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El Imperio inca es el más conocido de las civilizaciones precolombinas que pobló el Perú entre 1200 y 1533, y que tenía por capital a Cuzco y como uno de los poblados de descanso real a Machu Picchu. El primero de la dinastía inca fue Manco Cápac y el último, Atahualpa. A la llegada de los españoles se hizo célebre, por la resistencia a la conquista, Túpac Amaru.
Sin embargo, los incas solo representaron unos 150 años de la civilización que pobló esta parte de América del Sur antes y durante la llegada de los españoles. Por miles de años, los antecedieron otras culturas y civilizaciones de las que se tienen noticias gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas hacia 1980. Cuanto menos, se estima que los hallazgos remontan a unos 10.000 años.
La exposición Dioses del antiguo Perú, en adhesión al 195.° aniversario de la independencia del Perú, que se puede visitar en forma temporal en el Museo de Arte Sacro de Asunción, reúne una colección en la que la pieza más antigua tiene 2900 años y se trata de la representación cerámica de la Montaña Sagrada, perteneciente a la cultura chavín, 900 años a. C.
Los apus o montañas sagradas fueron, para los pueblos preincaicos, enormes santuarios de los cuales recibían, a cambio de sacrificios, el agua necesaria para irrigar el desierto que poblaban, explica el museólogo Luis Lataza.
En general, estas culturas tuvieron en común dioses y narraciones míticas, seres híbridos de rasgos sobrenaturales, santuarios y ceremonias religiosas representados en distintas y variadas versiones que han ido conformando las sucesivas civilizaciones. Como testimonio material han quedado las vasijas, tinajas y urnas funerarias no precisamente para fines utilitarios, sino como ofrendas.
El antiguo Perú estaba muy marcado por la naturaleza para sus creencias religiosas, por el hecho de emplazarse entre la majestuosa cordillera de los Andes y el inmenso océano Pacífico. De ahí que sus dioses están muy ligados a los mares, las montañas y la selva. Incluso, los astros que guiaban sus decisiones sobre la agricultura y sus labores eran adorados como dioses.
“La religiosidad en la era preincaica comenzó con animales totémicos, como el felino, ave, ofidio, y los animales marinos constituidos en los terrores primigenios, que luego dieron origen a la religiosidad andina y que están representados en las cerámicas más variadas. Estamos hablando de un periodo que abarcó unos 10.000 años de formación de esas culturas, que después terminaron en el Imperio inca. Muchas son culturas arqueológicas. Solo ahora se saben que existieron, pero que no tuvieron contacto con los españoles y otras siquiera con los incas, porque desaparecieron mucho antes para ir dando lugar a otras”, destaca Luis Lataza.
Muchos de los dioses preincaicos que surgen en una cultura se van mimetizando o sincretizando con otros a lo largo de los siglos, por lo que van apareciendo o resurgiendo a través de los grupos étnicos bajo diversas formas y con los rituales más variados.
Cuatro deidades
Cuatro deidades se identifican en la exposición Dioses antiguos del Perú: Kon, el terror del mar; Viracocha, el creador; Naylamp, el fundador, y Ai Apaec, el decapitador.
Kon pertenece a la cultura nazca (siglo I al VII) que floreció en el Perú hasta el año 800, aproximadamente. Es el dios de la costa sur peruana, adorado como el creador del mundo por las culturas paracas y nazcas, que lo representaban en finos tejidos y cerámicas policromadas. Podía volar porque no tenía huesos, y era rápido y ligero. Sus imágenes más conocidas lo muestran en el aire, con los pies replegados, máscara felina, y portando un báculo y cabezas como trofeo, un botín al que los aguerridos señores nazcas eran muy aficionados.
“Estas culturas en contacto directo con el mar, tenían el concepto de un dios felino que está siempre omnipresente y, a la vez, podía volar. Luego, se hizo una suerte de sincretismo con el dios Boto, un ente con cuerpo de pez, visto como un temible monstruo marino que domina el aire y mar. Con la religiosidad, estos pueblos pesqueros aplacaban sus temores”. Para los nazcas, eran la suma de todos los terrores.
Viracocha, el creador, es el más antiguo y venerado de los dioses andinos, y el que ha permanecido por más tiempo. Fue el único que también llegó a ser conocido y adorado por los incas –eran politeístas– pese a que provenía de una cultura muy anterior a la de ellos.
Se estima que 1000 años antes de Cristo, en la cultura chavín (años 1200 a 200 a. C.), se desarrolló la idea de un dios felino, un jaguar, que también se puede encontrar en la puerta del Sol, en Tiahuanaco, a orillas del lago Titicaca, en Bolivia. “Es el mismo que aparece desde la Antigüedad en animales totémicos y reaparece, luego, en distintos avatares con formas humanas, y Viracocha es el último nombre que recibe en sus sucesivas reencarnaciones. También es conocido como la deidad de los báculos. En culturas sucesivas fue tomando diversos nombres como dios bizco en el Imperio huari”.
Según la leyenda, Viracocha era la divinidad principal del mundo de arriba, pero bajó para ordenar la naturaleza aún caótica. Enseñó a los hombres, animales y vegetales las funciones que cada uno debía cumplir en la Tierra. Tras su tarea civilizadora, siguió hacia el oeste, hacia el Sol, y desapareció en el océano. Su importancia fue tal que los incas ubicaron a este a la misma altura del Inti, nombre quechua del Sol, el dios más significativo de la mitología inca.
