El hombre de las máquinas de escribir

Fue uno de los pocos –si no el único– técnicos de las afamadas firmas Facit, Olivetti, Adler y muchas otras que llegaron al país en la década de los 60. Sus servicios eran muy requeridos, tanto por la precisión de sus conocimientos como por su honestidad. Eugenio Nicolás García recuerda con nostalgia aquellos tiempos.

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García llegó a nuestra redacción emocionado y no era para menos, ya que gran parte de sus años laborales se desarrollaron en este medio y otros tantos, en un tiempo en el que solo él era el hombre capacitado y entendido de grandes marcas internacionales de máquinas de escribir que llegaban al país, destinadas al mundo de las comunicaciones. Esos tiempos marcaron su vida, sin duda; sobre todo porque los conocimientos adquiridos fueron por dedicación y muchas ganas de superación.

“Cada máquina de escribir tiene una media de 5000 piezas diminutas que encajan entre sí con una perfección milimétrica”, aclara García, uno de los últimos mecánicos de máquinas de escribir que queda en Asunción. 

Menciona sus primeros años en Columbia, por el año 1957. “Estaba ubicada sobre la calle Antequera, y entré como ordenanza, gestor, aprendiz y aprendí de todo”, bromea.

Adquirió práctica y habilidad para múltiples obligaciones. Esa actitud le llevó a seguir explorando y, después de cinco años, se incorporó con Alberto Kessler, recién llegado de Francia. 

“Abrió un taller de máquinas de escribir, me invitó a trabajar con él y acepté gustoso. Fue el comienzo de una larga y fructífera carrera profesional en el rubro. Fue así que comencé en este oficio tan apasionante para mí”, admite. 

Lo primero que aprendió fue que solo necesitaba pocas herramientas para ganarse la vida: un juego de destornilladores, otro de alicates y un bote de aceite. No necesitaba más. 

Nuestro entrevistado indica que una de las ventajas de estos artilugios de hierro era su indestructibilidad. Soportaban de todo, menos que se caigan al piso. Requerían de su trabajo cuando caían desde el escritorio o llegado el momento de necesitar un mantenimiento, una limpieza a fondo. Claro que había desperfectos que ya no tenían arreglo, como la goma del rodillo y las piezas que necesitaban soldadura, aunque para esos menesteres había otros artesanos.

En fin. Kessler tenía la representación de Facit, una empresa multinacional fabricante de productos de escritorio, con sede en Suecia. “Era fabricante de calculadoras, máquinas de escribir, con filiales en más de 100 países”, cuenta García.

Orgulloso, agrega que hacía el mantenimiento de las máquinas para la Editorial Azeta y otros medios de comunicación. “Fueron años florecientes, en los que los medios crecían, y mi trabajo era requerido aquí y allá. También trabajé para la firma González Oddone. Puede que mucha gente diga que es un trabajo más, pero lo que quiero rescatar es que con dedicación y honestidad se puede salir adelante. Crie y eduqué a mis hijos con este trabajo, y estoy muy orgulloso de lo que coseché”, expresa emocionado.

Fue uno de los pocos –si no el único– con conocimiento para realizar tales tareas. Estudios jurídicos, escribanías, ministerios, instituciones educativas, deportivas y empresas comerciales requerían sus servicios. “Me fui metiendo muy adentro de este mundo y conociendo mucha gente también, y me gané el cariño de todos. Vivir de acuerdo a cómo se actúa es bueno para uno mismo y los demás. El código moral es lo que nos mantiene en un lugar y nos resalta como personas. Toda mi vida me dediqué a este trabajo y pude salir adelante con toda mi familia. Tengo hijos con carreras universitarias, buenos profesionales y ejemplos también”, asegura.

Actualmente, su vida transcurre tranquilamente al lado de su familia, su esposa e hijos, alejado de las máquinas, de ese mundo que tantas satisfacciones le dio y le emociona recordar. En su casa todavía tiene una máquina y de tanto en tanto saca a relucir para dejar escuchar el tac, tac, tac.

ndure@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Roberto Zarza/Gentileza.

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