De la milenaria Pompeya

Por primera vez se exhiben en Asunción frescos pompeyanos que se estima datan del siglo I de la era cristiana. Estas obras de arte, que muestran figuras de la mitología griega y romana, habían quedado sepultadas tras la erupción del Vesubio en el año 79.

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Las escenas de películas como Los últimos días de Pompeya revolotean en la mente cuando uno escucha hablar de la antigua ciudad romana. Las versiones fílmicas han quedado registradas en la historia del séptimo arte desde aquella primera versión de 1908. Pero antes se ocupó la literatura con la novela escrita por Edward Bulwer Lytton, en 1834.

Sucesivas versiones fueron transmitiendo la historia de la ciudad sepultada bajo las cenizas y la lava ardiente en el año 79 de nuestra era, cuando el volcán Vesubio estalló con toda su ira.

Tal vez, la gente un tanto mayor aún recuerde la versión de 1959, en la que actuó el español Fernando Rey. Pero la niñez de muchos marcó la miniserie televisiva homónima del año 1984, que se pudo ver a través de la pantalla chica con la actuación de Ernest Borgnine, Olivia Hussey, entre otros.

La última versión cinematográfica que nos llegó mediante la pantalla gigante fue la de 2014, Pompeii, la furia del volcán, dirigida por Paul Anderson y que con Netflix sigue en cartelera. Documentales abundan sobre la tragedia natural y cada tanto se la revive con las erupciones, como las que se registraron días pasados con el Volcán de Fuego, en Guatemala.

Los elementos que arroja una erupción tienen tal poder destructivo como para cubrir ciudades enteras. Paradójicamente, en lo que se refiere al arte, las "momifica" hasta que alguien las encuentre. Y una parte de esos vestigios es lo que se puede apreciar en la exposición temporal que se puede ver hasta el 23 de junio en el Museo de Arte Sacro de Asunción con el título Pompeya, arte bajo el volcán, que reúne unas nueve piezas de la colección privada de Nicolás Latourrette Bo, memorando esos pasajes de la historia de la humanidad, tan lejanas y cercanas a la vez.

Estas obras forman parte de hallazgos de excavaciones realizadas hacia comienzos de 1800, según la fiebre de búsqueda que movía entonces a quienes estaban detrás de las antigüedades y obras artísticas que eran rescatadas en trozos para ser vendidas. “Por ello, no es posible hoy restituirlos a su contexto original, porque este se ha destruido por completo en la misma excavación llevada a cabo hace dos siglos”, comenta el museólogo Luis Lataza.

El primer propietario de los frescos que nos ocupan fue el noble español Aquilino Suárez y Rodríguez, conocido como Conde de Luarca, quien los había comprado cuando el territorio pompeyano era parte del dominio español (hasta 1860) para anexarlos a su propia colección de antigüedades. Cien años después, los herederos decidieron subastarlos y venderlos por partes y es así que vinieron a parar al Paraguay. “Otras partes podrían haber ido a parar a cualquier otro país en manos de coleccionistas privados”, comenta el curador.

“Al hablar de frescos pompeyanos, siempre tenemos que hacerlo de pintura decorativa, doméstica; representando, generalmente, temas amenos basados en mitología griega, figuras alegóricas, musas y una visión dulcificada de la vida. Todas formaban parte de un conjunto mayor en esos ambientes pompeyanos”, explica al señalar que la exposición pretende mostrar precisamente ese entorno de las señoriales moradas de la nobleza.

Las técnicas de este arte están en Marco Vitruvio Polión, arquitecto, escritor, ingeniero y tratadista romano del siglo I a. C. “El arquitecto Vitruvio cuenta cómo es que estaban pintados estos frescos antes de saberse sobre Pompeya. Incluso, se quejaba del desarrollo de la pintura porque, según él, se pintaba cualquier cosa, como figuras saliendo de vegetales y cosas imposibles, como la Musa Terpsicore, expuestas entre las piezas. Pero todo era una versión doméstica de la gran pintura helenística”.

Pompeya era casi tan antigua como Roma y fue fundada por los oscos hacia el siglo VII a. C. en un asentamiento urbano que recibió influencia de la cultura de los etruscos del norte y las colonias griegas del sur de Italia. Una ubicación estratégica en la Campania y toda la zona del mar Mediterráneo.

Luego de sucesivas guerras, cien años antes de su destrucción, Pompeya es conquistada por Lucio Cornelio Sila que la “romaniza” como Colonia Cornelio Veneria Pompeianorum, recibiendo sus habitantes la ciudadanía romana y Roma recibe toda la influencia de la ciudad a la que estaba unida por la Vía Apia.

