“El arte es parte de mi vida”

Cabralidades se denomina la muestra que será inaugurada en el Patio de eventos del Shopping Mariscal, el miércoles 20, a las 19:30. La misma se basa en pinturas de Eliana Aromando, sobre dibujos y textos de Facundo Cabral.

/pf/resources/images/abc-placeholder.png?d=2074

Cargando...

Luego de la apertura de la muestra de Eliana Aromando, el viernes 22, a las 20:00, se realizará un conversatorio entre la artista y Daniel Nasta. Eliana Aromando se desempeñó como asistente personal de Facundo Cabral y, durante el tiempo que estuvo a su lado, tuvo la oportunidad de intercambiar experiencias y, a su vez, comenzó a pintar sobre la base de los dibujos de Cabral. La artista conversó con ABC Revista sobre la muestra.

–¿Con qué criterio seleccionó las obras para mostrar en nuestro país?

–Esta muestra, Cabralidades, fue más bien diagramada como un proyecto que duró casi un año de trabajo. Consta de 600 obras, de las que han sido seleccionadas 60. Estas viajarán por el mundo, a lugares tan distantes como disímiles. Es divertido pensar que para tener consciencia del volumen de los cuadros se podría tomar días, meses e, inclusive, años. Fantasear con esa idea de un itinerario plástico, pensar un cuadro en Roma, uno en Brasil, otro en Medio Oriente hasta llegar a China o en un cajón de una biblioteca de una señora en Cuba. Solo a eso se aspira, a que alguien quiera compartir su espacio con mi espacio. Es la idea más tangible que tengo del arte.

–¿Como conoció a Facundo Cabral?

–Una tarde de primavera entro con mi pareja de entonces a un bistró llamado Dadá y me presentan a los señores que estaban sentados, Rómulo Macció, Rogelio Polesello, Jorge Duarte y, a mi derecha, Facundo Cabral. Ignoraba quiénes eran en la misma medida que ellos ignoraban quién era yo. Cuando me acerco, Facundo se levanta, me besa la mano y dice: “Mucho gusto, Facundo”. Respondo: “Eliana y, también, es un gusto conocerte”. Ya sentados, me pregunta a qué me dedico y le digo que estaba aprendiendo a pintar. Luego, agrega: “Interesante”. Me pone la mano sobre el hombro, hace un profundo silencio y, como si estuviera en medio de un ceremonial, dice lo que sería el inicio de un predicamento que sigue hasta el día de hoy: “Todo lo que escuches en esta mesa será usado en tu contra. En contra de esa que fuiste hasta ahora, porque iniciaste un camino fantástico que te llenará de gozo, alegría y gratitud. Estás siendo iniciada en la única religión que no exige el cumplimiento de mandamientos”. Y, dirigiéndose al grupo, dijo en voz alta: “Mario, traé vino que hoy vamos a celebrar un bautismo. Y a vos, Jorge, no la traigas más porque te la vamos a robar entre todos”. Y fue así, de un empujón entré sin previo aviso al arte, como una espectadora privilegiada de sus inmensas vidas.

–Es su primera visita al Paraguay.

–Sí. En esta ocasión presentaremos junto con la fundación de Daniel Nasta una selección de trabajos basados en los dibujos de Facundo Cabral. Facundo tenía serias dificultades para ver, entonces me preguntaba sobre el misterio de la luz y los colores, cómo ubicaría un rojo, qué hacía que cierto azul funcione mejor con aquel verde o que solo una simple línea que terminaba en un punto fuera capaz de sostener toda una obra. Durante el almuerzo se hablaba de eso; entonces, tomaba cualquier papel, hacía un dibujo que luego pasaba a color. Dichas obras buscan mantener vivo su legado y mostrarle al público una faceta casi desconocida, que era la de su pasión por la pintura y el dibujo.

-¿Cuál fue la exposición que le supuso más emoción, nervios y expectación?

-Esta, en particular, es pura emoción, porque es un modo sincero de devolverle el favor. Y digo devolver el favor porque la única vez en toda su carrera artística que puso algo sobre el escenario fue una tela que habíamos hecho juntos. El público entraba a la sala y se sorprendía al verla, se acercaban y tomaban fotografías, y él comenzaba contando la historia de Los Duarte. Fue un gesto de enorme generosidad y ansío poder estar a la altura de las circunstancias en esta ocasión. Cada obra refiere un pensamiento, no es simplemente el gesto del dibujo, sino una filosofía de vida transmitida y compartida a lo largo de toda una vida.

