En los campos de Yarigua’a, El final de una rauda carrera

En los campos de Yarigua’a, en las afueras de Paraguarí, una bala truncó la vida de una figura que pasó por la historia paraguaya de manera fugaz pero dejando a su paso una reguera de traumáticas experiencias que marcaron los primeros años del siglo XX en el Paraguay. Efectivamente, un 12 de mayo moría el coronel Albino Jara y con ello, paulatinamente, volvió la paz a la sociedad paraguaya por algunos años.

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Una vida meteórica

Albino Jara había nacido en Luque, el 28 de febrero de 1877. Fue un joven hiperactivo que tuvo una vida intensa, pasional y visceral. Estudió en el Colegio Nacional y siguió la carrera militar. Fue becado a seguir cursos de perfeccionamiento en Chile, donde, inclusive, estuvo a punto de batirse a duelo por una cuestión de polleras.

De regreso al país, tuvo una azarosa vida política, no dudando en llevar adelante varias asonadas, algunas exitosas, como la del 2 de julio de 1908, también conocida como 2 de Jara, y la que le catapultó a la presidencia provisional de la República, el 17 de enero de 1911, derrocando al presidente Manuel Gondra, de quien fue su ministro de Guerra y Marina.

En su breve gobierno, buscó realizar una reforma educativa y el ferrocarril llegó a Encarnación, entre otras cosas. Derrocado en julio de aquel año y exiliado, retornó al país para encabezar otra revuelta, siendo herido mortalmente en la batalla de Paraguarí.

Como resultado de una conspiración en la que estuvieron involucrados sus propios hombres de confianza, en julio de 1911 fue derrocado por un golpe de Estado y enviado al exilio en la Argentina. Asumió en su reemplazo el señor Liberato Marcial Rojas.

Eran momentos de total anarquía en el país. El doctor Rojas tenía las intenciones de formalizar su provisoriato, pero, entre tanto, otros sectores del propio Partido Liberal en el poder buscaban hacerse con el mismo, preparando una nueva revolución que estalló en noviembre de 1911.

Mientras tanto, políticos y militares afectos al Partido Colorado hicieron lo suyo, derrocando por tres días al presidente Rojas e instalando un triunvirato entre el 14 y el 17 de enero de 1912. Una reacción a esta medida devolvió el poder al presidente Rojas. Mientras tanto, la revolución iniciada en noviembre seguía su curso, acoplándose a ella el expresidente Jara.

Un nuevo golpe de Estado derrocó al presidente Jara y llevó al poder al colorado Pedro P. Peña, quien, 22 días después, era nuevamente derrocado, asumiendo el poder el liberal y expresidente provisional Emiliano González Navero.

Entre tanto, se había constituido un comité revolucionario en Encarnación para apoyar a Jara contra el gobierno del sector radical del Partido Liberal. El gobierno, por su parte, se aprestaba a resistir, organizando un ejército de 5000 hombres, frente a los 2000 de Jara.

En los primeros días de mayo, ambos ejércitos se hallaban en permanente contacto. Jara preparó una estratagema, simulando un repliegue, pero con el propósito de arremeter contra la capital del país, dejando atrás a los gubernistas.

Un mayo fatal

Cuenta Gomes Freire Esteves, en su crónica Historia contemporánea del Paraguay, que, en la noche del 9 de mayo, Jara había evacuado su ejército del campamento del Tebicuary y avanzó hacia Asunción, por el camino de Acahay-Carapeguá.

Ya en camino hacia Paraguarí, las fuerzas jaristas acamparon en la estancia de don Tomás Saccarello, donde en consejo de jefes habían acordado avanzar directamente sobre Asunción, pero circunstancias de último momento hicieron cambiar de opinión y resolvieron ocupar Paraguarí, para esperar al grueso del ejército gubernista que creían debía venir desde Ybytymí.

Pero esta apreciación del coronel Jara estaba errada, pues el grueso de los gubernistas se había establecido en Paraguarí a la espera de Jara y sus hombres, que sabían habían venido desde el Tebicuary.

