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Después de mucho trajinar por el mundo es como encontrar un lugar de paz y sosiego. Yo me pasé, desde muy joven, recorriendo el mundo. Comienzo como mochilero, cuando era adolescente. Después por asuntos de estudios y por el teatro.
Inclusive vivió un tiempo en Colombia. Dieciséis años. Colombia es mi segunda patria. Pero, como el trompo arasá, uno tiende a volver a su lugar de origen. Siempre yo soñaba con un lugar como este en Paraguay, donde pudiera construir como yo quisiera. Y esta casa es el resultado de ese sueño.
Trabajó en la televisión colombiana. Sí, hice 25 telenovelas, aparte cantidad de programas cortos con papeles relativamente pequeños, pero importantes. Yo me fui con toda esa prevención en contra de la televisión que la gente de teatro tenemos. Y me llevó seis años limpiarme la mente de esa idea y dedicarme a entrar en la tele. Pero fue muy bueno, porque mediante que esperé ese tiempo cuando entré en la televisión ya entré con la tarifa de un actor de primera.
No debe ser fácil para un extranjero... Es muy difícil para cualquiera. Yo entré muy bien, no me puedo quejar. La gente en Colombia me abrió todas las puertas, me brindó su cariño, me brindó muchísimos conocimientos. Trabajé con los grandes en teatro y en televisión, al lado de Enrique Buenaventura, en cursos que hacía en Bogotá. Y con Santiago García que era el director de la Escuela Nacional de Arte Dramático, que reabrió contando conmigo en su equipo de trabajo.
¿En qué tipo de telenovelas actuaba? Me tocó un tipo de telenovela muy particular, porque eran las grandes novelas latinoamericanas llevadas a la televisión. Eso me permitía hacer un trabajo muy interesante a nivel de actuación. Yo me depuré como actor haciendo televisión. Trabajé con Julio César Luna, uno de los principales directores de telenovelas de Colombia.
¿Alcanzó popularidad, fama? Es impresionante. En Colombia la gente me conocía muchísimo más de lo que me conoce aquí en Paraguay.
Le pedían autógrafos, le saludaban... Yo me desplazaba mucho. Las telenovelas se hacían, la mayoría, fuera de Bogotá, entonces era todo un suceso. Uno iba a un pueblito y todo giraba alrededor de la telenovela. Y a uno le hacían sentir como un rey.
¿Se vieron aquí? Ni una de mis telenovelas pasaron en Paraguay. Fue por un problema de sistemas, era muy costoso hacer la conversión. Y es impresionante, porque yo iba a España o Estados Unidos y había gente que se me acercaba porque había visto telenovelas mías.
¿Cuáles fueron las que más impactaron al público? Alma Fuerte, El Refugio, Amalia, que es de José Mármol; Los Premios, de Julio Cortázar; Leviatán al demonio, que fue de las primeras que me lanzaron muy fuerte. Una telenovela que me dio muchísimo nombre y creo fue lo peor que hice era El Refugio. Un folletín muy malo, tan malo que cuando a mí me dieron no sabía si aceptar o no. Pero me propuse demostrarme que con un mal libreto uno puede hacer una buena actuación. Y fue el personaje de mayor impacto a nivel popular.
Aquí se lo conoce más como director. Realmente, creo que me desarrollé mucho más como director. Como actor soy bastante particular, necesito muchísima confianza en el director. Yo me doy a la actuación de una forma total, pero asimismo necesito una confianza total en la calidad del director, tanto artística como humana.
¿En qué momento decidió dejar todo en Colombia y retornar al Paraguay? Siempre, nosotros los paraguayos, nos pasamos despotricando en contra de Paraguay. Pero salimos y nos pasamos extrañándole.
Vence la nostalgia. Sí, extrañaba todo. El olor a jazmines, la Luna de Paraguay, el Cielo, los amigos. La sidra y el pan dulce que no hay en Colombia en las navidades; las estaciones, porque yo vivía en Bogotá y siempre ahí hace frío. Pero llegué a un punto que consideraba era muy difícil subir más.
Como que ya alcanzó sus metas. Coincidió además con varias cosas. Yo tenía un teatro para 200 personas que trabajaba desde el 7 de enero hasta el 20 de diciembre. Empezó el problema del narcotráfico y el Gobierno, comenzaron a poner bombas en lugares públicos, la gente no iba más a restaurantes, mucho menos a teatros. Y tenía un elenco de 15 actores que vivían de mi teatro. Entonces tuve que cerrar, venderlo y concluir ciertos proyectos que tenía pendientes.