-¿Cuándo comenzó a pintar?

-Siempre el arte ha sido parte de mi vida. En un inicio fue la música. Mi madre era profesora de piano y quería que siguiera sus pasos. Por lo tanto, ni bien pude treparme al taburete, me anotó en un instituto. Fue entre solfeos y armonías que surgió la inquietud por dibujar. Mi profesora tenía una caja en la que iba guardando los útiles que olvidábamos. Creo que esperaba el lunes con ansias solo para ver qué había dentro de esa caja de metal. Sin duda, ese pequeño espacio me figuraba todas las posibilidades que mi corta edad permitía. Y así, entre silencios, corcheas y semifusas, mi cuaderno de música se iba poblando lentamente de colores.

-¿Qué desea transmitir con sus obras?

-En lo particular, considero que existe una cierta tensión entre uno mismo, la obra y el espectador. Algunas personas viven virtualmente en sus cabezas, yo no. Podría decir más bien que mi estado es etéreo; vivo en el aire. Debe ser por ese motivo que pinto paisajes y, en particular en esta etapa, montañas, para poner los pies sobre la tierra de un modo poético y no a través de los noticieros, sino desde el contacto con la naturaleza. Pero a pesar de representar montañas, árboles, tierra y poblados, en definitiva, busco pintar aire, busco capturar ese espacio interpuesto entre los objetos, la espacialidad. Podría decir que soy muy primitiva y hago honor a ese elemento del que nadie puede prescindir.

-¿Cómo nació ese vínculo?

-Esa noción del aire nació cuando era chica. Disfrutaba salir en bicicleta, acompañada de mi perra, al campo para contemplar el horizonte. Ese horizonte que es todo y nada, que hipnotiza y cambia conforme la luz del sol lo atraviesa. Esa dinámica me permite vivir en una sorpresa constante; cada pequeño gesto es nuevo y tiene la jerarquía de único.

-¿Cuál es el proceso de su pintura?

-Al momento de pintar no se articula en mi mente un pensamiento que diga: “Poné esta sombra aquí que va a crear tensión con la nube del horizonte, así refuerza el simbolismo del camino que se pierde en el horizonte”. Eso no existe. Parada frente a la tela en blanco, el pincel se desliza en una comunión. Solo pinto, y es un diálogo con el entorno y todo en mí hace lo que debe hacer. El universo conspira en favor del acto que en ese momento se genera y así el gesto es un verbo.

-¿Alguna influencia en su trabajo?

-La lista es inmensa, pero tengo debilidad por los maestros italianos: Piero della Francesca, Leonardo, Miguel Ángel, Caravaggio, Rafael, Botticelli. De los pintores contemporáneos admiro a Lucian Freud, Odd Nerdrum, Paula Rego, Takahiro Hara y tantos otros que llevan el arte a su más alto estándar de calidad.

-¿Cuáles fueron los momentos más importantes de su vida?

-El momento más importante de la vida es este, el que vivo en este instante. Soy ese pequeño e insignificante punto de un universo maravilloso, que me regala a diario todas las posibilidades que mi imaginación me permite. Cuando tomé consciencia de que estábamos abandonados en esta hermosa travesía que se llama vida, comprendí que había solo dos maneras de trascenderla: el arte y los niños. Tengo muchas razones para celebrar la vida y hermosos recuerdos. He viajado a lugares que nunca creí que podría conocer, convivido con culturas diversas, presenciado atardeceres fantásticos y amaneceres llenos de promesas que eran solo para mí. Comparto mis días con amistades inteligentes, familiares cercanos y queridos, quienes me acompañan en este caminar. He traído al mundo tres hijos maravillosos, que son buena gente, inteligentes, respetuosos y amorosos, seres verdaderamente encantadores. Hago, además, lo que me gusta y eso no tiene precio. Facundo diría: “El que trabaja en lo que no le gusta es un desocupado más”.

ndure@abc.com.py

Fotos ABC Color/Roberto Zarza

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...