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Aunque parezcan, en términos simples, los íconos no son cuadros, óleos ni pinturas. Son tablas, escritos sagrados. Transmiten un dogma de fe y se remontan a la antigua Iglesia de Oriente, la de Bizancio y Constantinopla, y han llegado hasta nuestros días.
Lo más cercano al ícono que tenemos en la Iglesia católica es la Virgen del Perpetuo Socorro, versión de la ortodoxa Virgen de la Pasión –con un manto de color rojo–. Es decir, los católicos veneramos vírgenes ortodoxas, pero no ocurre lo mismo con los ortodoxos. Sin embargo, es un punto de unión que conduce a las raíces y orígenes del cristianismo y catolicismo.
En el Paraguay, los rusos llegaron con su gran aporte para nuestra historia y cultura. Y obviamente llegaron con los íconos. Ahora están de fiesta mayor en la única Iglesia Ortodoxa Rusa de Asunción que existe desde 1928, en la calle Nuestra Señora de la Asunción casi Ygatimí.
Cada 14 de octubre del calendario actual –1 de octubre del calendario juliano, que tiene una diferencia de 13 días con el gregoriano– la colectividad honra a la Virgen del Manto Protector, patrona de esa iglesia. La festividad motiva (hasta el 17 de este mes) la presencia en nuestro país del obispo de Caracas y Sudamérica, Vladyka Ioann, de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero, con sede en Buenos Aires, quien celebrará hoy la liturgia normal, pues las festivas tuvieron lugar ayer.
La Arq. Lucía Giovine Gramatchicoff dice: “Los íconos bizantinos son imágenes devocionales, exclusivas de la Iglesia de Oriente, pintadas sobre madera y ornamentadas”. Explica que su origen se remonta a los siglos VI y VII y, en gran parte, los más antiguos que se conocen proceden del Monte Sinaí y Egipto. Llevan imágenes de Cristo, María con el Niño, santos, ángeles y arcángeles.
“La concepción teológica del significado espiritual del ícono fue reconocida en el año 843 por el Concilio de Constantinopla, al mismo tiempo que se extinguió definitivamente el movimiento iconoclasta bizantino. Los iconoclastas se acogían a la prohibición del Antiguo Testamento de adorar imágenes grabadas y rechazaban los íconos por considerarlos ídolos. Por otro lado, los teólogos ortodoxos basaban sus argumentos en la específica doctrina de Cristo que se refiere a la encarnación; en efecto, Dios es, en esencia, invisible e indescriptible, pero cuando el hijo de Dios se hizo hombre, de forma voluntaria, asumió todas las características de la naturaleza creada, incluyendo el hecho de poder ser descrito. Por eso, las imágenes de Cristo como hombre confirman la encarnación de Dios.
La Iglesia ortodoxa venera los íconos haciendo la salvedad de que se rinde homenaje y veneración, no al ícono en sí, sino a la persona representada en él en espíritu y verdad”.
Los íconos –aclara– no pertenecen al lenguaje escrito ni a las manifestaciones plásticas, sino que están justo allí, en la frontera tripartita entre el signo, la palabra y la imagen, pero reservándose una identidad genérica única.
Los orígenes
Los dos íconos más antiguos que se conocen son los de Cristo y María; afortunadamente, no todo se perdió durante la iconoclasia del siglo VIII, que afectó a la Iglesia de Oriente.
San Lucas (10 al 84 d. C.), uno de los cuatro evangelistas, fue el que hizo el primer ícono de María, según la tradición, aunque existen fuentes históricas posteriores que reconocen que el evangelista en esa entrevista con María hizo un retrato de ella, en estilo bien romano. Un ejemplo del siglo VI se conserva en el Panteón en Roma. “Es el más antiguo que se conserva, porque los de oriente se destruyeron todos”, dice Luis Lataza.
Lucas era un médico de profesión que se hizo cristiano y había ido a investigar a las fuentes; contactó con san Juan, el apóstol más querido que se llevó a María a Éfeso, y allí estuvieron los dos. “Por eso, san Lucas es el único evangelista que tiene datos que solamente María sabe, así como los sentimientos que pudo comentarle. Por ejemplo, la anunciación y el miedo que sentía que san José la echara de su casa. Todo lo que solamente María podía saber y sentir están en el Evangelio de san Lucas. Él fue a investigar y entrevistar a la Virgen, para luego escribir el evangelio; en esa entrevista, también –dicen– hizo un retrato”.
Pero el considerado como “primer ícono cristiano” y el más antiguo es el Mandylion de Edesa, el lienzo con el cual Jesús se secó el rostro y quedó impreso, también conocido como Santo Sudario, que se conserva en Turín, Italia.
Aparte, también se tiene el velo de la Verónica, reliquia cristiana que se conserva en Oviedo, España. Se estima que ambas reliquias o íconos fueron traídos por los Cruzados desde Constantinopla y el primero ha sido un retrato en vida de Jesús.
Esta primera imagen del cristianismo y el retrato de María dieron origen a toda la iconografía de la Iglesia ortodoxa y católica.
