Cuatro pilares de la educación

Frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social. Cuatro pilares pueden ayudar en el objetivo: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir con los demás y aprender a ser.

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“Para comprender lo que constituyen los cuatro pilares de la educación planteados en el Informe Delors: La educación encierra un tesoro, es necesario hacer alusión a su contexto social e histórico, para luego analizar su sentido en la actualidad”, dice el docente Melquiades Alonso Massare.

Explica que, desde su creación, la Unesco –con representación en los países como espacio de colaboración intelectual internacional sin hegemonías, para “construir en la mente de los hombres los verdaderos baluartes de la paz”– tuvo una línea de trabajo orientada hacia la formación humanista de toda la poblaci ón mundial. 

“Esa multilateralidad se rompe en la década de los 90 con la emergencia hegemónica en educación del Banco Mundial, que pretende con las reformas educativas tratar la educación como una cuestión tecnocrática y utilitarista, apuntado a la formación de las nuevas generaciones para un orden económico emergente, la globalización neoliberal con el predominio del capital financiero, la privatización, la reducción del papel del Estado y el énfasis en el mercado. Esta línea es compartida por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y su evaluación PISA, que omite lo referente a la formación social y ciudadana, y ni siquiera considera el conocimiento de los derechos humanos, que tienen carácter universal.

Esa línea fue resistida en la primera década de los 2000 en América Latina, mediante los Gobiernos que retomaron el ideal de desarrollo autónomo y crearon organismos de integración, como Celac, Unasur y Mercosur”.

Alonso Massare agrega que es justamente desde la Declaración de los Derechos Humanos que se tiene una concepción de educación con dos planos inseparables: el de la formación personal (art. 26) y el de la formación para una sociedad de cuyo desarrollo se es responsable (art. 29). 

La educación entonces es, por una parte, un bien personal (por eso es gratuita); pero, por otra, es también responsabilidad de formación para la sociedad (por eso es obligatoria, pues es un derecho de la sociedad que todos sus miembros estén de la mejor manera formados). “En este contexto, la Unesco planteó desde sus inicios desafíos en la educación. Un antecedente cercano es el denominado Informe Faure sobre Aprender a ser. La educación del futuro (1972), que, como en los demás informes, es conocido por ese nombre por ser el del coordinador de una Comisión Internacional de Educación convocada por la Unesco. El Informe Delors sobre La educación encierra un tesoro (1996, dos años después de que se iniciara nuestra reforma), en el que se plantean los cuatro pilares de la educación. Con posterioridad se tuvo el informe sobre Los siete saberes necesarios para la educación del futuro (1999), elaborado por un equipo coordinado por Edgar Morin, cuando se acercaba el inicio del siglo XXI”.

El profesor Alonso Massare afirma que, si tuviéramos que hablar del Informe Delors, veríamos una propuesta de formación integral que se logra a través del aprendizaje: que el recién nacido de la especie humana debe humanizarse, adquirir algo que no viene dado, no es parte de la “naturaleza humana” y debe ser construido.

He aquí los cuatro pilares

Alonso Massare especifica los cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser.

Aprender a conocer, “porque ya no se trata solamente de aprender contenidos y procedimientos enseñados por otros, sino de adquirir las capacidades para seguir aprendiendo a lo largo de la vida, aprendiendo a leer comprensivamente, a pensar, a hacer una lectura crítica de textos y de la realidad y, por encima de todo, de actuar reflexivamente mediante un pensamiento crítico, autónomo, orientado por valores trascendentes. Es a lo que Piaget, ya en los años 50, escribiendo sobe el derecho a la educación, aludía como la autonomía intelectual y autonomía moral”.

Aprender a hacer, “porque los conocimientos teóricos no son suficientes, hay que aprender a ponerlos en práctica, el cómo hacer. Aquí entran dos consideraciones: la necesidad de pensamiento divergente y el comportamiento creativo. Porque no se trata simplemente de aprender técnicas, sino de comprender sus bases para poder desarrollar otras nuevas. Pero también el que las técnicas deben estar orientadas por una visión ética. No se trata de desarrollar procedimientos simplemente dando respuesta a requerimientos del mercado; se trata, sobre todo, de técnicas al servicio del desarrollo social en bien de todos. Aprender a hacer se relaciona con el trabajo, que en condiciones cambiantes en nuestras sociedades no puede dejar de considerarse como un derecho humano fundamental. Formarse para el trabajo digno, para ser trabajador digno, para que la sociedad asegure el trabajo digno”.

