El Jardín de América

Históricamente considerado el “parque más hermoso de América”, sigue preservando parte de su vegetación y colección de árboles de antaño. Entre las curiosidades se pueden apreciar la yaca que se plantó para alimento de esclavos, el árbol del hule, los ficus más raros y otros vestigios de su opulencia de principios del siglo XX.

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“El Parque y Museo de Historia Natural, conocido como Jardín Botánico y situado en Santísima Trinidad, a unos pocos kilómetros de la capital, es uno de los más hermosos parques de América, por la riqueza, variedad y exuberancia de su vegetación, como asimismo por su belleza natural. Consta de 600 ha y encierra cañadas, bañados, arroyos, lagunas, picadas, avenidas y formaciones florísticas de todo orden”.

Así describe al Jardín Botánico de Asunción la Guía de Turismo, de Arturo Bordón, editada en 1932. Entonces, el parque seguía bajo la dirección de su creador, el Dr. Carlos Fiebrig, quien lo fundó en 1914, bajo el nombre de Museo de Historia Natural y Jardín Botánico y Zoológico. Ocupaba la parcela que perteneciera a la Escuela Nacional de Agricultura, que fue creada y dirigida por el sabio Moisés Bertoni entre 1896 y 1908, en Ybyray, sobre propiedades que tenían su origen en la época colonial.

“Este es un paraíso de las plantas y árboles; tiene una variedad impresionante de especies nativas e introducidas. Tenemos una reserva de 100 ha hacia el norte y, en la parte limpia del parque, otras 100 ha”, dice el Ing. Agr. Germán González Zalema, director del JBZA entre 1990 y 1998. Con la concesión del Asunción Golf Club, el parque suma hoy apenas 250 ha tras las sucesivas desmembraciones, unas 10, que fue sufriendo a lo largo de su derrotero, especialmente en la década del 50 y 60.

La reserva natural es cruzada por el arroyo Tres Puentes Kue, lo que vuelve más interesante al hábitat en cuanto a la biodiversidad. “El cauce de agua ingresa totalmente contaminado al predio y tras pasar por un humedal en el interior del bosque, que podría ser considerado un remanente del Bosque Atlántico, sale totalmente cristalino y purificado”, añade Antonio Spiridonoff, ambientalista e integrante de la Asociación Amigos de Trinidad.

En el predio del Botánico se pueden observar añosos y gigantescos árboles que datan de los tiempos de don Carlos A. López y aún antes, cuando la propiedad era todavía parte de la estanzuela de los Viana Galván en el siglo XVIII. Para su actual directora, Maris Llorens, el acervo natural y la biodiversidad del Jardín Botánico y Zoológico sigue siendo uno de los más bellos de América, y se trata de mantenerlo como un pulmón de la ciudad de Asunción. Ella se ha convertido en la principal benefactora del parque.

Orígenes de la propiedad

Los orígenes de la propiedad remiten a los tatarabuelos del mariscal Francisco Solano López. Don Fernando Larios Galván se casó con Teresa de Iriarte, y su hija Catalina Larios Galván contrajo matrimonio con Antonio Martínez de Viana. Según la Arq. Selva Álvarez, autora del libro Santísima Trinidad, memorias de una comunidad, Antonio Martínez de Viana era oriundo de una villa del arzobispado de Braga, en Portugal, llamada Viana, lo que habría tomado para su apellido. Radicarse en el Paraguay y casarse con Catalina Tadea Larios Galván, “le abrió las puertas de la sociedad asuncena. Fue maestro constructor y en 1777 era considerado el único arquitecto que había en el Paraguay, pero su principal actividad fue la de hacendado”. Una de sus hijas, Magdalena Viana, recibió en herencia las tierras de Ybyray. “La familia de los Viana Galván, de rancio abolengo en el siglo XVIII en el Paraguay, habitaba en un amplio terreno en Santísima Trinidad, lugar conocido como Estanzuela Viana”, dice Pablo Julio Maidana (ABC Color, 4 de noviembre de 1973).

Añade que Magdalena Viana Galván, bella dama de la sociedad asuncena, contrajo enlace con Pedro José Ignacio Carrillo, nativo de Itacurubí del Rosario, familia conocida por su fortuna y distinguida posición social. “De este matrimonio nació, entre otros hijos, Juana Pabla Carrillo Viana, la esposa de don Carlos Antonio López”.

La madre del mariscal Francisco Solano López heredó la propiedad y, cuando contrajo matrimonio con Carlos A. López, este compró otros inmuebles adyacentes para ampliar su hacienda, que luego se convirtió en su quinta veraniega, en la cual pasaba parte del año, según el historiador Julio César Chaves.

