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El océano Atlántico baña estos islotes que se extienden al sur de la Florida en más de 200 km con la infraestructura de los Estados Unidos, que no permite jamás encontrarte con una carretera intransitable, sino con la tranquilidad de un camino diseñado para que los turistas y norteamericanos, quienes vienen hasta aquí huyendo del frío, la pasen bien, gasten sus dólares y se lleven una postal difícil de olvidar: el color esmeralda del mar, sus magníficas construcciones antiguas de madera y el atardecer en Key West, que —segun dicen— es el mejor del mundo.
Si miramos atrás, la historia rescata que en los cayos habitaban los indios y, una vez que se descubrió América, arreciaban los ataques de piratas.
En 1905, Henry Flagler decidió invertir en la Florida East Coast Railway, que llevaba los trenes hacia el sur del país y partía de Miami hasta Key West. La ruta de hoy, la Ocean’s Highway, se hizo luego de sufrir la embestida de un huracán en 1935. Una impecable vía que se encuentra controlada por radares y avisa que se debe conducir a 45 mi/h (unos 70 km/h) durante el día y 54 km/h a la noche. No es cuestión de hacerse el que no ve; aquí, la policía actúa y las multas son feroces.
Se distinguen cuatro pequeñas islas: Cayo Largo, Islamorada, Marathon y Key West; en ellas, uno puede detenerse a pescar, estirar las piernas, tomar un baño en el mar o comer alguna ricura en sus magníficos restaurantes, en los muelles. Hay arena blanca, mar precioso y muchas aves, entre las que se distinguen las gaviotas y los pelícanos entre magníficas palmeras.
La vida comercial te contagia: hay que gastar, adquirir los recuerdos, alguna remera, tomar un café exprés o entrar a un bar con música en vivo. Todo al estilo de Norteamérica, sin espacio para inventar nada que no esté dentro de las normas que hay que seguir en cuanto al comportamiento y respeto. La naturaleza les regaló a estas islas un combo de preciosidades que los habitantes de otros Estados valoran y visitan cada vez que pueden, especialmente los jubilados que llegan a estos lugares en motorhome o casas rodantes.
El último cayo es el Key West o Cayo Hueso, denominado así porque, allí se hallaron restos de un viejo cementerio indio, aunque otra versión afirma que fue un campo de batalla. El último de los islotes es un paraíso de ofertas de accesorios y equipos que puede volver locos a los pescadores. Es obligado entrar en estas tiendas para ver lo que puedas llevar, como un suvenir o una caña para intentar pescar el pez aguja. Llama la atención que los empleados son adultos mayores, que por ley son contratados.
Los amantes de la historia y la naturaleza pueden llegar hasta la casa museo de Ernest Hemingway, la exposición de objetos que pertenecieron a Tennessee Williams y el parque Dry Tortugas. La ciudad hierve y se mueve al ritmo de visitantes de todo el mundo. La vida y el poder adquisitivo se sienten en sus calles de viejos edificios y casonas hasta el punto 0, donde se inicia la ciudad. En su muelle hay un hito gigante en el cual todos hacen cola porque se quieren tomar una foto: la emoción embarga a muchos estamos en Southernmost point, una boya de hormigón tan solo a 90 mi de Cuba.
Magnífico recorrido por esta obra de ingeniería del hombre, quien toma lo mejor de la naturaleza y lo explota como un destino codiciado, de esos que se apuntan en el diario personal como “sueño cumplido”.
Texto y fotos Mirtha González Schinini mirtha@abc.com.py