo mandaba llamar para hacer guardia en el cuartel. Cuando Alberto volvió mi papá le avisó y quiso acompañarlo, pero él insistió que no era necesario. Le dijo que iría solo, porque tal vez su jefe lo requería para la guardia, ya que sus demás camaradas vivían lejos. Y se fue. Y no volvió más".
El día 8, fiesta de la Virgen de Caacupé, unos niños de la zona hallaron, entre la tupida vegetación de Villa Guaraní, el cuerpo inerte de un joven colgado de su corbata a la rama de un árbol de tatare. Semi-arrodillado, con el rostro sereno y sonriente, no era otro sino el cadete Benítez, asesinado en la tarde del 7.
Pese a las exigencias de los padres por el esclarecimiento del crimen, las autoridades de la época no siguieron las investigaciones de manera clara y objetiva. Ante la presión de la ciudadanía conmovida con el suceso, se acusó del homicidio al superior inmediato del cadete Benítez, el capitán Napoleón Ortigoza que, después de un juicio sumario, fue condenado a cadena perpetua. Luego de 25 años de encierro en la cárcel, Ortigoza recuperó su libertad, tras haber probado su inocencia, al caer la dictadura en 1989. Pero la verdad sobre la tragedia del cadete Benítez sigue oculta.
Lo que se sabe, a juzgar por los testimonios de incontables creyentes que acuden de lejanos pueblos del interior, la Argentina y países de Europa, en busca de sanación, es que las gracias del cielo alcanzan a los que tienen fe.
Al poco tiempo de fallecer -a decir de los familiares- el Cadete Benítez produjo su primer acto milagroso. "Hizo caminar a un nene de 7 años que no daba un paso. Vinieron la mamá y la abuela a este lugar a prender una vela y llevaron el agua. Con el sebo y el agua le friccionaban sus piernitas y al poco tiempo ya estaba corriendo a sus anchas", relata convencida, Adela.
Conmovidos por el trágico fin del joven, los vecinos se acercaron espontáneamente a rezar en el sitio donde fue hallado su cuerpo. Notaron que al lado del árbol de tatare donde apareció colgado, brotó una naciente de agua y enseguida le atribuyeron poderes curativos.
Motivados por la creencia de la gente que peregrinaba al lugar, los familiares del Cadete Benítez decidieron vender la casa que tenían en Trinidad para adquirir de un norteamericano el terreno de Villa Guaraní, dos lotes que salen de calle a calle. Aquí edificaron una modesta vivienda y con los aportes dejados por los peregrinos levantaron el oratorio y la capilla del Curusu Cadete. Vestido con su uniforme militar e insinuando una sonrisa, la fotografía coloreada de Alberto Anastacio inspira a los fieles que de rodillas ruegan su intercesión ante Dios.
Como signo sagrado, lo que resta del árbol seco de tatare -mutilado por creyentes que llevaban astillas para amuletos de protección-, es tocado por muchas manos antes de la persignación final.
A escasa distancia está el famoso ykua, un pozo de donde se extrae el agua que llena varios cántaros de arcilla colocados a disposición de los visitantes. Indefectiblemente, estos beben el milagroso líquido que también es llevado en botellas para servir como remedio curativo de enfermedades físicas y espirituales.
"Tenía un depósito de bebidas y un autoservice en Villa Elisa, pero me estaba yendo muy mal, estaba casi en la bancarrota. Me descontrolé, no podía construir una casa para mí, entonces le pedí al Cadete Benítez su ayuda. Le prometí que el día que consiga hacer mi hogar, le iba a construir una capillita en el patio. Y cuando por fin pude concretar mi sueño de tener una vivienda propia, le levanté una capillita de 2 por 3 metros, bien construida. Le prometí y le cumplí", se reconforta Francisco Olguín Garay, un hombre de 66 años, mientras se moja la cabeza con agua recién sacada del pozo.
La relación de Francisco con el Cadete Benítez data de 1977. Relata él que ese año su suegra, una exprofesora, vino de Jesús (Itapúa) a instalarse en el Mercado 4 para trabajar. En una de las visitas que él acostumbraba hacerle, aprovechó su estadía en Asunción para venir a conocer el Curusu Cadete y llevarse el agua purificadora. De vuelta a su pueblo, recibió la visita de Adelina, una señora desesperada por la gravedad de su pequeña hija, enferma en la cabeza. "Se va a morir mi hija, me dijo ella, muy angustiada. Le pregunté si era católica y si tenía fe, me respondió que sí. Entonces le ofrecí el agua del Cadete Benítez y le indiqué que era poderosa. Se fue ella y en 15 días volvió a pedirme más agua. Se está aliviando, ya le renació el cabello, me contó. Al mes siguiente, ya la criatura estaba sana y buena, el Cadete Benítez la curó", jura Francisco.
Los domingos y lunes, días de las ánimas adultas, son muchas las personas que llegan a orar, hacer peticiones o pagar promesas.