Aunque los Viana Galván habitaron la Casa Baja –hoy Museo de Historia Natural–, esta vivienda de estilo colonial, muy semejante a la casa de Ubalda García, la “Niña Francia”, fue la morada inicial de la familia López Carrillo. En tanto, don Carlos hizo construir, tras anexarle más terrenos, la Casa Alta, de dos pisos y amplios corredores.

“La familia López recibía en su casa señorial a diplomáticos y visitantes extranjeros de renombre, y a los principales vecinos de la localidad. Para hacerla más accesible, hizo abrir la actual avenida Artigas”, dice Julio César Chaves. Artigas seguía el trazado del viejo camino real a Limpio, Tapuá, aunque en sus inicios se llamó calle de Manorá.

“Don Carlos, durante el tiempo que vivió aquí (en la Casa Baja), construyó la Casa Alta, que sirvió como casa de verano. Muy poco tiempo después sobrevino la Guerra contra la Triple Alianza. Cuando Carlos A. López vivía en esta casa, se hizo amigo de José Gervasio Artigas; eran como hermanos. A menudo el prócer uruguayo venía a tomar el mate aquí”, refiere Hortensia Gómez de Troche, la tercera hija de Darío Gómez Serrato, quien nació en Peña Hermosa durante el confinamiento de su padre, tras la revolución de 1947.

La tradición oral también sostiene que la Casa Alta nunca fue ocupada por la familia López Carrillo y, en realidad, era más bien para Francisco Solano López, quien incluso se encargó de hacerla construir, habiendo comprado él mismo los materiales. También se menciona que la Casa Baja ya existía en tiempos del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia y que se habría sido destinado a presidio de los opositores a su régimen.

Hortensia Gómez Belotto agrega conmovida: “Imagínense qué emoción trasladarnos a aquel tiempo cuando los hermanos López Carrillo habrán trepado estas rejas, los árboles, jugado en el patio. Nuestra historia es sagrada”.

Cuando Madame Lynch llegó al Paraguay en 1855, como no era bienvenida dentro de la familia López, se cuenta que tenía una casa en Ybyray, fuera del perímetro del hoy Jardín Botánico, en Tapuá y Primer Presidente, y estaba separada de la propiedad por las vías del tren.

Darío Gómez Serrato –quien nació en Trinidad, en 1900, y trabajó durante su niñez en el Botánico– menciona esta casa de Madame Lynch sobre la boca de Tape Pytã (Primer Presidente). Decía en un pasaje: “Y nos detiene el paso la carcomida casona colonial de 60 m de largo, albergue de Elisa Alicia Lynch. Las pilastras aún sostienen fuertes ganchos de hierro, en los cuales embridaban sus montados las amazonas y jinetes visitantes”. En la posguerra, la propiedad fue adquirida por Fassardi, quien instaló allí una fábrica de aceite y jabones, cuyas chimeneas los vecinos aún recuerdan y se mantuvo hasta hace muy poco tiempo. 

También se tiene la versión de que don Carlos hizo llegar el tren hasta Trinidad y mandó construir la estación, entonces homónima, frente al acceso de su casa de verano para completar su ingreso hasta la puerta en sulky. Sin embargo, esta es una leyenda urbana –dice Spiridonoff–, dado que esa dirección era la única salida que tenía el tren hacia el interior del país. 

La Arq. Selva Álvarez relata que, después de la Guerra contra la Triple Alianza, la propiedad de los López Carrillo pasó en herencia a Rafaela López de Azevedo y Pedra (hermana del mariscal). Luego la heredaron las nietas de don Carlos, sobrinas de Rafaela: Juana Barrios de Ros y Adelina Barrios (hijas de Inocencia López de Barrios) junto con Rafaela López de Miranda y Escilia López de Blomber (hijas de Venancio López). Estas la vendieron al Banco Agrícola del Paraguay en 1896 y, luego, pasó al Banco Central del Paraguay. Finalmente, en 1963, se transfirió a la Municipalidad de Asunción cuando el intendente era César Gagliardone.

Jardines y árboles añosos

En 1846, Carlos A. López recibió en obsequio de parte del emperador del Brasil, Pedro II, un muestrario forestal en el cual figuraban plantas de eucaliptos, chivatos, casco romano, yvapovõ y las muy tradicionales palmeras cariocas. Todas estas fueron cultivadas en el Jardín Botánico.

Sobreviven varias especies plantadas hace 171 años y muchas ya son sus “hijas”. Así tenemos los mangos brasileños en el patio norte de la Casa Baja, junto al pakuri guasu y el Ficus macrophylla. El pakuri guasu es un árbol paraguayo, pero de crecimiento extremadamente lento. Es de un sabor áspero y no es muy atractivo, por lo cual casi no se cultiva. También se mantiene descendencia del “árbol del hule” (Castilla elástica), cuya resina se utilizaba antes del polietileno.

