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Tamara Paredes Reichert (23) es profesora de hip hop, jazzfunk y heels; es decir, danzas urbanas que forman parte del movimiento de la cultura hip hop surgido en las comunidades latinoamericanas y afroamericanas en la barrios neoyorquinos. “El hip hop hace mucho e está en nuestro país, pero el jazzfunk es un nuevo estilo que traje de Los Ángeles. Es una combinación de la técnica del jazz con algunos pasos del hip hop”, comenta.
Como casi todas las bailarinas, Tamara empezó a estudiar ballet a los cuatro años. Su madre consideró que la actividad le vendría bien para gastar sus energías. Se inició en la academia Bonnin, luego pasó a la de Zully Vinader, en donde aprendió varios ritmos: el paraguayo, español, árabe, malambo y, la base de todo, danza clásica. “Después, por motivos de coincidencia de horarios con el colegio, me mudé a la academia de Patricia Manavella y allí concluí mis estudios de danza clásica en el 2014”, expresa.
Pero a los 12 años, aproximadamente, su visión de la danza dio un vuelco cuando conoció un nuevo estilo: el hip hop a través de videos en YouTube. Cuenta que en esa época, todo el estilo urbano estaba concentrado en la ciudad de San Lorenzo. “Para mí, quedaba lejos. Era muy difícil que mis padres me lleven hasta allá. Por suerte, más adelante, comencé a practicar hip hop en la academia, pero era muy básico”, cuenta.
Cuando en el 2014 terminó su curso de ballet, ya estaba en el primer año de la universidad. Tamara estudia la carrera de Ingeniería Ambiental en la Universidad Católica de Asunción. “En la secundaria, en el colegio Cristo Rey, soñaba con salvar el mundo de alguna manera. En el séptimo grado hice proyectos de reciclaje consistentes en reciclar la basura para ayudar a los gancheros de Cateura. Siempre pensando en el otro; cómo ayudarle a que viva mejor”, recuerda. Esto la hizo decidir estudiar Ingeniería Ambiental.
En el 2015 tuvo una especie de punto de quiebre. Las dudas, que, según ella, casi todos los jóvenes tienen en algún momento de su vida. Comenzó a dudar de la elección de su carrera; si estaba haciendo lo correcto, si se veía levantándose todos los días haciendo eso. “Estuve a punto de dejar la carrera. Hablé con mis padres. Pero en mi familia tenemos como regla el dicho que reza: ‘Lo que se empieza, se termina’”, resalta.
Sus padres insistieron en que culminara la carrera, porque algún día le sería útil, y le apoyarían con la danza. Entonces, comenzó a buscar becas, cursos, para estudiar en los EE. UU., y ahí encontró la academia Millennium Dance Complex, en Los Ángeles. “Es muy conocida. Es la mejor academia de los Estados Unidos en cuanto a estilos urbanos”, señala. En el 2016, Tamara aplicó para ingresar a la citada academia. “Fueron los dos meses más largos de mi vida”, evoca. Y la aceptaron, pero no era gratuito. Gracias a la ayuda de sus padres y sus ahorros como profesora de danza, pudo viajar.
Se fue a Los Ángeles en enero de 2017. El curso, denominado Certificate program, duró dos meses. Cuenta que llegar allí fue como vivir un sueño. Estaba viviendo los mismos ritmos que veía en los videos de Instagram y YouTube: hip hop, jazzfunk, heels. Este último ritmo es con tacos. “Estaban los coreógrafos de Chris Brown. Me crucé en los pasillos con los Back Street Boys. Como Los Ángeles es el punto de los famosos, de la industria de la música y el baile, en cualquier momento te encontrás con alguno de ellos”, refiere.
Tamara fue la primera paraguaya en recibir ese certificado en la academia Millennium (este año se fue la segunda) y al regresar, comenzaron a llamarle de muchas academias con propuestas de trabajo, pero como está en la universidad, no podía aceptar todos. Debía dar prioridad a su carrera. No solo debía asistir a clases; también tenía que estudiar. “En una época de crisis, y con 22 años, con mucha pena, sabiendo que hay gente que necesita, debía rechazar trabajos”, admite.
¿Algún referente a quien admire? “Nika Klujn, una coreógrafa de Eslovenia, quien, persiguiendo su sueño, fue a vivir a Los Ángeles. La admiro porque cuando comenzó a enseñar, tenía solo uno o dos alumnos y entonces tenía que cancelar las clases, porque se exige un mínimo de tres, pero perseveró ¡y ahora, en menos de dos años, sus clases tienen más de 100 alumnos! Ya bailó con figuras de la talla de Justin Bieber”, responde.
Este año, Tamara volvió a la academia a cursar por un mes. Enseñó en las academias de Patricia Manavella y Giselle Lahaye todos los sábados y pudo ahorrar para poder regresar. “Rendí todos mis exámenes de la facultad y me fui. Quiero estar en práctica y traer cosas nuevas, porque este estilo se renueva constantemente de acuerdo con los sentimientos que la persona quiere expresar”.
Confiesa que le gustaría encontrar una forma de enlazar las dos carreras, aunque considera que lo más probable es que abra su academia de danza. “Mi título lo tendré de respaldo, no lo voy a ‘tapar’. Sé que la ingeniería ambiental es algo nuevo en el país y es necesaria a nivel mundial por la creciente contaminación. Pero el baile es mi pasión. No puedo estar un día sin bailar. Entonces me gustaría tener mi academia más adelante y formar a otros jóvenes. Hay muchos que quieren bailar hip hop, pero no se animan por el qué dirán y quiero terminar con eso”.
Mientras muchos piensan que soñar no cuesta nada, para la joven es todo lo contrario. Considera que soñar demanda, más que nada, energía y, muchas veces, uno no se siente capaz de lograrlo y se acobarda ante los obstáculos. “Pero todo depende de uno mismo. Si tenés un sueño, debés empezar a organizar y planificar el tiempo que te va a llevar y, también tus fondos”, aconseja y agrega que, una vez realizado esto, se debe convertir el sueño en una meta y perseguirla contra viento y marea. “Y, aunque suene cursi, verlo con los ojos del corazón, porque si hay algún obstáculo, es porque todavía no es su tiempo. Para mí, los tiempos de Dios son perfectos. Si esa meta es para mí y para ayudar a los demás, se va a cumplir”, concluye.
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Instagram: @tamipareich
Agradecimientos: @paulacanesemakeup
Fotos: ABC Color/Heber Carballo.