El relojero del campanario

Desde inicios del siglo XX, con el flamante templo, el vecindario de La Encarnación vivía al compás de las campanadas de cada hora. El cura daba avisos parroquiales –parlante en mano– desde la cúpula. Pero el enorme reloj tuvo sus buenas pausas, hasta hace poquito, y se echó a andar de nuevo. En este caso, vale la pena contar el santo... y ¡también el milagro!

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El 17 de noviembre de 2017, en horas de la noche, sonaron nuevamente las campanadas de la iglesia de La Encarnación, marcando las horas. Espontáneamente, la gente se agolpó en torno al majestuoso templo para escuchar ese sonido pautado por las manecillas del reloj.

Muchos estaban maravillados. Más aún porque había prendido la idea de que ese reloj se había detenido en el tiempo hacía décadas. Algunos calculaban casi medio siglo. Quizá, el hecho de haber vivido tan pendientes de él hizo que los pobladores lo echaran muchísimo de menos y los años parecieran décadas. “El reloj era muy importante en la vida del barrio y era muy interesante, porque solo por ese medio nos enterábamos de la hora. Estábamos siempre atentos a las campanadas. Por eso es que no deben sonar fuera de hora, porque causarían alarma ante el temor de que algo malo esté sucediendo”, dice Fulvia Paiva, vecina del lugar.

En el caso de La Encarnación, el temor a los bruscos repiques se ha proyectado a través del tiempo durante el mal augurio del gran incendio. “Era el mediodía del 4 de enero de 1889 cuando las campanadas de la Catedral de Asunción iniciaron a hora inusual un dramático repique que llamó la atención. Aquellos lúgubres tañidos anticipaban una emergencia. No pasaron segundos para que pronto se escuchara el grito desesperado de ¡fuego!, ¡hay fuego en la iglesia! La noticia corrió como reguero de pólvora hasta el Mercado Guasu”, rescata el Lic. Agustín Talavera en sus escritos.

Desde los primeros años de la nueva iglesia en Volo Cue, el reloj se ha convertido en fiel aliado. No se sabe exactamente cuándo se habilitó, pero debió ser poco después de 1912, el año de fabricación. La campana lleva una inscripción: “Oneto Gaona - MCMXXII (1922)”.

Aunque varias veces se habrá detenido en el tiempo, sus ecos siempre estaban a flor de tímpanos. Por eso hay versiones dispares sobre el lapso que se mantuvo en silencio.

Hoy, uno de los que posibilitó el milagro de acabar con esa presencia silenciosa de las manecillas e iluminar la esfera a oscuras es Gustavo Eduardo Kubina (66). Nos cuenta su experiencia.

-Muchos lo consideran como el que hizo el milagro de revivir el reloj...

-Hace unos años, con toda mi familia nos dedicamos a hacer un trabajo de voluntariado para la Iglesia. Somos miembros de la Iglesia y nos sentimos en la obligación de hacer lo que podamos. Esa es nuestra misión.

-¿Cómo fue para que llegaran a reparar este reloj?

-Mi hijo menor, Gustavo David Kubina, estudia en la Universidad Católica, tiene mucho relacionamiento con la Iglesia y le contactaron para este trabajo, que lo hicimos voluntariamente. Él habló con el arzobispado y el padre Ángel Arévalo, cura de La Encarnación.

-Se dice que llevaba décadas sin funcionar.

-Aun así la máquina estaba muy bien conservada. No le faltaba ni una sola pieza. Se notaba muy poco desgaste, lo cual significa que desde que se instaló trabajó unos pocos años nada más. Su estado era prácticamente el de uno nuevo. También este tipo de reloj necesita una asistencia técnica periódica para mantenimiento, por lo menos una vez al mes. Sí, estaba en ruinas y abandonado el habitáculo de la torre. Empezamos con una buena limpieza y los ajustes mecánicos.

-¿Cuál es su profesión?

