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Como en esas historias tan típicas del boom literario latinoamericano, los dos compartieron media vida sin prestarse mucha atención. A lo sumo, uno estaba al servicio del otro, en una relación que jamás imaginarían más cercana de lo meramente casual o protocolar. Los terminó uniendo la democracia que, aun imperfecta y a veces bastarda, da oportunidades de libre competencia por los cargos electorales a todos por igual, sin distinción de clase social, raza o religión. Se enfrascaron así en una disputa que revirtió de manera dramática el desigual cotejo de sus fuerzas originales de abolengo o de capacidad económica familiar.
Se enfrentaron un domingo cualquiera del 2006. Con los resultados que hoy están a la vista. Como en los cuentos de caballería, ganó el de procedencia más humilde; el de las costumbres campechanas; el valle nacido y criado en el pueblo. Perdió el principito encantado que veraneaba cada año con su familia en la entonces apacible villa. Perdió el arquitecto soñador que no pudo o no supo transmitir sus ansias de cambio a un pueblo siempre desconfiado de los arribeños. Ganó el vecino humilde de toda la vida, que inteligentemente encontró en el Partido Colorado su desesperado escape de la siempre incómoda pobreza..
La historia es cautivante y tiene todos los ingredientes de un clásico culebrón político paraguayo. La vieja y astuta Asociación Nacional Republicana candidató al hombre de pueblo, de costumbres sencillas, ex capataz del club social más distinguido del lugar. El que siempre sirvió sin protestar a los ricos de Asunción. Que además, ya había sido intendente de San Bernardino, aunque eso sí, con cuestionamientos a su labor nunca bien aclarados.. El novel Partido Patria Querida postuló ingenuamente al hermano de su presidente, un outsider demasiado fino para las gruesas necesidades de la gente común. Es que Sanber se convierte en San Bernardino a secas después de cada verano, y una vez que los veraneantes vuelven a sus mansiones de Asunción, la gente llana se queda con los rigores de un pueblo de múltiples necesidades y escasa atención de los centros del poder.
El final es de película. Juan María volverá a su estudio privado, cambiará Sanber por Punta del Este, y olvidará pronto esta aventura electoral. Brígido comenzará a pagar favores a los amigos de siempre, y tratará, suponemos todos, de lograr una administración más ordenada que la anterior. Su figura y sus modos sencillos garantizarán mientras tanto otros cinco años de poder supremo del partido de gobierno..
Esta simple fábula de irresistible realismo mágico paraguayo es tan verídica y tan fantasiosa a la vez, como lo es en general toda nuestra sinuosa realidad social y política. Parece un cuento de Roa Bastos o de Halley Mora, pero es la fría crónica de un episodio, entre tantos, ocurrido un domingo lluvioso de noviembre en medio de unas abúlicas pero decisivas elecciones municipales..
Como en los cuentos románticos, el Mendigo triunfó una vez más sobre el Príncipe. Detrás de la historia subyacen, sin embargo, fuerzas mucho más profundas y oscuras. Las de un partido centenario con vocación insaciable de poder. Y la de un grupo de personas con poder económico pero sin la capacidad suficiente para comprender, aún, los intrincados caminos del pensamiento de un elector que los sigue mirando con desconfianza..
La moraleja es simple: en el Paraguay, el Mendigo siempre gana, pero normalmente tiene financiación y apoyo de los grupos que controlan férreamente el Estado hace más de medio siglo. Un verdadero cuento de hadas de sabor agridulce y sin final feliz.
Se enfrentaron un domingo cualquiera del 2006. Con los resultados que hoy están a la vista. Como en los cuentos de caballería, ganó el de procedencia más humilde; el de las costumbres campechanas; el valle nacido y criado en el pueblo. Perdió el principito encantado que veraneaba cada año con su familia en la entonces apacible villa. Perdió el arquitecto soñador que no pudo o no supo transmitir sus ansias de cambio a un pueblo siempre desconfiado de los arribeños. Ganó el vecino humilde de toda la vida, que inteligentemente encontró en el Partido Colorado su desesperado escape de la siempre incómoda pobreza..
La historia es cautivante y tiene todos los ingredientes de un clásico culebrón político paraguayo. La vieja y astuta Asociación Nacional Republicana candidató al hombre de pueblo, de costumbres sencillas, ex capataz del club social más distinguido del lugar. El que siempre sirvió sin protestar a los ricos de Asunción. Que además, ya había sido intendente de San Bernardino, aunque eso sí, con cuestionamientos a su labor nunca bien aclarados.. El novel Partido Patria Querida postuló ingenuamente al hermano de su presidente, un outsider demasiado fino para las gruesas necesidades de la gente común. Es que Sanber se convierte en San Bernardino a secas después de cada verano, y una vez que los veraneantes vuelven a sus mansiones de Asunción, la gente llana se queda con los rigores de un pueblo de múltiples necesidades y escasa atención de los centros del poder.
El final es de película. Juan María volverá a su estudio privado, cambiará Sanber por Punta del Este, y olvidará pronto esta aventura electoral. Brígido comenzará a pagar favores a los amigos de siempre, y tratará, suponemos todos, de lograr una administración más ordenada que la anterior. Su figura y sus modos sencillos garantizarán mientras tanto otros cinco años de poder supremo del partido de gobierno..
Esta simple fábula de irresistible realismo mágico paraguayo es tan verídica y tan fantasiosa a la vez, como lo es en general toda nuestra sinuosa realidad social y política. Parece un cuento de Roa Bastos o de Halley Mora, pero es la fría crónica de un episodio, entre tantos, ocurrido un domingo lluvioso de noviembre en medio de unas abúlicas pero decisivas elecciones municipales..
Como en los cuentos románticos, el Mendigo triunfó una vez más sobre el Príncipe. Detrás de la historia subyacen, sin embargo, fuerzas mucho más profundas y oscuras. Las de un partido centenario con vocación insaciable de poder. Y la de un grupo de personas con poder económico pero sin la capacidad suficiente para comprender, aún, los intrincados caminos del pensamiento de un elector que los sigue mirando con desconfianza..
La moraleja es simple: en el Paraguay, el Mendigo siempre gana, pero normalmente tiene financiación y apoyo de los grupos que controlan férreamente el Estado hace más de medio siglo. Un verdadero cuento de hadas de sabor agridulce y sin final feliz.