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En Asunción existen parajes que no tienen un nombre físico en el mapa oficial, pero en la realidad es un vecindario de hecho y derecho. Ocurre en un sector bien delimitado por la avda. General Santos y las calles 25 de Mayo, Rodó y Teodoro S. Mongelós.
Allí se estima que existen unas 26 manzanas, en las que moran más de 5000 personas y se tienen contabilizadas, al menos, 700 casitas y algunas no tan pequeñas, según el último censo de años atrás. Es una zona densamente poblada, a la que desde afuera se la mira con cierta reserva, como un punto peligroso por los recovecos que lo atraviesan. Sin embargo, sus habitantes demuestran ser gente hospitalaria, laboriosa y muy solidaria.
Lejos de pensar que pertenecen a un sector marginal, los pobladores consideran que viven en una pintoresca barriada que puede imitar al sitio turístico de cualquier ciudad del mundo. Este planeta asunceno está dividido, a su vez, en áreas bien definidas, como Virgen del Carmen, San Blas, Mundito y Cambala, propiamente dicha. Cambala proviene de la costumbre que tenían los soldados del Escolta que antiguamente salían por el barrio a “cambalear” con sus víveres; es decir, a venderlos o hacer un trueque en medio del caserío.
Elegimos a dos pobladoras consideradas una verdadera institución en el barrio, para, a través de ellas, sumergirnos en esta barriada.
Doña Evangelista Soria Avendaño tiene 87 años y vive en uno de los pasillos que sigue el trazado de Aca Verá entre Azara y Herrera. Recuerda que llegó al lugar desde Itá, en 1938, cuando apenas tenía unos 10 años. Era una zona de cultivos de pomelos, naranjas y mandarinas; una especie de chacras o quintas en las afueras de Asunción, entonces parte de la gran Pinozá. “Mi padre nos dijo una vez: ‘Voy a Asunción a buscar otro lugar para vivir’, porque pensó que estábamos todavía en la campaña aquí, pero se dio cuenta de que estábamos muy cerca del centro y nos quedamos para siempre”, refiere y cita que, por entonces, la avda. Mariscal López (bautizada así en 1941) se llamaba avda. Colombia y la avda. Eusebio Ayala (nombre de 1942) seguía siendo conocida, hasta mucho tiempo después, como la Calle de San Lorenzo.
La avda. General Santos no era más que un sinuoso camino de tierra que se abría entre yuyales, y en el lugar del actual Centro de Emergencias Médicas estaba la laguna Pytã, un enorme estanque de aguas coloradas en el que se escuchaba un concierto de ranas y sapos. Rebozaba cada vez que llovía y expandía su caudal por las casas vecinas.
Su familia había venido del interior con una vaca llamada Señorita, que les daba leche. Todas las mañanas era tradicional tomar el “apoyo”, es decir, los primeros chorros del ordeñe, que salían en un jarro con miel de abeja y canela. Los adultos le agregaban una raya de coñac.
“Después tuvimos que vender la vaca, porque, como no se acostumbraba a ver mucha gente, les quería cornear”, cuenta.
Evangelista Soria había trabajado en los 70 en la fábrica de caramelos La Moderna, puesto laboral que heredó de su madre, pues al salir de la fábrica la incorporaron a ella. “Envolvíamos caramelos a mano; 10 kg de mañana y otros 10 kg a la tarde. Las más rápidas podían completar 18 kg para el mediodía. También preparábamos caramelos de avellana, muy parecidos a los que se traían de Clorinda en esa época”.
Recuerda que la fábrica estaba en el centro, en la calle Caballero 466, era de don Nicolás Maggi, y ella se hizo secretaria general del Consejo Obrero del Paraguay, una nucleación de siete sindicatos, entre ellos el de la fábrica de caramelos. Lucharon por conseguir guardapolvos blancos y otros beneficios, hasta que la industria golosinera se había ido a quiebra tiempo después.
Evangelista Soria tiene una historia que en su familia se ha transmitido de generación a generación en forma oral. “Una maestra de la escuela me pidió que la escribiera, para rescatarla de la oralidad, pero nunca hice”. Siempre le piden que haga el relato tal cual le contó su abuela María Inés Fretes de Avendaño, quien falleció a los 90 años. Resulta que su bisabuela, a los 16 años, fue residenta en la Guerra contra la Triple Alianza y tres de sus hermanos habían acompañado al mariscal Francisco Solano López hasta Cerro Corá. Cuando el resto de las tropas del mariscal llegó a la cordillera de Amambay, “vieron desde lejos que venían a caballo los brasileños. Entonces, el mariscal les dijo a sus soldados que quien quisiera se quedara a pelear por propia voluntad, pero los que tenían familia podían esconderse en el bosque, para salvar sus vidas y regresar”.
Asegura que dos de sus tíos se quedaron a luchar al lado de López y uno se metió entre los matorrales, desde donde presenció todo. No obstante, los tres se salvaron y regresaron, porque no fueron atacados, pues los brasileños solo tenían por blanco al mariscal, sigue su relato.
