El sitio ideal

En nuestro país, el culto a la belleza y el cultivo del espíritu es más una tragedia que un gozo. Pruebas hay a montones. Una de ellas es la estrechez en que funciona una institución, que en otros lugares del mundo tiene asignado edificios apropiados y hasta palacios: las bellas artes.

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El peliculesco robo de varias obras pictóricas de gran valor artístico del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes, por medio de un túnel digno de una mejor causa, puso al desnudo la situación en que se encuentran numerosas instituciones, especialmente las dedicadas a la guarda de objetos de diverso valor, ya sean históricos, culturales o intrínsecos, como el caso de los museos, bibliotecas y archivos, sin que las autoridades correspondientes se preocupasen de la suerte de dichas piezas guardadas.

El Museo Nacional de Bellas Artes funciona en una vetusta casona, incómoda, inapropiada para cumplir cabalmente su propósito. Más aún cuando comparte el mismo espacio con otra institución, que como él, cobija una parte importante de la memoria del país: el Archivo Nacional.

Estas importantes piezas del acervo cultural, como hemos dicho, están guardadas -es un decir- en una casona decimonónica antifuncional y con estancias improvisadas y estrechas, sin posibilidades de redención.

Así como está la situación general del país, es un sueño -una pesadilla- pensar en la construcción de un local adecuado, que cumpla eficazmente los fines de las mencionadas instituciones culturales. Interés en hacerlo, casi seguro que no existe, pues en este país no se invierte en cultura, al menos, desde los estamentos oficiales.


Pero como algo hay que hacer, algo se puede hacer.

Existe en Asunción un lugar -al ladito de donde funciona el Museo Nacional de Bellas Artes- un histórico edificio, desalojado hace un tiempo por su centenaria ocupante, la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción, que, por sus dimensiones, bien podría alojar al Museo. Gran sacrificio no va a costar, pues pertenece al mismo Estado paraguayo. La amplia casona formaba parte de los bienes confiscados a la familia López-Lynch, al finalizar la guerra contra la Triple Alianza, y forma parte de una de las manzanas más cargadas de historia de la capital paraguaya, por lo que, de ser destinado a local del Museo Nacional de Bellas Artes, llenaría con creces su papel de continente de obras artísticas y de testigo de una parte importante del pasado histórico paraguayo.

En este sentido, recordemos que en la manzana, formada por las calles Presidente José Félix Estigarribia, Prócer Fulgencio Yegros, Prócer Vicente Ignacio Iturbe y Presidente Eligio Ayala, vivió el último obispo diocesano de la época colonial, fray Francisco Pedro Benito García de Panés. Posteriormente, parte de esa manzana fue adquirida en subasta pública por el entonces general Francisco Solano López, quien pagó por la propiedad 1.250 pesos fuertes y la recibió en posesión el 31 de marzo de 1853, "a las cinco de la tarde".

Cuando en mayo de 1855 llegó a Asunción la irlandesa Elisa Alicia Lynch, concubina de López, según cuenta el doctor Dionisio González Torres en un artículo periodístico sobre el tema, vivió en un primer momento en la casa de doña Tomasa Verdoy de Franco, en Independencia Nacional y Justicia (Gral. Díaz). Para su residencia, Francisco Solano López mandó construir, según los planos del ingeniero Francisco Wisner de Morgenstern, el edificio que después sirvió de sede a la Facultad de Derecho.

"Esta casa tenía, dice González Torres, una entrada sobre la calle San Blas (Yegros) que daba directamente a las habitaciones de madame Lynch, y otra más amplia, sobre la calle Fábrica de Balas (Presidente Estigarribia) que daba al patio interior. Este estaba en parte cubierto por una parralera y tenía además un pozo y una glorieta. Permitía la entrada de coches. Sobre esta entrada daba un gran salón, el que Elisa Lynch convirtió en un aposento de estilo parisiense", muy concurrido por diplomáticos y "la mejor gente de arte y letras de la época".

Cuando vino la guerra, Elisa Alicia Lynch abandonó la casona y fue al frente a acompañar a su concubino, volviendo en muy contadas ocasiones. Desde 1868, ya no regresó. Ese año, en diciembre, López testó a favor de su concubina en "donación pura y perfecta de todos sus bienes, derechos y acciones personales".

Cuando las fuerzas aliadas invadieron la capital paraguaya, esta casona -previo saqueo como muchas otras- fue ocupada por los brasileños, quienes la convirtieron en hospital.

El 4 de mayo de 1870, el gobierno provisorio confiscó los bienes del mariscal López, declarándolos "propiedad de la Nación". Entre ellas, la casa de madame Lynch.

Unos años después, para amortizar la deuda interna del país, el gobierno de Salvador Jovellanos vendió en remate las propiedades fiscales, entre ellas la mansión referida, que fue adquirida por la firma Travassos y Cía. (de propiedad de João de Freitas Travassos y Manoel Alfonso de Freitas Amorin, barón de Santa Victoria). Esta empresa, el 12 de febrero de 1881, vendió la propiedad al Colegio Nacional, institución educativa fundada cuatro años antes. Con esta operación, que ascendió a 20.000 pesos, esta entidad ensanchó el terreno que ocupaba hasta entonces.

Cuando se creó la Universidad Nacional, en 1889, la antigua mansión de Elisa Lynch, pasó a ser sede de la Universidad Nacional, por disposición del Consejo Secundario y Superior.

Diez años después, el Consejo Secundario y Superior puso a disposición del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, el predio baldío de la calle Presidente Carnot (Presidente Estigarribia) e Iturbe, "destinado a la construcción de un edificio para biblioteca y museo nacionales".

A este lugar se trasladó, años después, el acervo del antiguo Museo Godoy, que originó el actual Museo Nacional de Bellas Artes, pero al mismo fue agregado el Archivo Nacional de Asunción, por lo que, evidentemente, ambas instituciones se manejan en medio de estrecheces.

Ojalá que los pedidos para dotar al Museo Nacional de Bellas Artes de un lugar apropiado, no caigan en saco roto ni sirvan sólo de arrullo a los parlamentarios mimados por Morfeo.


Por Luis Verón
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