Aprender a ser, “porque se trata de la formación integral, en la que la identidad personal y social juegan un papel fundamental. La identidad se construye en un medio social y cultural: en el contexto de una comunidad que tiene identidad, no solo por su pasado histórico y lo vigente, sino también, y fundamentalmente, por el proyecto de futuro de la sociedad. Los indígenas lo saben muy bien cuando distinguen entre la educación y la escuela. En la escuela se aprende una lengua nacional, a leer, escribir, calcular, conocimientos de ciencias; es decir, lo necesario para relacionarse con la sociedad del entorno, pero a ser indígena, sea aché, nivaklé, qom, se aprende en la comunidad, en la familia, con los ancianos-abuelos, la confección de artesanía, las actividades productivas –sean caza, cultivo–, la participación de las ceremonias religiosas, las relaciones económicas; es decir, con la vida. Nosotros también tenemos esas dos esferas, solo que a la escuela le pedimos que enseñe los valores, lo que debe ser, mientras que en la sociedad, con los medios de comunicación, con las prácticas –sea el consumismo, la politiquería con compra de votos, la corrupción, el prebendarismo– enseñamos en contradicción con la escuela y, luego, achacamos a la institución educativa la responsabilidad por el comportamiento inadecuado en nuestros jóvenes; es decir, violencia, adicciones, corrupción, desinterés por el estudio, por la participación ciudadana, por el bien común”.

Pero también está el aprender a vivir con los demás. “Aquí podríamos citar la repetida frase de que la educación debe formar para ser arquitectos de su propio futuro. Esa es una verdad a medias. Así como no hay arquitecto que pueda construir el mejor proyecto de edificio si no tiene un pedazo de terreno, un lote de tierra; tampoco el ser humano puede construir su proyecto de vida sino en una sociedad justa. Por eso, la doble dimensión de la educación: formación personal, no para acomodarse a una sociedad dada o sus tendencias, sino para construir el futuro de su sociedad. Y este implica nuevas formas de relacionamiento social, empezando por la solidaridad –no es suficiente la justicia en una sociedad caracterizada por desigualdades pronunciadas–, la ‘igualdad de oportunidades’, las mismas reglas para todos, pues estas siempre favorecerán a quienes estén en mejores condiciones”.

El docente dice que por ello se debe dar más a quienes se encuentran en condiciones de desventaja. “Las madres nos enseñan esto cuando brindan más cuidado no al hijo más fuerte, sino al más enfermizo, aun sabiendo que este podría morir pronto. Pero si eso se da en la familia, lo necesitamos en toda la sociedad. Pero también necesitamos la consideración del otro como igual, en una sociedad de iguales, no solo en dignidad y derechos (art. 1), sino que justamente por eso debemos ser más iguales en la práctica, no solo varones y mujeres, sino también los que nacen en familias pobres o de mejor condición económica, social y cultural. Y comprender que esa mejor convivencia es buena no solo para los demás, sino para uno mismo; crea las condiciones sociales de una vida más justa, segura y digna para cada uno”, expresa.

Una convivencia –dice– requiere de participación protagónica y cooperación. Implica dejar de lado el individualismo, el egoísmo y la competencia, así como el fanatismo, tan fomentado en el campo de los espectáculos deportivos –porque no se trata de deporte– y que luego se traduce en el campo de lo político, en el que el color obnubila la búsqueda del bien común y lleva al comportamiento irracional. “El fanatismo se enlaza con una visión acientífica de la realidad, pero no es solo cuestión de conocimiento. Sócrates se equivocó al creer que eliminando la ignorancia las personas serían correctas. Hay algo más que el conocimiento. No se trata de ‘aprender valores’ como nos quieren hacer creer. Hace falta la formación del carácter –algo antes buscado deliberadamente, quizá con medios equivocados a veces–, pero implica la adquisición de la capacidad de la autorregulación. No el ‘dejarse llevar’ del consumismo. Autorregulación –antes se la llamaba voluntad– orientada por valores trascendentes, que no pueden darse de manera fragmentada, separados los unos de los otros, pues la exaltación de uno puede llevar a un antivalor. (La exaltación de la libertad puede llevar a la explotación de los demás sin la regulación de la justicia, y la de esta, a acrecentar las diferencias injustas; tampoco la solidaridad sola, pues sin justicia puede dar lugar al compinchismo –en el crimen organizado hay solidaridad entre delincuentes–)”.