Naylamp fue el fundador de la cultura lambayeque e iniciador de la dinastía que gobernó el valle norteño del antiguo Perú. La cultura lambayeque o Sicán (Luna) se desarrolló entre 700 y 1375 (siglos VIII y XIV), tras el declive de la cultura moche.
Se cuenta que Naylamp fue un rey que, proviniendo desde el sur, llegó por el mar con toda su flota de balsas que transportó a su corte e instauró un largo periodo de paz y prosperidad en la región. A su muerte fue divinizado por la nobleza de lambayeque, que propagó el mito de que se había remontado al cielo.
La arqueología ha descubierto, en 1991, la tumba del señor de Sicán con toda la riqueza de la cultura lambayeque, bajo la dirección del arqueólogo nipoamericano Izumi Shimada.
La iconografía de Naylamp se presenta como un ser divino, con ojos alados, orejas puntiagudas y orejeras colgantes. Fue ampliamente difundido en la cultura andina con el Huaco Rey, que es una botella globular que presenta en su cuello este personaje legendario.
Los moches
La cultura moche (100 a 700 d. C.), es la más admirada del Perú después de los incas, pero ya desapareció a la llegada de los españoles. Tras el ocaso de la cultura cupisnique aparecieron, en el norte del Perú, las culturas virú y vicús, que precedieron y convivieron parcialmente con los moches.
La cultura moche está muy asociada a Ai Apaec, el dios principal de los mochicas y el más temido de sus castigadores. Era adorado como el creador y protector del pueblo moche; proveedor de agua, alimentos y triunfos militares, para lo cual exigía sacrificios humanos. La cabeza de los prisioneros vencidos se ofrendaba a Ai Apaec.
“Es muy interesante, porque murió por las fuerzas del caos; fue al inframundo en forma espectral y, luego, resucitó cargado de frutos de la tierra. Entonces, es también un mito agrario asociado a todo lo que era la nobleza moche. Por ejemplo, hay representaciones de vasijas con el espectro y otras cubiertas con mazorcas de maíz”.
Ai Apaec podía ser representado de distintas maneras, en forma arácnida, con ocho patas y rostro humano, con colmillos de jaguar o en forma completamente antropomorfa, con rostro felino, cabezas decapitadas en sus manos y dos serpientes que brotan de su cabeza. Este dios reunía el poder del ave, el felino y la serpiente. Conectaba a los hombres con las fuerzas sobrenaturales, y es por ello el regenerador y ordenador del universo. Liberaba de su cautiverio nocturno al Sol, y se encargaba de traer las lluvias y la fertilidad de la montaña al valle.
En esta cultura se destaca el señor de Sipán, antiguo gobernante mochica del siglo III, cuya tumba fue descubierta en 1987 por el arqueólogo peruano Walter Alva. El hallazgo reveló cómo las culturas preincaicas sepultaban a sus reyes. El señor de Sipán era como Tutankamón, por la cantidad no solo de información que proveyó a la arqueología su tumba, sino también los ornamentos de oro y otros elementos que se encontraban en ella.
Un hallazgo resaltante es el fruto sagrado extinto, denominado ulluchu, que no se sabe exactamente a qué especie pertenece, pero que tendría efectos anticoagulantes. Ese fruto cargado en las vasijas en forma de molusco de la especie spondylus estaba en la tumba del señor de Sipán, porque se supone que permitía que la sangre se mantuviera líquida y, de ese modo, la ofrenda tenía que ver con la vida. Al tocarlas se desintegraron.
Los spondylus –llamados mullu– no existen en las aguas peruanas, pero eran considerados como alimentos de los dioses, por eso estaban junto a los fardos funerarios. Eran traídos del Caribe. Las espinosas conchas marinas valían más que el oro y se usaba como moneda. De ahí su presencia en forma de grabados en piezas de las vestimentas de los señores de la realeza mochica. El oro y la plata, por sus características incorruptibles, se utilizaban en los ornamentos funerarios del Imperio moche.
Ese mismo oro y plata que tanto despertó la ambición de llegar a la mítica Sierra de la Plata (Alto Perú, hoy Bolivia) y que ha posibilitado la existencia misma y la fundación de Asunción hace 479 años en el territorio de los cariosguaraníes.
Dioses del antiguo Perú
Esta exposición temporal puede ser visitada todos los viernes y sábados de agosto y setiembre, en el Museo de Arte Sacro, de 9:00 a 18:00 (Manuel Domínguez y Paraguarí).
Reúne una gran cantidad de piezas exhibidas por primera vez en nuestro país, que pertenecen a la colección privada de Nicolás Latourrette Bo.
La pieza arqueológica de cerámica más antigua expuesta tiene unos 2900 años y las más nuevas datan del año 1400, y son los aríbalos incaicos. La exposición simula una tumba en la que van apareciendo los objetos funerarios tal cual estaban dispuestos cuando fueron hallados por la arqueología a partir de los años 80.
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Fotos ABC Color/Roberto Zarza.