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La naturaleza fue generosa con Nefertiti, Cleopatra, Lucrecia Borgia o Salomé, pero ellas también se preocuparon por conocer todos los aceites que podían realzarlas y que, incluso, llegaron a elaborar. Todas, incluyendo a la emperatriz Sissi, son mujeres que han pasado a la historia como las más bellas de sus épocas. Ni el tiempo ha podido borrar las huellas de su atractivo.
De la mano de la escritora Ángela Bravo y su libro Nefertiti también usaba mascarilla viajamos por los sucesos de la belleza, que nos enseña Egipto, los placeres del Nilo, la Grecia clásica y la Roma imperial, además de los elixires para conservar la juventud de Nostradamus.
La autora aprovecha, en este recorrido por el tiempo, no solo para contar algunos de los secretos de estas famosas mujeres, sino también para ofrecer sencillas fórmulas caseras, de modo a mejorar la textura de la piel. A todas ellas, las considera “damas inteligentes que hicieron uso de su hermosura para alcanzar sus propósitos”.
“La obsesión por la belleza no es algo actual. No hay que olvidar que la emperatriz Sissi murió anoréxica, obsesionada por la preciosidad y por esculpir su cuerpo. En aquellos tiempos dedicaba 2 h diarias a la gimnasia”.
El cuello de Josefina
Bravo comienza dedicando especial atención al cuello, siendo el estilizado de Nefertiti sobre el que concentra sus primeras palabras, sin olvidar a Josefina, la primera esposa de Napoleón Bonaparte. Al decir de la experta, la emperatriz francesa se esmeraba en cuidar esta parte del cuerpo con ejercicios, masajes y cosméticos.
“Según desvelaron algunos de sus biógrafos, utilizaba aceite de oliva y plantas, además de compuestos elaborados a partir de fórmulas magistrales, que se aplicaba también en las manos y el contorno de los ojos para prevenir las arrugas y la flacidez”, indica Bravo.
La escritora, a quien elaborar este libro le ha llevado tres años de estudio y documentación, explica que “lo que más me ha llamado la atención ha sido descubrir que la sociedad actual bebe del legado de nuestros antepasados”.
Así lo prueba una de las imágenes que incluye en el manual, en el apartado de baños, en la que se muestra un bajo relieve de una mujer romana “siglos antes de Jesucristo, ataviada con dos piezas y junto a unas mancuernas deportivas”.
Mujeres con mucha historia
Asegura que Cleopatra era una mujer muy especial, y declara su admiración a la sagacidad y tenacidad de la aristócrata francesa Madame de Pompadour. “Desde que nació, su madre tenía claro que debía que ser la favorita del rey Luis XV. La instruyó en todo tipo de materias: arte, literatura o matemáticas. Era una gran asidua a las tertulias literarias. Conquistó al rey y a toda Francia”, añade la escritora, quien agrega que “estaba muy obsesionada con la belleza y, en especial, con los perfumes”.
Ángela Bravo señala que “no se puede caer en obsesiones. Hay que sacar partido a lo que tenés de una manera lógica”.
Ha ido hilvanando historias y métodos de belleza, pero asegura que, si tuviera que elegir entre las damas que menciona, Madame de Pompadour sería la elegida, por su inteligencia para “hacerse con el poder”, al igual que Cleopatra.
En este sentido, menciona a la condesa Bhátory, perteneciente a una de las familias más aristocráticas de Hungría. Apodada “la condesa sangrienta”, era una gran experta en botánica, quien estudiaba y realizaba sus propios ungüentos. “Un día descubrió que la sangre revitalizaba la piel y organizó una trama de secuestros de doncellas de toda la región, a las que asesinaba”, indica la autora.
“Precisamente, Nefertiti es, de todas las que menciono, la que menos estaba obsesionada por la belleza, a pesar de que le gustaba cuidarse”, desvela. Considera a Cleopatra como la precursora de la mesoterapia. “Mataba un cordero cada mañana y se ponía su carne sobre la cara, el cuello y escote hasta que se secaba; de esta manera conseguía que su piel se nutriera y adquiriera tersura”, indica Bravo.
Aceite para las manchas
El aceite de almendras amargas era uno de sus ungüentos favoritos. “Hay que tener en cuenta su poder para eliminar manchas y arrugas”, matiza Ángela Bravo, quien reconoce que ha utilizado la belleza como justificación para entrar en otras civilizaciones y culturas, y así poder analizar sus tradiciones. El libro va desgranando fórmulas caseras, sencillas de realizar a partir de productos naturales, para embellecer distintas partes del cuerpo.
Tisanas, a veces, a las que hay que vencer cierta resistencia, debido a sus componentes que, por otra parte, podemos encontrar en cualquier despensa. “Existe una gran variedad de productos que se ingieren que también se pueden utilizar sobre la piel. Con frutas o verduras no es difícil hacer un tónico”, añade. Agua, laurel, perejil o ajo son algunos de los componentes que menciona y también están al alcance de nuestra mano.
Por último, Bravo recuerda que la belleza no es patrimonio femenino y que Alejandro Magno ya utilizaba el aloe vera para fortalecer y dar brillo a su pelo, “no solo para restablecerse de las heridas del combate”.
Afirma que, curiosamente, en la antigua Roma, el prototipo de belleza era la masculina más que la femenina. “Se esculpían el cuerpo en los gimnasios, mientras que los sirios se trenzaban su pelo y barba con hilos de oro, plata y pequeñas perlas”, concluye.
Efe Reportajes