Aunque considera diferente a la historia oficial, tal cual nos ha llegado, ella asegura contar los hechos reales tal cual los escuchó decir a su abuela:
“Los brasileños llegaron al grito de ‘López, entréguese y ríndase’, pero la respuesta fue: ‘Un paraguayo nunca se rinde’. No le tocaron a ningún soldado y el mariscal les gritó: ‘¡Viva la República del Paraguay! Adelante, compatriotas’. Envuelto con una bandera paraguaya, fue rodeado y lo lancearon. Entonces, dijo la frase: ‘Muero con la República del Paraguay’. Los brasileños se rieron de él y se marcharon. Entonces, los que quedaron llevaron el cuerpo del mariscal lejos de allí para enterrarlo. Cuando los aliados pidieron la cabeza del López, volvieron al sitio para desenterrar los restos, pero no los hallaron porque lo habían escondido muy bien. Creo que mi abuela me decía la verdad, pero la historia se cuenta de otra manera”.
Otra anécdota que le gusta comentar es la de haber conocido y escuchado a Óscar Creydt, uno de los líderes del Partido Comunista Paraguayo, en una de sus incursiones en Asunción, luego del exilio. “Recuerdo su frase: ‘En nombre de los exiliados, hoy retornamos a la patria liberada, perseguida por la dictadura’. Para mí, era uno de los hombres más inteligentes de Sudamérica. Estaba con Obdulio Barthe en Argentina cuando fue detenido por la Policía Federal y les gritó que era un exiliado, miembro del Partido Comunista Paraguayo. Ese hecho se niega, pero hay testigos que lo vieron. No es, como se dijo, que lo encontraron hacia el Bañado en Asunción”.
Doña Tránsita
Otra institución del barrio Mundo Aparte es Tránsita Vázquez de Silva (90), nacida en Villarrica y criada con su abuela. Un buen día vino a Asunción para casarse, prácticamente a escondidas de la familia.
Su marido, Modesto Bernabé Silva, tenía una pequeña zapatería llamada Mosil, sobre General Santos, en las inmediaciones de la avda. Eusebio Ayala, cuando el sitio todavía era un arrabal, aunque muy concurrido por la cercanía del mercado de Dos Bocas.
“Él les hacía los zapatos a todos los músicos que eran sus amigos. Aquí venían los que cantaban en La Calandria y otras parrilladas de la zona. Yo lo ayudaba yendo con un bolsón hasta Puerto Stroessner, hoy Ciudad del Este, para vender zapatos a los funcionarios de Itaipú, porque uno de mis hijos empezó a trabajar allí”, recuerda.
Doña Tránsita es muy devota de la Virgen del Carmen, su iglesia de infancia y juventud en Villarrica; advocación que también vino a encontrar en el barrio Bernardino Caballero, haciéndose activa colaboradora de la parroquia.
Entre sus mejores recuerdos del barrio también está la laguna Pytã, cuyas aguas rebasaban en cada lluvia y atravesaban toda la casa, pero eran otros tiempos, en los que la vida se tomaba con mayor tranquilidad. Los vecinos se reunían hasta altas horas de la noche en las veredas, y dormían con las puertas y ventanas abiertas.
Ama su barrio porque allí pudo criar y educar a sus hijos, uno de los cuales –Diego Mancuello (38)– se hizo comisario de vuelo y trabaja en una importante aerolínea en Brasilia.
Precisamente, se encontraba de vacaciones por unos días y pudimos conversar con él. “Este es el barrio en el que tuve una infancia feliz. Nos poníamos muy contentos con muy poco, con juguetes fabricados por nosotros y jugando bolitas en la vereda, que era muy ancha”, comenta Diego.
A los 18 años se aventuró para ir al Brasil, porque quería progresar. Sin saber una palabra del idioma, tomó un colectivo y se fue a São Paulo a buscar trabajo. Vendió todo lo que tenía y juntó 600 reales para emprender el viaje.
En el vecino país se instaló en una posada de 5 reales por noche y empezó a buscar trabajo, que halló en una fábrica de costura de un ciudadano coreano, en la cual cortaba los hilos remanentes, doblaba la ropa y planchaba los cuellos. Tenían retenido su pasaporte como garantía para trabajar.
Tras un año, pasó a una tienda de celulares, en la cual aprendió a repararlos y estuvo siete años. “Estudié por cuenta propia cómo escribir y leer en portugués, hasta que logré ingresar para estudiar Tecnología de la Información. Cuando terminé, seguí buscando un trabajo, hasta que vi un anuncio en que pedían agentes bilingües para venta de pasajes aéreos”.
Luego, se postuló para otros cargos y fue escalando, hasta que un ejecutivo de la empresa le dijo que tenía cara de comisario y que se postulara para ello, aunque debía ir a Brasilia. “Lo logré y ahora estoy como comisario de vuelo, viviendo en Brasilia. No importa que uno provenga de un sitio humilde como este barrio, que muchos consideran los arrabales de Asunción. Lo importante es la voluntad de progresar y salir adelante”, sostiene.
Como muchos otros de su barrio, pudo estudiar en el Colegio Nacional de la Capital, en el que gran parte de los jóvenes de Mundo Aparte logran distinguirse por su dedicación.
En este barrio asunceno, todos tienen una historia que contar, orgullosos de pertenecer al lugar que ya tiene su identidad y cultura propia, aunque todavía no figure en el mapa de Asunción.
Fotos: ABC Color/Javier Cristaldo/Celso Ríos.