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Hace como dos décadas surgió un problema de límites con la vecina ciudad de Lambaré por la posesión del cerro del mismo nombre. Hace menos de un lustro, la cuestión inclusive llegó hasta el recinto parlamentario. Hoy, el cerro nuevamente es noticia. El cerro Lambaré, punto referencial geográfico que dio nombre a la comarca aledaña, en realidad se llamaba Âmbaré –por la sombra que proyecta al caer el sol– y los karió de la zona, avambaré, eran llamados los habitantes del país de las sombras; esa sería una traducción libre de lo que significa la palabra. Nunca antes del siglo XVI se llamó Lambaré, porque es sabido que en el idioma guaraní –o kariní– no existe el sonido l –ni f ni rr–. Para referirse a aquella zona aledaña al Paragua’y, los españoles del siglo XVI escribían L’Ambaré que, con el paso del tiempo, derivó en Lambaré, cuando alguien se olvidó de poner el apóstrofo.
Nunca existió un tal cacique Lambaré, que es una antojadiza creación colectiva. Recién en la primera mitad del siglo XIX se registra el nombre de un cacique con el nombre de Lambaré. En sus alrededores, cuando los españoles llegaron en sus entonces enormes yga, tuvieron lugar algunas escaramuzas, pero los lugareños fueron vencidos por la superioridad tecnológica bélica de los recién llegados, lo que les permitió llegar hasta el recodo del río donde se fundó la casa fuerte que dio origen a la primera ciudad de la región: Nuestra Señora de la Asunción.
El cerro Lambaré –como hoy se conoce– es una formación rocosa de origen volcánico. Este lugar, por medio de un decreto-ley del presidente Higinio Morínigo Martínez, se había declarado como Zona Nacional de Reserva el 31 de mayo de 1948. Unos años después, la mole de piedra y floresta presidía silente la inauguración, el 7 de octubre de 1954, del tramo caminero Lambaré-Cuatro Mojones, conocido como avenida Cacique Lambaré.
Ocho años después, bajo su cobijo, se creaba, el 5 de junio de 1962, el distrito de Lambaré, que había surgido jurídicamente, desprovisto de su principal monumento natural. Al año siguiente se asfaltaba el tramo caminero entre el centro asunceño y el puerto de Itá Enramada, que daría inició a la expansión habitacional en la zona.
El 3 de noviembre de 1975, a los pies del cerro, un grupo empresarial inauguró un imponente hotel casino, hoy abandonado y ruinoso.
Desde milenios, el cerro Lambaré no conoció de ninguna situación que afectara a su integridad, hasta que allá por principios de la década de 1980, se contemplaba la urbanización de las laderas del cerro y el coronamiento de su cima con un monumento de grandes proporciones, cuyo principal gestor fue el aventurero Gustavo Gramont Berres.
Pronto el proyecto urbanístico fue desechado, pero no así el empeño por construir un imponente monumento. Para ello se recurrió al escultor español Juan de Ávalos y García Taborda (1911-2006), quien había alcanzado notoriedad por la realización del complejo monumental del Valle de los Caídos, encargado por el régimen franquista-español.
Fue de su responsabilidad la concepción, el diseño y la realización del Monumento a la Paz Victoriosa, que desde el 28 de abril de 1982 –fecha de su inauguración– corona la cimera del cerro Lambaré. En la base, la escultura de un indígena que tenía en una de sus manos la imagen de la Virgen de Caacupé, cortada y rapiñada.
En los muros se encuentran varias alegorías en bronce, así como las esculturas que representan al presidente, al dictador Rodríguez de Francia, a los presidentes Carlos López, mariscal Francisco López, Bernardino Caballero, entre otros y, hasta el 7 de octubre de 1991, al presidente Alfredo Stroessner. En esta referida fecha, una patota de vándalos dirigida por el intendente municipal asunceño doctor Carlos Filizzola derribó la estatua del presidente Alfredo Stroessner, componente del conjunto escultórico.
Era legítima esa agresión dicen sus panegíricos. Puede ser que haya sido legítima, pero fue ilegal. Un monumento se erige por medio de una ley y, en un periodo que buscaba regir la vida ciudadana dentro de parámetros democráticos, lo que correspondía era dictar una ley que autorizara la sustracción de parte o la totalidad del monumento.
Lo que se hizo fue un mero vandalismo indigno de una época en que se buscaba vivir en cívica armonía (ya sé, seguro que más de uno me tachará de stroessnista).
Desde la creación del distrito de Lambaré, dicha ciudad quedó despojada de su principal monumento natural: el cerro. Intentos por agregarlo a su territorio no fueron escasos. Ya allá por 1991 se originó un conflicto por la posesión del cerro entre los municipios de Lambaré y Asunción. Los reclamos no pararon e inclusive se llegó hasta estrados parlamentarios.
El Congreso sancionó una ley que otorgaba a Lambaré la propiedad del cerro, pero esa ley fue vetada por el presidente Fernando Lugo el 14 de octubre de 2008, lo que dio lugar a serios actos vandálicos de parte de los lambareños, quienes reaccionaron airadamente en protesta por esta medida, ratificada al año siguiente por el Senado de la República.
Cosa notable, nuestro Paraguay, que tantas muestras de actitudes civiles y manifestaciones de civilidad ha esgrimido desde los años iniciales de su historia, desde un tiempo a esta parte ha exhibido un preocupante avance hacia un régimen teocrático y confesional.
Lugares señeros de la geografía nacional, en ese frenesí místico-filoreligioso, han sido suprimidos y sustituidos por nombres de santos y vírgenes. No sé a qué se debe esa fiebre de empezar siempre de nuevo. No sé a qué se debe ese afán de destruir testimonios que “hablan” de una época, de un periodo del devenir histórico.
Aquí, con el cuento de que tal monumento fue hecho en determinada época, lo destruimos o lo desnaturalizamos. Eso es también lo que se pretende hacer con el monumento a la Paz Victoriosa. Se pretende cometer un ultraje hacia una obra artística ofendiendo a su autor, uno de los más importantes de España, con el cuento de que es de inspiración fascista.
Por otro lado, se busca erigir una imagen de inspiración religiosa, como si con eso conjuraríamos todos nuestros pecados –veniales y capitales–. ¡Construyamos una imagen virginal y sigamos en lo que más sabemos: escorchar!
El Paraguay es una República laica. No es una República teocrática en la que convivimos católicos protestantes, bautistas, evangelistas, musulmanes, budistas, cristianos ortodoxos, judíos, siloístas, en fin, todo un mosaico confesional.
Los católicos “somos mayoría”, dirá alguien. Pero ¿con qué recursos se pagará el proyectado monumento sacro? Con recursos estatales o con recursos municipales. Esos recursos deberán ser pagados por católicos, budistas, musulmanes, judíos, etc. ¿O se discriminará el aporte? Eso es anticonstitucional.
También será una muestra de soberbia hacia los lambareños al espetarle la estatua de la advocación de la ciudad capital, en un sitio reclamado por ellos.
Por otro lado, el Municipio asunceño es incapaz de tapar un bache callejero y se pondrá a gastar millones de dinero ajeno en la demolición o reestructuración y construcción de una obra que no agregará nada, aparte de hacer figurar el nombre de sus promotores en las efemérides para satisfacer sus propias vanidades.
Ha’emínteko.
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