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El lugar se convirtió en una suerte de ombligo que, de nuevo, al mundo provee de taguás, una especie de pecaríes que se creía desaparecida de la faz de la Tierra hace mil años, pero fue redescubierto en el Chaco paraguayo en 1972 por el norteamericano Ralph Wetzel. Unos años después, en 1985, nació el Proyecto Taguá como un plan de reproducción de estos animales en cautiverio, para luego reintroducirlos al medioambiente y no se extingan.
La presencia del joven chaqueño no es producto del azar. Precisamente, se busca potenciar a los lugareños para las tareas de conservación. Caso contrario, es muy difícil. Es importante tener gente de la zona adaptada a ese entorno y formarla, sacarla al exterior para que aprenda la tecnología y los métodos nuevos, refiere el administrador general del proyecto, Dr. Juan Manuel Campos Krauer (33), médico veterinario, quien actualmente está estudiando Genética
Molecular en la Kansas State University.
Todo lo que se hace en el Chaco con el proyecto tiene un seguimiento y repercusión en Estados Unidos, pues es financiado totalmente por el Zoológico de Sedgwick County de Kansas, que administra y provee los fondos donados por estadounidenses. De hecho, se encuentra bajo la dirección general del norteamericano Dennis A. Merritt.
La reintroducción
En los planes de preservación, es importante tener grupos de animales lejos. Esto es porque, si hay una epidemia o una peste que mata a todos los de Paraguay, se los trae de nuevo de otros países. Además, por el convenio son animales paraguayos que pueden ser reclamados por el país. No son americanos, asegura Campos Krauer.. También se han llevado dos taguás del proyecto al Zoológico de Asunción y tres al de Itaipú, donde se han reproducido en cautiverio y se los tiene en el zoo Eirene de Filadelfia (Chaco).
Antes de ser liberado el animal es sometido a una evaluación de su estado de salud para que no lleven parásitos o enfermedades en el hábitat silvestre. De por sí, estos animales -pese a ser considerados chanchos- son muy higiénicos, pues tienen la costumbre de defecar en letrinas que ellos mismos cavan en el suelo.
Una vez liberados, son monitoreados durante dos años a través de radiocollares de tipo VHF y GPS (satelital). A los seis meses, el collar se suelta y se recupera con toda la información sobre su posición, movimiento y padrones de actividad en todo ese tiempo.
Como también están marcados con caravanas (dispositivos que van en las orejas), cuatro o cinco años después se los puede identificar dentro de una manada salvaje.
El futuro
Estamos a pasos de transformar todo esto en un Centro Internacional para la Conservación del Chaco. Como está en un lugar estratégico, la idea es fomentar la investigación a través de vínculos con universidades de Estados Unidos y Europa. También se pretende formar a estudiantes paraguayos que trabajen con otros países en las investigaciones científicas, adelanta Campos.También ha dado sus frutos en la gente. Los escasos pobladores de la zona se encargan de reportar si algún cazador intruso merodea los alrededores y se movilizan para frenarlos, lo cual es muy alentador.
Se estima -según el último censo de taguás realizado en 1992- que existen 5.000 individuos en libertad en todo el Chaco paraguayo. Podría parecer mucho, pero en realidad es poquísimo. El oso panda de Asia o el guepardo o chita en Africa son especies cuya población se calcula en unos 20.000 y están en grave peligro de extinción. Por tanto, el taguá, según los responsables del proyecto, continúa en grave peligro de extinción.
El taguá o pecarí del Chaco es el de mayor tamaño descubierto por la ciencia desde el año 1900. La especie fue considerada fósil del Pleistoceno (la más antigua etapa de la Era Cuaternaria, entre 30.000 a 10.000 años atrás) a partir de muestras recogidas en yacimientos de Argentina en 1930. Sin embargo, hay quienes sostienen que estos fósiles son de una especie un poquito distinta.
No obstante, se cree que el taguá había desaparecido totalmente hace unos 1.000 a 1.500 años en todo el planeta. El origen del taguá en la naturaleza no está aún bien investigado, pero sus parientes cercanos en fósiles se han encontrado en Estados Unidos y más o menos datan del Mioceno, entre 25 millones a 5 millones de años atrás. Se cree que los pecaríes evolucionaron luego en Norteamérica y recién después pasaron a Sudamérica (donde antes no existían) en la era del Plioceno (entre 5 millones y 1,6 millones de años) cuando se formó Centroamérica, que unió al Norte y al Sur, y estas especies la utilizaron como un puente hace unos dos millones de años.
Los individuos que pasaron al Sur se desarrollaron y evolucionaron en las tres especies de pecaríes que hoy conocemos y se tienen en el Chaco.
Tres especies de pecaríes
El pecarí de labio blanco o tañykati (Tayassu peccari) -seis adultos y tres crías-. Su nombre no precisamente tiene que ver con el olor sino con la mandíbula blanca. También están en riesgo debido a la cacería. pecarí de collar o kureí (Tayassu tajacu) tiene la población más numerosa y es el único que va en aumento. En Toledo hay catorce.
Aunque en el proyecto las tres especies comparten parcelas en el centro experimental no son compatibles. Todos son conocidos por la gente común como curé kaaguy, pero ninguno es buen vecino. Son hostiles entre sí y cada uno marca su territorio con el olor que despiden con sus glándulas.
Una zona histórica
El Fortín Toledo es una zona histórica donde se libró la batalla del mismo nombre, del 26 de febrero al 10 de marzo de 1933, durante la Guerra del Chaco, y en la que murieron unos mil paraguayos y bolivianos. En el sector se encuentran diez tucas subterráneas antiaéreas.
El proyecto inicial de conservación fue de Kurt Bernischke, un alemán, quien precisamente eligió el lugar por su significado histórico. Esta persona estuvo en Alemania durante la Guerra del Chaco y valoraba mucho la parte histórica. Le daba mucha lástima ver estos lugares que estaban en el olvido. Por eso, se eligió Toledo para la instalación del proyecto, precisó Campos.