Hasta el Cisma de Occidente en el año 1054, los rituales cristianos católicos y la celebración de los ortodoxos eran los mismos.
Un sacramental
“Para el oriente, el ícono es uno de los sacramentales, el de la presencia personal (…). Contemplando el ícono, dices con fuerza: ‘Mi gracia y mi fuerza están con esta imagen’”, escribe el teólogo ortodoxo Paul Evdokimov (1901-1970). Y añade: “Por eso se exige la intercesión de un presbítero y el ritual de consagración para instituir el ícono en su función litúrgica (...). Una imagen que el presbítero verificó en su corrección dogmática, su conformidad con la tradición y el nivel aceptable de expresión artística se convierte, por la respuesta divina durante la epiclesis del rito –momento de la misa en el que se invoca al Espíritu Santo–, en ícono milagroso”.
Milagroso –aclara Evdokimov– quiere decir exactamente “cargado de presencia y testigo indudable de esa presencia; canal de la gracia con virtud santificante”. Así lo entendió el VII Concilio Ecuménico (Nicea II, 787), que declaró: “Sea por la contemplación de la palabra de Dios, sea por la representación del ícono, tenemos memoria de todos los prototipos (los santos) y somos introducidos en su presencia”. El Concilio de 860 afirma: “Lo que el evangelio nos dice por la palabra, el ícono nos lo anuncia por los colores y nos lo hace presente”.
Más adelante explica que el “ícono se convierte en una realidad de irradiación” y “el arte sagrado del ícono trasciende el plano emotivo que actúa por la sensibilidad (…)”.
Por esta función litúrgica –explica el teólogo– el ícono rompe el triángulo estético que se da entre un artista, su obra y la emoción que genera en el espectador. Entonces, el artista desaparece, la obra se convierte en teofanía –la aparición de Dios al hombre– y el espectador es “atravesado por una revelación fulgurante, se prosterna en un acto de adoración y plegaria”.
Iconografía
Aunque los íconos tengan 600 años o fueran confeccionados este año tienen el mismo valor simbólico y carga religiosa para la Iglesia ortodoxa.
Bernardo Puente Olivera, iconógrafo y coleccionista, autor del ícono de la Virgen del Manto Sagrado que se tiene como patrona en la Iglesia Ortodoxa Rusa de Asunción, expone varias obras en el Museo de Arte Sacro, en el que se montó la muestra Íconos ortodoxos en Paraguay. Se pueden apreciar sus íconos, junto con otros pertenecientes a la Iglesia local, la colección privada de Nicolás Latourrette Bo y las realizadas por Eugenia Sischik. Puente comenzó con la iconografía durante sus estudios de Teología en 1991.
Explica su experiencia personal y encuentro con los íconos: “La escritura de los íconos me acercaron cada vez más espiritualmente a la Iglesia Ortodoxa Rusa; su tradición y espiritualidad. Poco a poco me fui alejando de mis raíces católicas, hasta que me convertí a la Iglesia ortodoxa, dejando definitivamente la católica romana”.
Explica que la iconografía “no es una de las manifestaciones del arte, sino que es la trasmisión de la tradición pura, sin interpretación de la teología ortodoxa. Por esto, no se pintan los íconos, sino que son escritos de la misma manera que se escriben los tratados espirituales y teológicos de la Iglesia, ya que no trasmiten la subjetividad de la belleza plasmada por el autor, sino la objetividad de la belleza que está más allá de toda belleza. Este es el motivo por el cual los íconos no se firman, porque no interesa quién fue el iconógrafo, sino la trasmisión de la verdad rebelada en formas y colores”.
Aunque la iconografía está de moda fuera de la Iglesia ortodoxa, “no es posible fuera de la Iglesia; por esto, hoy es un desafío para nosotros los ortodoxos el conocer nuestra tradición y no dejarnos embaucar por las foráneas y expresiones artísticas, que si bien son esencialmente buenas, no forman parte de la objetividad de la verdad revelada”.
Cada uno de los elementos de la iconografía –la madera, el huevo, los pigmentos naturales– y el orden en el que los íconos deben ser pintados –de los elementos inertes a los más espirituales–, así como la preparación y disposición del iconógrafo –la oración y una fuerte meditación sobre aquello que estamos escribiendo– son partes esenciales de la iconografía. “Sin esto, solo estamos frente a una bella obra de arte sacro y no frente a un ícono de la Iglesia ortodoxa, que tiene, sobre todo, su función litúrgica y teología”.
Íconos
La exposición Íconos ortodoxos en Paraguay es organizada por la Asociación de Rusos y sus Descendientes en el Paraguay, la Iglesia Ortodoxa Rusa de Asunción y la Embajada de Rusia en el Paraguay. Puede ser visitada todos los días, hasta el 19 de este mes, de 9:00 a 18:00, en el Museo de Arte Sacro (Manuel Domínguez y Paraguarí).
Fotos: ABC Color/Celso Ríos/Silvio Rojas.