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El astro rey guarda sus últimos rayos antes de acurrucarse en los brazos de la noche. Una suave brisa mece los árboles, en cuyas ramas, el canto de los grillos y el trinar de las aves arrullan su sueño. En medio de las luces intermitentes de las luciérnagas, como todos los días a esa hora, rodeado de sus amiguitos, un niño les relata historias, en su mayoría, inventadas por él.
Seis décadas después, Robin Wood sigue contando cuentos como lo hacía en Nueva Australia, la colonia caazapeña que lo vio nacer. Nippur de Lagash; Gilgamesh, el inmortal; Dago, Savarese, Pepe Sánchez, Jackaroe, Morgan y Dennis Martin son solo algunos de los casi un centenar de personajes que ha creado.
Y una calurosa tarde asuncena, de esas en las que el sol derrite el asfalto, nos encontramos para conversar. Nos recibió escoltado por Hiras —sí, como el hijo de Nippur—, su caniche toy. “También es un personaje de historietas”, cuenta Wood, cuando posan para las fotos. Entrar a su casa es como ingresar en una de sus historietas. En una de las paredes cuelga una pintura de Nippur de Lagash, su más emblemático personaje. Publicaciones en todos los idiomas de sus historietas y los acordes de la música celta complementan el escenario.
¿Cómo está? “Siempre doy la misma respuesta: optimista, con una vida interesante y trabajo exitoso, que me encanta hacer”, contesta, bien dispuesto. Su vida ha sido como la de sus personajes, fuera de lo normal, aunque él no lo considera así. “Hasta la época en que viví en la miseria fue una aventura. Lo que para el resto de la gente es increíble, para mí es lógico. Yo no lo puedo analizar”.
El guionista nació en la colonia Nueva Australia, en San Cosme, Caazapá. Hijo de un paraguayo y una australiana, fue criado por sus tíos abuelos. “Eran muy severos. Conocí a mi padre, pero nunca viví con él. Mamá nunca quiso casarse”.
Su bisabuela no solo le enseñó el gaélico, sino también a leer. A los seis años ya devoraba obras de John Steinbeck, Ernest Hemingway y William Faulkner. “En las tardecitas salía y venían los chicos de la colonia, se sentaban a mi alrededor y yo les contaba cuentos”. De ahí surgió que era el shanachie (en celta: narrador, trovador) de su generación.
Cuando tenía entre siete y ocho años, dejó la colonia. Su madre lo llevó a Buenos Aires, pero después vivió en casa de familias, orfanatos. Autodidacta, “pero lector enfermizo”, solo pudo estudiar hasta el quinto grado, pero antes de los 20 ya había ganado dos concursos literarios.
En Buenos Aires fue obrero en una fábrica durante 10 años. “Entonces conocí la miseria”, recuerda. Estudió Arte y, si bien siempre le gustó dibujar, “no tenía talento”, reconoce. Allí se encontró con Luis Olivera, quien, como él, era aficionado a la historia de sumeria y la antigua Mesopotamia, y ya dibujaba historietas para la editorial Columba, pero no conseguía buenos guiones. Hasta que un día le pidió a Wood que escribiera, a partir de esas historias. Él le entregó tres y se olvidó de ellas.
Una fresca mañana —con la lluvia y el frío calándole los huesos— iba a la fábrica, pasó por un quiosco de revistas; ente ellas, estaban los personajes del guion que había preparado para Olivera, quien no se había podido comunicar con él para contarle. Y el resto es… historieta.
Trabajó con grandes dibujantes de Argentina y Paraguay. Wood no solo escribe los guiones, sino también la guía de dibujo. “Yo he creado dibujantes, no solo aquí o en Argentina, sino también para Europa”.
¿Es difícil trabajar con usted? “No, soy terriblemente fácil”. Wood no corrige sus trabajos, porque siempre está complacido con el resultado. Escribe a mano sus guiones, cuadro por cuadro, con sus acotaciones en un cuaderno con espiral. “Cómo debe ser el enfoque, los planos, expresión, entre otras cosas. Uso la computadora para pasarlo en limpio, nada más, porque para mí es solo una máquina de escribir. No tengo Facebook, por ejemplo; no tengo la más pálida idea de cómo funcionan las redes sociales”.
¿Por qué viene a menudo a nuestro país? “No lo sé. No tengo ninguna atadura sentimental con Paraguay, pero siempre vuelvo”. Casado actualmente con María Graciela, una amiga encarnacena de la infancia, su vida transcurre entre los viajes a nuestro país, Italia y Francia.
Los personajes de Wood han calado entre los aficionados, al punto de ponerles sus nombres a sus hijos, como un diplomático italiano quie nombró a su hijo Hiras; incluso han librado batallas judiciales para poder hacerlo, como el caso de Nippur, el hijo de Sebastián Corona y María Vázquez. “Tengo registradas unas 90 cédulas de gente que lleva el nombre de mis personajes. Pero más que halagarme, me compromete a ser cada día mejor”.
A los 70 años, Wood, entre sus viajes por el mundo, sigue creando y disfrutando la creación de nuevas historias. “La creatividad no tiene que ser una tortura, sino un placer, tanto para los dibujantes como para los coloristas, y el resultado tiene que ser compartido”.
El cuaderno de Nippur
María Vázquez (Marie) y su esposo, Sebastián Corona, se hicieron conocidos por la batalla judicial que entablaron para ponerle el nombre de Nippur a su hijo. Cuando por fin lo lograron, la historia no tuvo un final feliz. Marie, una arquitecta de 43 años, quien se hizo famosa en Twitter al contar acerca del cáncer de ovarios que padecía, escribió y dibujó durante siete meses un cuaderno para su hijo de tres años. Marie falleció en abril de 2015.
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Fotos ABC Color/Gustavo Báez/Internet.