Don Benigno­

En unos meses más se cumplirán 30 años de la muerte de un importante historiador: don Benigno Riquelme García.­

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Nació en Asunción el 20 de noviembre de 1921. Apenas era un adolescente, cuando le cupo, desde 1937, trabajar en el Archivo Nacional de Asunción, donde le encantaba meterse entre los viejos folios, en busca del pasado de su país.­

Su afición por la historia le llevó a ser admitido, con el padrinazgo de los doctores Adolfo Aponte y Andrés Barbero, como miembro de la Academia Paraguaya de la Historia.­

A principios de los años 50, viajó a Europa invitado por varias universidades (Madrid, París y Hamburgo). A su regreso se incorporó como colaborador literario de los suplementos dominicales de prestigiosos medios argentinos, como los diarios La Prensa y La Nación.­

Representó a nuestro país en varios eventos internacionales y fue admitido como miembro de numerosas corporaciones científicas. Algunas de sus obras fueron: El Real Colegio Seminario de San Carlos de Asunción, Cumbre en soledad: Vida de Manuel Gondra, Los saltos del Guairá-Cuerpo documental, El Ejército de la Independencia, La Villa del Pilar del Ñeembucú, Científicos paraguayos, El Ejército de la Epopeya y El Ejército del Chaco, además de numerosos artículos periodísticos.­

De carácter sarcástico, sus íntimos le llamaban “Maligno”, en contraposición a su nombre. Don Benigno Riquelme García falleció en Asunción el 22 de octubre de 1977.­­

Locomotoras pioneras

A mediados de 1858 llegaron las primeras locomotoras del sistema ferroviario que entonces se estaba construyendo en el país y que se inauguró en octubre de 1861.­

Aquellas primeras locomotoras fueron las bautizadas como La Paraguay, Asunción, 14 de Mayo, Lambaré, Cerro León y Paraguay.­

El adiestramiento de los maquinistas compatriotas estuvo a cargo de varios técnicos británicos, como Andrés Bryson, James Cunningham, Jonston Forrester, John Hichimboton, James Howland, Henry Nicholls, Richard Rice, Joseph Shaw, John y Robert Malmesley, John Wilson y John Cambridge.­

La caza del tigre­

Según viejas descripciones -como la efectuada por el naturalista francés Alcide D’Orbigny-, algunos diestros cazadores capturaban -y mataban- los antiguamente abundantes felinos, armándose solamente con un cuchillo de hoja larga.­

Para el efecto, esgrimían el cuchillo en la mano derecha, envolviendo el brazo izquierdo con un cuero de oveja, atacando a la fiera que, tal como acostumbra, se abalanzaba sobre el agresor, desde una distancia de cinco o seis pasos.­

El cazador recibía la acometida del tigre con el brazo izquierdo y, mientras el animal se agotaba en vanos esfuerzos para desgarrar el brazo cubierto por el cuero de la oveja, le hundía el cuchillo en el costado.­

Esta arriesgada maniobra requería, además de valor, gran vigor de parte del cazador, pues el primer choque con un jaguar era terrible y sumamente arriesgado, y no pocos pagaban con su vida su osadía. Un dicho muy común era que “quien quisiera cazar tigres, debía aprender a morir”.­ ­

De la pasta al asado

Cuando los inmigrantes europeos -especialmente italianos- vinieron en tropel a hacer la América, la carne fue el elemento que más influyó en el cambio de sus costumbres alimenticias. El uso de la carne, así como el más rápido sistema de cocimiento que fue el asado, redujo el trabajo casero, en el caso de las mujeres, en la preparación de comidas más elaboradas.
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