-Yo soy técnico en electrónica, mecánica y electricidad. De todo un poco, como antes. De relojería solo tengo los genes y, tal vez, el legado de mis abuelos. Mi abuelo se llamaba Andrés Kubina, polaco; era relojero, reparador y afinador de instrumentos musicales, como piano, acordeón, etcétera. Mi abuelo materno era alemán, Gustavo Hallama; también era técnico, mecánico y eléctrico. Ellos vinieron al Paraguay y yo nací en Encarnación.

-¿Cuál fue el primer reloj de iglesia que le tocó reparar?

-Hace mucho tiempo que vivo en Luque. Tengo cinco hijos, todos mayores. Reparamos el reloj de la iglesia de Luque hace 10 años y hasta ahora lo mantenemos en funcionamiento voluntariamente. Es muy bueno e interesante. Allí hicimos el campanario automático. Toca solo el responso, llamado a misa, etcétera. Está totalmente programado para cada caso. Areguá tenía un reloj mecánico, pero fue reemplazado por uno electro-electrónico que se había averiado hace más de 15 años y quedó allí. El antiguo fue abandonado y recibió otra función, como tranca de puerta. Rehicimos toda la parte electrónica y reutilizamos los electromartillos. Ahora toca una melodía a las 6:00, las 12:00 y las 18:00, cuando se escucha el Ave María de Lourdes, a la hora del Ángelus. Está trabajando hace casi tres años y es muy conmovedor escucharlo.

-¿Qué de peculiar tiene este reloj de La Encarnación?

-Es el más antiguo de los que reparé y conozco. Su fabricación data de 1912 y fue hecha por J. F. Weule. Bockenem es el lugar de Alemania en el que se manufacturó. En el mundo todavía hay muchas máquinas que fabricaron ellos y siguen funcionando. Tienen mucho valor histórico. Como dije, estaba inundado de tierra, hollín y alimañas. Empezamos entre dos o tres personas a limpiar y, luego, nos dedicamos a la máquina en sí. No le faltaba una sola pieza y eso facilitó la restauración. La rueda de escape es la parte más importante, por ser la administración del tiempo. Cada segundo va soltando diente por diente, uno tras otro. Con eso va haciendo la medición del tiempo y el movimiento sincronizado del resto del mecanismo. Funciona a la perfección. También está intacta la cuerda y el cabo junto con el péndulo, que es el patrón del tiempo. Tiene un ajuste abajo y con eso se corrige para que no adelante ni atrase.

-Ahora bien, hay que darle cuerdas sí o sí...

-Eso es todo un tema, porque a partir del momento en el que se pone en funcionamiento se tiene que mantener y eso depende de la cuerda. Cada siete días como máximo. La cuerda consiste en levantar dos pesos: uno de 120 kg, que mueve la parte del tiempo del reloj, y el otro de 150 kg, que mueve el funcionamiento del martillo de la campana. Se los debe levantar desde el suelo a unos 12 m de altura. Es la energía del reloj y el principio físico se llama “energía potencial gravitatoria”. Implica sudar un poco también para “darle cuerda” y no olvidar. Eso es vital para que siga.

-¿Cuál es la precisión que mantiene?

-La precisión esperada de estas máquinas son de uno o dos segundos por día. Es buenísima. En el peor de los casos puede ser de cinco segundos por día. Pero el objetivo de estos relojes no es tanto la precisión, sino el tiempo de funcionamiento. Está pensado para décadas, décadas y décadas. Se va ajustando y controlando siempre. Como es totalmente mecánico, está expuesto al polvo, viento, desgaste, y constantemente hay que ajustarlo y mimarlo. Los gastos para la reparación de estos relojes siempre estuvieron a cargo de las respectivas parroquias, que en realidad son ínfimos. De nuestra parte, nunca cobramos nada. Es un trabajo de voluntariado.

-¿Qué sentiste al escuchar que funcionaba y daba la primera campanada?

-(Se emociona y le brotan lágrimas). Esta campana es muy especial, tiene un sonido maravilloso. Muy buen sonido...

La parte visible del reloj de La Encarnación tiene una característica especial: una esfera transparente. Por eso se lo iluminó en el interior de la torre para que se pueda apreciar en horas de la noche. “Le pusimos primero un foco común, pero atraía muchos bichos y nos trancaba de nuevo la máquina. Entonces optamos por los led”.