Su condición de puerto le dio pujanza y tenía 20.000 habitantes dentro de un recinto amurallado, donde quedaban las calles principales, el cardus y el decumanos, confluyendo próximos al Foro, centro cívico de toda ciudad romana. Estaba llena de comercios y lujosas residencias finamente ornamentadas; tenía termas, teatros y anfiteatro, producto de su riqueza y opulencia.

La urbe levantada a la sombra del Vesubio estaba circundada de las “villas”, erigidas no solo para el descanso y hedonismo de sus ricos propietarios, sino como enclaves de producción agraria que, paradójicamente, debían su extraordinaria fertilidad al hecho de estar en las propias laderas del volcán.

“El 24 de agosto del año 79 amaneció como cualquier otro. Una finísima lluvia de cenizas casi imperceptibles caía del volcán, pero los habitantes de Pompeya, inmersos en sus tareas y preocupaciones cotidianas, no le dieron la mayor importancia. La fatal erupción del Vesubio del año 79 fue precedida por dos grandes terremotos del 62 y el 64, que arrasaron toda la costa y, por eso, en el momento de la catástrofe final muchos edificios de Pompeya todavía estaban siendo restaurados”, continúa el museólogo.

Un bombardeo de piedra pómez, vapores de azufre y flujos piroclásticos — mezcla de gases y minerales a cientos de grados de temperatura— que en dos días destruyeron y sepultaron no solo a Pompeya, sino a otras ciudades cercanas, como Herculano y Estabia, matando a unas 2000 personas, refiere las recopilaciones de Lataza. 

Siempre se supo del lugar donde estaba Pompeya, pero, por un lado, no había ninguna intención de excavarla y, por otro, la erupción había modificado toda la geografía de la zona. De hecho, primero se descubrió Herculano.

Durante 16 siglos, Pompeya permaneció oculta, sepultada bajo una capa de cenizas y lava solidificada de hasta 25 m de espesor.

En 1738, el rey de España Carlos III, en cuyo dominio se encontraba el sur de Italia, ordenó las prospecciones en busca de tesoros artísticos. Tras el hallazgo, la situación fue cambiando al comprenderse la importancia de Pompeya para la interpretación de la cultura y vida cotidiana de los antiguos romanos, ya que aquí se habían conservado no solo las obras de arte, sino todo su contexto histórico, sus muebles, vestidos y hasta sus alimentos carbonizados.

Las excavaciones prosiguieron durante el periodo de la invasión napoleónica, la restauración borbónica, la unificación italiana y continúan hasta hoy en que un cuarto de la ciudad de Pompeya permanece aún enterrada, con sus maravillas bien guardadas.

El arte de Pompeya era el reflejo de la pintura helenística que siempre fue sobre tablas. Los romanos las llevaron en sus conquistas para sus decoraciones. Luego se desarrollaron en el imperio los frescos que consistían en realizar las pinturas en las paredes, cuando el revoque aún estaba húmedo para que la obra de arte se hiciera piedra en la pared.

¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros? El arte romano -detalla el museólogo- influyó en forma directa en los dos grandes momentos del esplendor del arte paraguayo: en el barroco hispano-guaraní, de los siglos XVII y XVIII, y en clasicismo de la época de los López, siglo XIX.

“El arte sacro hispano-flamenco, traído por los conquistadores y utilizado por los religiosos como herramienta de evangelización, no era definido en su momento como arte barroco, sino que fue considerado siempre como formas artísticas tomadas del romano, como una continuación directa de lo elaborado en el Renacimiento italiano a partir de los restos de la Antigüedad clásica. Franciscanos y jesuitas enseñaban escultura y pintura con sencillos grabados impresos que reproducían las grandes obras antiguas, y los libros de Vitrubio eran fuentes ineludibles para el arte de construir, ya sea en madera, ladrillo o piedra”.

“El segundo momento de influencia comienza con el redescubrimiento de Pompeya”, dice Lataza. “El arte neoclásico, surgido de esta fuente, fue propuesto por la ilustración como una depuración para los excesos del barroco, y fue impuesto por Napoleón a sus territorios conquistados, incluida la propia España. Este arte racional y de contenidos positivistas expresó muy bien los ideales libertarios de nuestros próceres, motivando luego la apertura progresista de don Carlos y, más tarde, ya promediado el siglo XIX, alimentó las ansias de grandeza de Francisco Solano López, inspirado por el boato y lujo del estilo Segundo Imperio francés de su amigo Napoleón III”.

Sepa más 

Exposición de frescos originales romanos Pompeya, arte bajo el volcán puede ser visitado de 9:00 a 18:00, en el Museo de Arte Sacro de la Fundación Nicolás Darío Latourrette Bo (Manuel Domínguez y Paraguarí).

pgomez@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Celso Ríos/Archivo.

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