Agradecidos, de todo corazón, los devotos encuentran diversas maneras de expresar su gratitud. Ni un pedazo de pared está libre de testimonios. Placas de metal, azulejos escritos y hasta graffiti a lápiz o birome vociferan en silencio algún milagro recibido. En el interior del oratorio, al que no se ingresa, se depositan las prendas de fe. La sala cuadrangular está repleta de estampas religiosas, santos de yeso, flores artificiales, fotografías dedicadas, de casamientos, de soldados, de bebés y hasta la imagen de una reina en bikini, con su corona y banda. Trajes de novia, uniformes de militares, gorras de policías, miniaturas hechas artesanalmente y otras cosas personales obsequiadas a Alberto Anastacio revelan la inexistencia de diferencias, de clase ni profesión, en la búsqueda de un vínculo con el mundo celestial.
Ulises Espínola tiene 21 años, vive en Fernando de la Mora y viene a pedir por la salud de Mario, su padre de 46 años, enfermo de cáncer. "Le llevo el agua para que tome; en estos días tiene que hacerse la quimioterapia. Un primo que trabaja en una estación de servicio me dijo que el Cadete es milagroso. Y yo tengo fe, creo que con esto papá se va a curar", dice con convicción, antes de encender una vela y elevar sus plegarias.
Ada Nay Grau supo de un caso en que los doctores le dijeron a una mamá que su nenita de 4 años no podría caminar. Asustada por el diagnóstico, la mujer tomó en brazos a su hijita y llegó junto al Cadete; al tercer día la pequeña empezó a dar sus primeros pasos. Por eso Ada, una simpática chica de 20 años, viene a pedir protección.
El que nunca falta en los aniversarios del Cadete Benítez, nacimiento y muerte, es Víctor Caballero, un empleado público de 55 años. Hoy vino con su parrilla y la carne para hacer asado y compartir la tarde con los parientes del Cadete. Su esposa, Mirtha Grance, es devota porque conoce de chica a los Benítez, de cuando eran vecinos en Trinidad. "Siempre recibimos sus bendiciones", reconocen.
La pareja encomienda en forma permanente a Alberto Anastacio la salud y bienestar de sus tres hijos. "Agradecemos por lo bien que salieron ellos. Víctor Amado es oficial ayudante de Policía, Jorge Alberto se recibió en informática, y Solange va al tercer curso de la facultad; qué más podemos pedir", se preguntan satisfechos.
De rodillas, Nelson Bernal (30), arquero del club Guaraní, agradece el vicecampeonato alcanzado en la última temporada. En momentos críticos de su vida futbolística, cuando las derrotas y las frustraciones acechaban, Nelson acompañó a su mamá Estanislaa al Curusu Cadete en busca de oxígeno espiritual. "Yo prácticamente ya estaba decidido a dejarme del fútbol, no me iba bien. Vine aquí, le pedí que me dé fuerzas, que me vaya bien y que me ayude, porque estaba muy desmotivado. Y enseguida las cosas cambiaron, logramos salir vicecampeones con el equipo", testimonia.
Ahora, Nelson, que siempre que puede se acerca a venerar a su benefactor espiritual, tiene otro pedido: una transferencia. "Tengo fe y creo, él me ha de cumplir". Palabra santa de un arquero que sueña tocar el cielo con las manos.
Una conspiración
La muerte violenta del Cadete Alberto Anastacio Benítez se atribuye a un conato de golpe militar contra el presidente Alfredo Stroessner. Un superior de Benítez le manda entregar una carta de amor, pero en cercanías de la iglesia de la Recoleta resulta interceptado por una patrulla militar que requisa la misiva, con el pretexto de que contiene órdenes e instrucciones relacionadas con el golpe. Se acusa al cadete de haber abierto el sobre y leído el contenido, lo que ante los intervinientes lo convierte en cómplice del plan. En la intención de sacarle informaciones lo torturan hasta morir. Ya sin vida, el cadete es maniatado y arrastrado hasta el yuyal de Villa Guaraní, donde lo encuentran colgado con su propia corbata, con el propósito de hacer aparecer el crimen como un suicidio.
Futuro incierto
En estos días, la asesoría jurídica de la Municipalidad de Asunción emplazó a la familia Benítez a pagar una millonaria deuda atrasada en concepto de impuestos inmobiliarios, 5 millones de guaraníes, y construcción de empedrado, 9 millones. Adela Benítez, la que vive en la propiedad adquirida por sus padres para mantener el oratorio del Cadete Benítez, se declara insolvente. En tanto, los abogados de la comuna prorrogaron hasta el 15 de diciembre la fecha de cancelación de la mora para evitar el remate del terreno, ubicado en un barrio que se ha vuelto muy residencial (Avda. Molas López, entre Río Verde y Urdapilleta).
"Vamos a ver qué pasa. Estamos hablando con mis hermanos, porque estos dos lotes están en sucesión desde que murió mi mamá hace 10 años y todavía no se finiquitó", explica Adela.
Enterados del problema, algunos fieles empezaron a movilizarse con la idea de encontrar solución. Hasta se habló de organizar un festival artístico para salvar el oratorio.
"Este es un lugar sagrado que se debe respetar, es un lugar donde tanta gente acude en busca de milagros. No queremos que se haga una injusticia, este terreno es de él, su mamá le compró y se debe mantener", clama Mirtha Grance de Caballero.
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