El mundo en una chapa

Se llama Ramón Sánchez, tiene 53 años, es ingeniero agrónomo y posee una colorida y llamativa colección de centenares de chapas de automóviles que las reunió desde que era adolescente. Hoy, cuando le preguntan qué hará con esas cosas que él considera un tesoro, responde: “Abrir un bar temático en Villarrica”.

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Cada matrícula de metal tiene para él un valor, una historia, un sentimiento, una referencia personal, una marca en el tiempo, un sello geográfico que le rememoran viajes y aventuras. Por eso, asegura, no tiene intenciones de venderlas, pese a haber recibido numerosas e interesantes ofertas de otros coleccionistas en más de una ocasión.

Lo encontramos en plena faena de clasificación con la idea de exponerlas en una muestra permanente, en un bar temático en la ciudad de Villarrica, departamento de Guairá, de donde son oriundos sus padres. En la colección se encuentran también algunas de las famosas y polémicas chapas de la isla Yacyretá, símbolo de impunidad y prepotencia de la dictadura stronista.

“Esta es una colección que tiene 40 años de historia”, nos dice Ramón al enseñarnos las paredes de una habitación que convirtió en un muestrario privado de chapas de automóviles de Asunción, localidades del interior del país y ciudades de Estados Unidos, Europa, Asia, África y Medio Oriente, entre otras.

“Ahora las estoy clasificando y estudiando el futuro destino de cada una de ellas en paredes de un bar temático que lo tengo proyectado en Villarrica”, comenta.

En su colección se encuentran, por ejemplo, chapas de automóviles de Moscú cuando esta ciudad era la capital de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), de la de Berlín comunista de entonces o de la Polonia totalitaria de aquella época, así como otras de Tokio o ciudades de los estados norteamericanos de Arizona, California, Colorado, Connecticut, Dakota del Sur, Kansas, entre otros.
Este conjunto de reliquias forma parte de una historia de vida y cada una de ellas constituye una verdadera “joya”, señala el ingeniero Ramón y cuenta que todas ellas tienen una singular historia.

“Algunas las compré, otras me las regalaron, pero la mayoría las encontré y conseguí en ciudades lejanas”, comenta sobre su muestrario, que ya fue visitado varias veces por extranjeros curiosos, fanáticos de estas piezas y connacionales interesados en hacer negocios con las matrículas vencidas de rodados.

El coleccionista indica tener buenos motivos para negarse a vender parte o la totalidad de estas cédulas de identidad metálicas. “Las alquilo a quienes me piden”, afirma.

¿Alquilar?, ¿a quién le interesa alquilar patentes viejas? “Alquilé para rodajes de spots publicitarios”.
Ante la obligada repregunta sobre los filmes que utilizaron las matrículas de su colección, Ramón dice que una de las chapas formó parte de las escenas en un automóvil que se utilizó para hacer un video para la empresa Copetrol y otro para la firma Informconf. A pesar de haber ganado dinero con el arriendo de estas placas metálicas de rodados, dice que esas ganancias “fueron simbólicas e interesantes”.

“Me ofrecieron mucho dinero por todo esto, pero no tengo intención de vender nada”, respondió cuando le preguntamos si está en sus planes concretar algún otro que negocio con su colección.
Al enseñarnos las chapas número 1 de las localidades paraguayas de Sapucai (departamento de Paraguarí) y Coronel Martínez (Guairá), que pertenecieron a los primeros vehículos de esos pueblos, Ramón confiesa que son los mayores tesoros que pudo reunir en toda su vida.

“Esta me recuerda a viejos amigos de mi familia que me traían regalos en la época de Reyes”, dice al mostrar una chapa de Asunción del año 1935 que, según afirma, perteneció a un camión que a principios de aquel año transportó agua al Chaco durante la guerra contra Bolivia.

La mayoría de las matrículas fueron obtenidas durante viajes realizados en su juventud a ciudades de Europa, Estados Unidos y África en barcos de la flota paraguaya y vuelos de la hoy desaparecida Líneas Aéreas Paraguayas (LAP) en misiones de estudios, trabajo y negocios, según relató.

Tras afirmar haber tenido “la suerte de viajar por el mundo”, el ingeniero Ramón dice que “lo más difícil era hacer pasar las chapas por los controles de los aeropuertos” porque, según contó, “te sometían a todo tipo de interrogatorios” hasta demostrar que la matrícula no estaba ligada a un hecho irregular o delictivo.

Chapas de la impunidad

“Aquí están dos famosas chapas de la isla Yacyretá: una de 1986 y otra de 1985”, dice Ramón, al recordar que esas matrículas simbolizan la impunidad y prepotencia de una época.

Yacyretá era una isla que ahora está totalmente bajo las aguas del embalse de la represa paraguayo-argentina del mismo nombre, en donde el entonces dictador Alfredo Stroessner Matiauda, durante su régimen (1954-1989), acostumbraba ir a pasar los fines de semana y a pescar con sus amigos.

La isla no era ningún municipio, pero un amigo del dictador, Turi Salvador Musmeci, quien acompañaba y cuidaba al tirano en aquellas salidas, hizo confeccionar las singulares chapas para comercializarlas a altos precios a ministros, altos funcionarios, diplomáticos locales y empresarios o magnates vinculados a la dictadura.

Después de la caída del dictador, el señor Musmeci contó que la confección y venta de chapas de la isla Yacyretá fue un negocio que le encomendó realizar Stroessner para ganar dinero en reconocimiento a su lealtad.

“Tener por tu camioneta o coche la chapa de la isla Yacyretá era como contar con un pase libre por todas las rutas y calles del país”, señala el coleccionista. “Ningún agente de tránsito, policía o militar te paraba o molestaba si tenías esta chapa, porque significaba que formabas parte del círculo presidencial de entonces”, agrega el ingeniero Ramón.

eruizdiaz@abc.com.py

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