“No tenemos una lista o inventario, pero la tradición oral y envergadura de estos árboles nos dan cuenta de que son de la época de Carlos A. López y otros ya serían sus hijos”, aclara González Zalema.

Entre los más raros también se cuenta el Hura crepitans, un árbol de tronco espinoso que tiene una fruta de unos 15 cm de circunferencia. Cuando madura y se seca, explota y expande sus semillas a unos 30 m a la redonda. Normalmente, es medicinal y en Bolivia se utiliza como purgante. Es pariente del tártago y aceite de ricino; de ahí sus propiedades laxantes. También se tiene el yby’a, que probablemente fue traído del Chaco por el botánico Teodoro Rojas. En sus raíces acumula agua, por lo que salvó a los soldados de morir de sed. 

Desde sus inicios, el Jardín Botánico tuvo su vivero de plantas que se fue trasladando por varios puntos del predio y actualmente cuenta con una colección de 700 especies de plantas medicinales nativas e introducidas en la parte de la vieja Escuela Agrícola.

Durante su época de esplendor, el Parque Botánico tenía diversos jardines, algunos de los cuales se mantienen en regular estado y de otros solo quedan vestigios: el Parque Romano, el Jardín de la Señora, la Cascada de Acceso, la Fuente Kamba’i, el Rosedal, la Avenida Samuhú, el Jardín Japonés, que no llegó a terminarse. También datan de la época de Fiebrig y Gertz los caminos fondeados por tacuarales que forman un pesebre sobre los senderos.

El Ykua López y el Ykua Madame Lynch son de los tiempos de los López, y hasta la época de los Fiebrig eran muy frecuentados por la comunidad para lavado de ropas y llevar agua para sus cántaros. Toda la belleza del Jardín Botánico, incluyendo un peculiar embarcadero y café sobre el río Paraguay, así como los jardines de la estación del tren, fueron diseñados por Anna Gertz, la esposa de Fiebrig.

“Ella era el alma del Jardín Botánico, la señora reina madre de las flores. Lo que se puede apreciar aún hoy se lo debemos a ella. Era periodista y, lastimosamente, falleció muy pronto. Invitada por sus amigas fue a la Argentina y allí le sorprendió la muerte sobre las teclas del piano. Presintiendo su destino quizás, había pedido que se la enterrara en el Jardín Botánico”, comenta Hortensia Gómez Belotto.

En la familia Cañisá las versiones señalan que ella padecía de cáncer y se había ido a tratar a la Argentina. Una vez repatriado, su cuerpo fue llevado a bordo del tren hasta Trinidad. En la noche del 20 de mayo de 1920 –sigue relatando Hortensia– fue enterrada en un acontecimiento muy grande a la luz de antorchas. “Las campanas de Asunción se echaron al vuelo, repicaron por ella. El presidente de la República, Eduardo Scharerer, le pidió a Roque Sánchez que haga el discurso de despedida, pero este, muy emocionado, le delegó nada menos que a Manuel Ortiz Guerrero, quien le dedicó el famoso Discurso Fúnebre. Así fue despedida con mucho dolor por gente de toda la comunidad”.

Sobre la sepultura de Anna Gertz se formó un corazón que se llenó siempre de ofrendas florales. Sus restos habrían sido llevados por Carlos Fiebrig, cuando debió abandonar el país en 1936, debido a intrigas por su condición de inmigrante alemán. Otros aseguran que sus huesos continúan allí. Lo cierto es que los documentos solo señalan que fue enterrada detrás del Rosedal, como si ese jardín floreciera en su memoria.

Amigos de Trinidad

La Asociación Amigos de Trinidad busca preservar el patrimonio natural e histórico de Trinidad; entre ellos, el Jardín Botánico. En la foto Gloria Torrás, Antonio Spiridonoff, Daniel Sánchez, Verónica Medina, Andrea Ayala Medina, Blanca Rossi Soler, Gral. SR Leonardo Aponte y Asmad Dami Cañisá. Contacto: amigosdetrinidad@gmail.com

Despedida a Anna Fiebrig

El Discurso Fúnebre, de Manuel Ortiz Guerrero, contiene 10 estrofas. La primera dice:

Señores: doña Anna de Fiebrig aquí descansa.

En el recinto de esta caverna sepulcral;

como el polvo azulado de una muerta esperanza,

en su urna de arcilla duerme el sueño eternal.

pgomez@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Claudio Ocampo, Javier Cristaldo/Archivo/Gentileza.

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