A su criterio, “efectivamente era un reloj detenido en el tiempo y eso ayudó para la recuperación. Se conservó tal cual se lo había instalado. No se le ha cambiado una sola pieza”.

En medio de la marabunta vehicular del centro, cada media hora, un golpe de martillazo en el bronce se deja escuchar desde el campanario y, cada vez que las manecillas están “en punto”, las campanadas se corresponden con las horas. Doce a las 12:00, seis a las 6:00...

Con el de La Encarnación, Gustavo Kubina lleva reparados cuatro relojes de parroquia: Luque, Areguá y Piribebuy. Este último es muy antiguo y estaba destrozado. Se pudo completar la reparación al fabricar algunas piezas. Originalmente, se cuenta que el templo de Piribebuy no tenía un campanario al que se accediera por el interior, sino estaba afuera. Pero la feligresía le construyó otra torre para tener su reloj, que fue adquirido hacia 1949.

Para Kubina, todos los relojes son importantes en las iglesias y el de La Encarnación es muy especial. Tiene mucha mística. Replica lo que dijo el padre Ángel Arévalo al verlo resucitado: “El tiempo es, en realidad, de Dios y las campanadas son una manera de evangelizar también”.

Voluntario durante 30 años

La buena conservación del reloj detenido de La Encarnación tiene una explicación. Desde su infancia, Emilio Aparicio Gómez (88) vivió contemplando el paso de las horas desde el balcón de su casa. Había nacido en el barrio y vivía con sus padres sobre la calle Cnel. Martínez (hoy Haedo), frente a la iglesia.

Su profesión era realizar reparaciones de muebles para bancos y financieras, pero luego, durante unos 30 años, se encargó de controlar y ajustar el funcionamiento del reloj, tarea que ahora lo hace Crispín Domínguez, el sacristán de La Encarnación.

“Mi padre, Nicolás Aparicio, prestó servicios y fue jefe de la CALT (Compañía Americana de Luz y Tracción) durante 45 años. Construyó la casa en la que vivimos frente a la iglesia y me crie en el barrio, al lado de la antigua Oficina de Química Municipal y la familia Codas. Mi mamá era asidua a la iglesia, y fui testigo de muchas de sus lágrimas de devoción y oraciones”.

El reloj fue donado hacia 1912 por la familia Carrón a la memoria de don Juan María Carrón, su viuda y sus hijos. Sin embargo, un buen tiempo después se había detenido.

Aparicio asegura que, para resucitar el reloj conversó con el cura párroco Agustín Bogarín hacia 1980. “Subí a la torre y empecé a limpiarlo, pues la suciedad empañaba la maquinaria. La lubriqué y ajusté el sistema de transmisión de las manecillas y el martillo de la campana”. También lo ayudaron para mejorar la cara del reloj su hija, María Soledad Aparicio, y su esposo, el Dr. Mario Camperchioli.

El reloj siguió funcionando así con una atención semanal y rutinaria de Aparicio durante unos 10 años hasta que, en 1995, el relojero J. Dormann, quien atendía la maquinaria en sí, lo desmontó totalmente poniéndolo a punto. “Yo fui atleta, y por eso podía subir y bajar esas escaleras para la atención semanal y control de su funcionamiento. Así hasta el 2010, cuando tuve un infarto que me impidió seguir llegando hasta el reloj para darle las cuerdas, controlar y aceitar. Fue allí que dejó de funcionar totalmente, muy a pesar mío”, relata.

Don Aparicio asegura que el reloj no llegó a estar parado en forma continuada durante 50 años, como se creía o mencionaba. Sí tuvo sus pausas. Él lo cuidó “por amor a la Virgen y la Iglesia, pues soy un ferviente católico. Nací y me crie en el barrio”, afirma.

También se debe a don Emilio Aparicio la creación del Servicio Médico Social de La Encarnación, en 1984, destinado a gente de escasos recursos, que funcionó durante un año. Hoy, con mucha nostalgia, solo quiere un pergamino que le recuerde los años en los que subía a la torre para darle cuerdas y energía al reloj.

pgomez@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Celso Ríos/Diego Peralbo.

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