Al oscurecer del 11 de mayo, se produjeron los primeros encuentros de ambos ejércitos. Las fuerzas jaristas avanzaban impetuosamente, peligrando las posiciones de los gubernistas, tomando varios prisioneros en su avance hacia Paraguarí.

“A esa altura de las operaciones –relata Freire Esteves–, en momentos en que el estado mayor radical (gubernista), asistido del ministro de Guerra Sr. Manuel Gondra, se preparaba a evacuar preventivamente la Estación, por si continuasen avanzando los atacantes, se produce un paro general en la línea de estos.
“El coronel Jara había ordenado la suspensión de la marcha, en el arroyo Yuquerí, con la idea de continuar al aclarar el día su avance.

“Aprovechando aquel estancamiento, (Patricio Alejandrino) Escobar y (Adolfo) Chirife –gubernistas– se preparan a librar la acción decisiva, también al día siguiente, confiados en el rol que iban a jugar en la batalla sus posiciones de artillería, establecidas en los cerros y lugares estratégicos que aún no habían intervenido en la acción.

“Desde ese instante, cambiaba enteramente para Jara la faz de su situación.

“Al aclarar el día 11, a primeras horas de la mañana, se reanuda el combate suspendido.

“Pronto, el fuego de la artillería, auxiliado por los 4000 soldados que seguían firmes, en sus diversas posiciones de defensa, dominó al ejército jarista, impidiéndole moverse.

“La artillería de Jara era también acallada y deshecha por los proyectiles concentrados de sus adversarios.
“Después, la acción de las ametralladoras completó la supremacía del fuego radical.

“La desmoralización no se hizo esperar en el campo jarista, bajo aquella lluvia de proyectiles.

“Sin protección alguna del terreno, que era eminentemente llano y abierto, sin municiones con qué sostenerse por más de una o dos horas de combate, la falta de balas se unió a la desmoralización de jefes, oficiales y tropas, que se veían reducidos a una evidente inferioridad de medios para arrostrar la situación. El desastre fue matemático.

“El mismo Jara, aturdido por el giro de la acción y el exterminio que aguardaba a toda su gente, se guarece en un barranco, donde yacía el resto de su batería deshecha, e intentaba desde allí disparar personalmente algunos tiros de cañón.

“Pero el desbande irrumpía y se generalizaba en toda su línea. Ante aquella dispersión desordenaba, salían los batallones radicales, de sus trincheras, a perseguir y copar a los derrotados.

“Viéndose perdido, Jara, monta un caballo que le trae uno de sus ayudantes y se da también a la fuga general.

“En aquel momento, un nutrido fuego de ametralladoras diezmaba las filas de los fugitivos.
“Una bala de dicha arma toca al coronel, en la cintura con salida en el bajo vientre, interesándole de gravedad.
“Gran número de prisioneros caía en manos de los vencedores, siendo fusilados y martirizados numerosos de ellos.

“Organízase luego, la persecución general de los vencidos”.

La noticia de la herida de Jara pronto fue conocida en Paraguarí. Este fue llevado por un grupo de oficiales hasta la estancia de Saccarello, donde pidió a sus hombres que le abandonaran y se pusieran a salvo. Fue socorrido por un médico que le dio los primeros auxilios, y luego fue alzado en una carreta y llevado rumbo a Acahay.
Rastreado por las fuerzas gubernistas, fue capturado en Acahay, de donde fue conducido nuevamente a Paraguarí.

Una vez llegado, se hizo cargo de él el ministro Gondra, quien dispuso que fuera atendido por el doctor Alejandro Arce, quien comunicó la grave situación en la que se encontraba el prisionero.

Luego de varias horas de agonía, falleció al día siguiente, 12 de mayo de 1912, antes de cumplir 34 años de edad.

“El trágico final de Albino Jara –escribió el coronel Arturo Bray– segó una vida que, acaso encausada en normas menos desenfrenadas, hubiera podido ser útil a la patria en años venideros. Su heroísmo estéril se malogró en los campos sin lustre ni gloria de nuestras luchas entre hermanos”.

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