¿En qué año sucedió eso? Volví en diciembre del 89. También incidió un factor muy determinante para mí. Llegué a trabajar 20 horas diarias, era exagerado, trabajaba desde sindicatos hasta el club más cerrado de Latinoamérica, el Country Club de Bogotá, en todos los niveles sociales, en las universidades más importantes, y a raíz del estrés tan grande empecé a perder la audición.
Y tenía que parar. Los médicos me recomendaron que dejara de trabajar. Traté de hacerles caso, no conseguí. Seguía siempre preso de ese ritmo tan vertiginoso. Me solicitaban aquí, me solicitaban allá, era muy estresante. Y la única forma de parar mi pérdida de audición era volviendo a Paraguay. Aquí llevo una vida más tranquila, no del todo, pero más tranquila.
Llegó y se involucró en un trabajo de fuerte impacto: la puesta teatral de Yo el Supremo. Augusto Roa Bastos es mi autor preferido y durante todo el tiempo que estuve en Colombia quise llevar a escena Hijo de Hombre. No lo pude hacer, porque me era imposible contactar con Roa Bastos. Cuando vuelvo a Paraguay, me encuentro con el escritor y le digo que quiero hacer Hijo de Hombre. Y me dice él: tengo otra obra, Yo el Supremo. Quiero que leas y decidas.
Leyó y quedó impactado. Efectivamente, leí el libreto y me impactó profundamente. Aposté que sería un éxito. Empecé a ensayar y, a pesar del excesivo escepticismo de los actores que creían que no íbamos a pasar de tres funciones, tuvimos casi 150 funciones. Fue la obra que tuvo más público en la historia del teatro en Paraguay.
Eso le motivó para dedicarse de lleno a la dirección. Cuando volví tenía clarísimo que no iba a volver a actuar. Solo actué en una obra, Todos los domingos, dirigida por un director brasileño, Marcio Fgreccia, que fue el gurú de Tiempoovillo y el que me abrió los ojos al mundo de la actuación, a los 20 años. Y esa fue prácticamente mi despedida. Posiblemente, algún día, si se presenta la oportunidad haré cine, televisión. Pero en teatro creo que puedo dar más como director. Mi aporte al desarrollo cultural del país está por el lado de la docencia, de la formación de actores y de directores.
Tiene su propia escuela de aprendizaje. Tengo El Estudio, arriba de la Farmacia Catedral, desde hace 14 años. Es una escuela de teatro que funciona todos los sábados, de 10 de la mañana a 1 de la tarde. Se estudia durante tres años. Y desde este año empezó el curso de dirección en Paraguay.
Allí mismo suele presentar obras de teatro. Hacemos teatro para poco público, 20 a 30 personas, porque es lo que entra en cada sala. Un tipo de teatro bastante particular, la gente se va moviendo por todo el apartamento, de acuerdo a la acción de la obra. Se meten al baño, se van a la cocina y así siguen la obra.
¿Cuál fue su última puesta en escena? El Jorobado de Notre Dame. Ahí, prácticamente la mitad del elenco era gente graduada en El Estudio y la otra mitad era gente del Instituto Municipal de Arte, donde estoy como profesor de actuación avanzada.
Generalmente los artistas tienden a rivalizar, ¿ocurre lo mismo con los teatreros? Creo que a partir de Yo el Supremo, que he integrado gente de diferentes grupos teatrales, se ha dado una comunicación intergrupal en Paraguay. Ahora ya se rompió eso de que este grupo no anda con el otro grupo, que durante el stronismo se alimentó muchísimo, ponernos a unos contra otros.
¿Proyectos? De aquí a fin de año tengo la obra El grito del Luisón, de Alcibiades González Delvalle, que estoy trabajando con mis alumnos de actuación superior en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Y con mis alumnos de El Estudio estoy preparando la obra Crónica de mujeres solas. Para el año que viene tengo la idea de presentar Fausto, de Goethe, en forma de musical.
Identikit
Dominicio Agustín Núñez Talavera nació en Villarrica el 5 de mayo de 1947. Es arquitecto, actor, escenógrafo y docente. Actuó en 150 obras de teatro y series de televisión. Dirigió la miniserie nacional, La Disputa. Trabajó en la dirección artística del documental ficción sobre la vida y obra de Augusto Roa Bastos, El Portón de los sueños y El toque del oboe, película paraguayo-brasileña.
Es director del Instituto Municipal de Arte.