Para el profesor, aprender a convivir implica revisar nuestras costumbres, nuestra cultura. “Ella tiene muchos aspectos positivos, otros no lo son. Empezando por nuestro modo de comunicarnos, en el que la relación de poder-sumisión debe ser desterrada. Aprender a expresar lo que sentimos sin imponer ni someternos; lo que se denomina asertividad. Hoy tendemos a acomodarnos a quien tiene poder (sumisión) o imponer a quien está en situación de desventaja. Sin asertividad, no podremos desterrar las relaciones de acoso; es necesario saber decir, defendiéndose, sin ofender, y saber aceptar el derecho del otro a disentir y expresar su punto de vista. Pero también es necesario desterrar el fatalismo, el pensar que las cosas son así y así van a seguir; que no importa lo que se haga o intente, las cosas van a seguir igual. Esa concepción, casi de un destino inevitable, lleva a la resignación, inacción y pasividad. La historia reciente nos muestra que no es así, que hubo momentos en los que sí se pudo realizar cambios, pero lastimosamente, todavía, no han podido permanecer por la acción de fuerzas contrarias”.

Ser retomados

Alonso Massare sostiene que estos cuatro pilares de la educación deben ser retomados por encima de la concepción predominante, en la que lo importante es aprender a hacer, no importa para qué y en beneficio de quién. Y el impacto y la relación costo-beneficio es el criterio fundamental de referencia para un sistema educativo. 

Estos cuatro pilares nos deben llevar a la concepción humanista en la que se privilegie el proceso –no el impacto, menos aún el de corto plazo–, en la que la educación es un bien personal y social –no un servicio que se puede vender y comprar, y generar lucro–, en la que la “calidad” no se mide por simples resultados de aprendizaje en tres áreas (lectura, matemática, ciencias naturales); en la que la calidad se refiera al grado en el que el sistema educativo promueve la equidad, sus contenidos son relevantes, atienda la pertinencia según las características de los estudiantes y sus medios sociales, y en la que la eficacia y eficiencia son importantes, pero con sentido; es decir, de atrás adelante, que el uso adecuado de recursos para obtener resultados de aprendizajes pertinentes, relevantes y promotores de la equidad. “Quizá un punto central en nuestro país es adquirir el sentimiento de dignidad. Como humanos, todos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, pero no nos sentimos así ni se nos trata así. Necesitamos sentirnos dignos y considerar igualmente dignos a los demás, a pesar de las diferencias, para tratar de salvar las diferencias que se deben a situaciones de injusticia social”, reflexiona el docente.

Para concluir, señala que no se trata de la preocupación de educación para prepararse para competir por un empleo. “Se trata de cambiar las relaciones para que, capacitados, todos tengamos derecho no solo al empleo, sino a condiciones de vida digna, que todos podamos crecer humanamente, aportar lo mejor de nosotros a los demás y, por último, aquello que anhelamos: ser felices”.

Fuentes:

Aprender a ser. La educación del futuro.

http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001329/132984s.pdf

Delors, J. (1996). Los cuatro pilares de la educación en La educación encierra un tesoro. Informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. 

http://uom.uib.cat/digitalAssets/221/221918_9.pdf

La educación encierra un tesoro (compendio).

http://www.unesco.org/education/pdf/DELORS_S.PDF

Los siete saberes necesarios para la educación del futuro.

http://unesdoc.unesco.org/images/0011/001177/117740so.pdf

Aprender a ser. La educación del futuro.

http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001329/132984s.pdf

Delors, J. (1996). Los cuatro pilares de la educación en La educación encierra un tesoro. Informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la Educación para el siglo XXI. 

http://uom.uib.cat/digitalAssets/221/221918_9.pdf

La educación encierra un tesoro (compendio). http://www.unesco.org/education/pdf/DELORS_S.PDF

Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. http://unesdoc.unesco.org/images/0011/001177/117740so.pdf

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Fotos: ABC Color/Claudio Ocampo/Pixabay.

Agradecimientos: Paola Hermann Modelos

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