Cargando...
En el aire, la piel se frunce por la fuerza del viento y el cuerpo no es más que un pequeño punto ante la inmensidad del mundo. Da igual que el cielo sea paraguayo, chileno o europeo: un salto que puede durar apenas 30 s transforma la forma de ver la vida. Por supuesto, vivir de ello es el sueño de muchas personas, pero no todas están dispuestas a apostar su vida por ello, como Ana Daher Báez (25), ni a exponerse al sacrificio que representa.
El deporte fue parte de su vida desde pequeña. Desde el 2010 al 2012 se dedicó al karting y, con esto, conoció la sensación de la adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Cuando su hermano Adib le regaló un salto tándem (salto conjunto con un instructor), algo hizo clic en su cabeza, pero no lo entendió como una señal.
Se fue a Chile a estudiar diseño industrial porque pensaba que vivir del paracaidismo no era una opción. La prioridad era la facultad y se anotó a un curso para saltar “cuando hubiera tiempo”. “La carrera en sí requiere de 100 % de dedicación; después de clases hay que preparar las maquetas y los trabajos. Mi decano de entonces aceptó que me inscribiera al curso, pero con la condición de que entregara todo a tiempo; entonces, los domingos me iba a saltar y, después, preparaba mis maquetas toda la noche”. Pero pasó algo que no estaba en los planes: “Me enamoré. ¿Viste cuando descubrís que esto te gusta y a esto te querés dedicar?”, y lo dice con la convicción de alguien que acaba de tomar una decisión, aunque desde ese momento hubieran pasado varios años.
Su familia le ayudó a que este pasatiempo se convirtiera en su profesión y no fue –ni es– un camino fácil. Anita es mujer, latinoamericana y del Paraguay, uno de los países con menor presupuesto para el deporte en toda la región.
Una de las etapas más duras que vivió fue durante el curso para instructora de túnel de viento que hizo en Madrid, España. Se mudó allí para tomar clases con un profesor específico a quien admiraba muchísimo, pero desde que llegó sintió la sobreexigencia que pesaba sobre ella. “Desde el principio me dijo que era mujer y no iba a tener la fuerza necesaria. Me exigía mucho más que al resto. Durante ese tiempo, el maltrato lo tomé como un desafío; yo tenía que mostrarle que estaba equivocado, pero en el examen se tiró de una manera irresponsable desde unos 30 m y me lesionó la espalda. Todas las personas a mi alrededor me decían que era normal que hiciera eso con las mujeres y fue un impacto muy grande, porque antes lo admiraba”.
Pero esta experiencia, lejos de desanimarla, la incentivó. Ni bien se recuperó de la lesión, tomó otro curso y, pocos meses después, le llamaron desde la sede en la que entrenaba inicialmente para ofrecerle un contrato.
“Hice mi curso de instructora de túnel de viento y me dediqué al paracaidismo completamente. Me encanta, me apasiona poder trabajar en lo que me gusta”, comenta. Además de Chile, vivió en los Estados Unidos, donde hizo varios cursos y, actualmente, su vida la divide entre el Paraguay y España.
Eligió Cataluña por un lugar específico: Empuribrava. Según cuenta, es un sitio ideal para volar.
En Europa es instructora de túnel de viento, entrenadora de paracaidismo y fotógrafa. Pero en el Paraguay, por el momento, solo ofrece saltos tándem, ya que la cultura local aún no está habituada a pagar los otros servicios. “Parte de mi tarea es educar. Cuesta mucho que la gente se acostumbre a cumplir con horarios y fechas. Saltar puede ser un pasatiempo para ellos, pero es mi trabajo y pido consideración, porque me encargo de todo el resto”, señala.
Desde hace unos meses está abocada en la constitución formal de Saltá con Anita Daher, un emprendimiento en el que planea poner en práctica todo lo que aprende en España y ofrecer en el Paraguay un servicio de primer nivel, como en los mejores destinos del mundo.
“Nunca vi a nadie bajar y tener una cara triste ni de susto. La sonrisa al pisar el suelo es algo impagable. Todos dicen que quieren volver a hacerlo y les entiendo perfectamente, porque lo vivo en carne propia”, dice sonriendo.
Lo mejor de su profesión es el momento en el que pone el pie fuera del avión. A 10.000 pies de altura, el mundo cobra otra dimensión. “Afortunadamente, es un deporte que se puede hacer hasta muy avanzada edad, así que mientras le tenga miedo a volar, lo voy a seguir haciendo. Dejar de tener miedo es dejar de respetar todo el peligro que implica esta actividad”. Anita entiende que es libertad y peligro a partes iguales, pero no se detiene, valora la vida y sigue volando porque, para ella, el cielo no es el límite.
mbareiro@abc.com.py
• Fotos ABC Color/Archivo/Gentileza.